Marcus Lamb, Johann Biacsics, Dmitriy Stuzhuk, Ygona Moura, Tony Tenpenny, Stephen Karanja. Aunque vivían en países distintos, lo que estas personas tuvieron en común fue la desconfianza hacia las vacunas contra el coronavirus.
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A través de sus redes sociales o de sus programas de televisión, ellos decidieron hacer campaña en contra de la inmunización y, en algunos casos, recomendar formas alternativas (como el dióxido de cloro) para enfrentarse a la pandemia de COVID-19.
El resultado final: todos fallecieron de coronavirus.
¿Son estos ejemplos insuficientes para convencer a los incrédulos de la eficacia de las vacunas contra el COVID-19? ¿El movimiento antivacunas se fortalece con el pasar de los días?
El Comercio consultó con dos especialistas para responder una pregunta central en el contexto actual: ¿por qué hay personas que no quieren dar su brazo a torcer y vacunarse?
Los vacíos en la información
Evangelina Martich, doctora en política social y consultora en políticas de salud, no se anima a afirmar que el movimiento antivacuna se viene fortaleciendo.
En todo caso, dice, primero habría que tener en consideración que la pandemia le dio más visibilidad. “Pero hay personas que se niegan a vacunarse específicamente contra el COVID-19, y a ellos no los podríamos catalogar como antivacunas”.
“De hecho, muchos tienen otras vacunas y han vacunado a sus hijos, así que hay que hacer la distinción”.
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Martich anota que, si existe un “un grupo importante de la población que no se quiere inmunizar” contra el coronavirus, es por tres causas.
Primera: los problemas de comunicación de los gobiernos.
“Que ha tenido que ver con la inmediatez, la novedad con que se iba actuando a partir del ensayo y error, y que con el paso de las semanas se sabía más”.
“Se tuvo que estar en el medio todo el tiempo, jugando con la tensión de decidir entre alertar a la población o transmitir la calma. Eso produjo espacios de silencio que fueron llenados por la desinformación y por movimientos que empezaron a transmitir sus mensajes”.
Segunda: la opacidad del modelo de la industria farmacéutica.
“La innovación y desarrollo sigue un modelo caduco a nivel global, un modelo que investiga pensando en el lucro y no necesariamente en responder a las necesidades de salud de la población”.
“Es normal que haya desconfianza hacia un modelo que no se caracteriza por ser transparente”.
A esto habría que sumarle que, mientras el discurso anotaba que lo “único que nos iba a salvar era la vacuna”, no se explicaba con claridad cómo se producían.
“La población sabía que las vacunas se demoran muchísimos años en desarrollarse, y para este caso se hicieron en meses. Es entendible que las personas que no conocen en detalle cómo funciona esto -no tienen que saberlo, tampoco- desconfíen”.
“Se debió haber comunicado que, en estas circunstancias, se permitió superponer fases en las investigaciones clínicas y que la investigación no partió desde cero, sino que recogió otros resultados anteriores”.
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Tercero: el papel de los líderes políticos
“Están los abiertamente negacionistas de la pandemia o antivacunas, como Donald Trump o Jair Bolsonaro, quienes también alimentaron dudas sobre las vacunas que, en realidad, sabemos que funcionan bien, que son seguras y eficaces”.
“Hay que entender a estas figuras como parte de un contexto internacional, dentro del auge de los movimientos de ultraderecha, de líderes mesiánicos que llegan para proponer soluciones mágicas”.
Fe en la medicina alternativa
Raúl Castro, antropólogo y decano de Comunicación de la Universidad Científica del Sur, sí siente que los movimientos antivacunas se han vigorizado, “principalmente fuera del Perú”.
“El bloque germánico tiene grados de escepticismo y de renuencia bastante altos. En Austria, el 35% no se quiere vacunar. Lo mismo pasa en Alemania, donde la cifra oscila entre el 30% y 32%”.
“No se trata de una población que no esté enterada y que, en la medida de que se vaya informando, se irá convenciendo. No, es un bloque ciudadano creyente de los tratamientos alternativos”.
La homeopatía, por ejemplo.
La agencia EFE coincide y anota que en Alemania “existe entre un 8 y un 10 % de la población abierto a ideas esotéricas y con preferencia por las ‘medicinas alternativas’, que se deja influir por tales interpretaciones a la hora de decidir sobre la vacuna”.
EFE escribe: “Se trata de una escena ‘heterogénea’, en la que están representados seguidores de la homeopatía y de las creencias antroposóficas, entre otros muchos que desconfían de la ‘medicina tradicional’”.
Según Castro, los estudios sobre el perfil de los antivacuna en España y otras partes de Europa muestran que no son personas “que no se quieran vacunar, sino que quisieran esperar porque no saben cuáles son las consecuencias o los efectos colaterales”.
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“Esta información nos aleja de la figura del alienado, de pensar que les han lavado el cerebro, o de que se trata de personas mayores que son víctimas de procesos de desinformación o ‘fake news’”.
En todo caso, el aumento de personas que no quieren vacunarse contra el coronavirus responde también a los “dictámenes legítimos de los Estados por garantizar el bienestar de la mayoría”.
“Prohibir el libre tránsito, restringir el libre acceso a lugares públicos a los no vacunados, ha acrecentado la renuencia, rebeldía y resistencia”.
El caso peruano, agrega Castro, supone otras aristas.
“Evidentemente hay un tema de recursos, de poco acceso a las vacunas. Y, cuando al fin se tienen a la mano, el grado de desconfianza por la contrainformación que viene de centros poder, juega en contra”.
Ahí están partidos políticos o expresidentes que recomiendan la ivermectina. Todo suma para generar mayor desconfianza.
“Generalizando, el Perú responde a la realidad de países en emergencia, cuyos sistemas de información pública no están tan extendidos como sí en Europa”.
“Y al no tener información rigurosa y seria, aparece la contrainformación de grupos interesados en seguir jugando con una idiosincrasia popular”.
No a las teorías de conspiración
Tanto Castro como Martich descartan la presencia significativa de teóricos de la conspiración entre quienes no quieren vacunarse contra el coronavirus.
Martich anota:
“Sí hay puntos de contacto entre el movimiento antivacunas y estas teorías -en términos de los discursos y argumentos-, pero insisto, las personas que ahora se oponen a la vacuna del COVID-19, no necesariamente son parte del movimiento antivacuna”.
“Aunque esto no deja de ser peligroso y muy preocupante, el fenómeno responde más a una cuestión puntual del contexto”.
EFE cita el estudio del Laboratorio de Ideas Berlinés Dpart, que demuestra que “el número de seguidores de teorías de la conspiración que creen que en realidad el coronavirus no existe cayó en Alemania de un 14 % en 2020 a un 9 % en 2021″.
A modo de conclusión, Martich propone pensar en dos situaciones que se podrían salir de las manos. La primera es cuánto de toda esta coyuntura va a impactar realmente en el movimiento antivacuna para engrosarla y vigorizarla.
Y segundo: “Que aquí nos salvamos todos o no se salva nadie. La solución es global y tiene que ser solidaria”.
“Negarse a inmunizarse es un atentado en contra de la salud global, de todos y todas. El ejemplo más claro es ómicron, la nueva variante que apareció en Sudáfrica, que nos pone en alerta. Por eso, creo que hay que ajustar los mensajes que estamos transmitiendo”.
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