Por estos días, el peruano Gabriel Daly ha recordado más que nunca el enorme cariño que siente por Afganistán. Su trabajo no solo lo llevó a recorrer las empobrecidas calles de Kabul años atrás, sino que también hizo que conociera a Ashraf Ghani, el presidente que huyó del país asiático el domingo 15, tras la caída del gobierno debido al incontenible avance de los talibanes.
Daly, que estudió Relaciones Internacionales y tiene una maestría en Historia y Políticas Públicas, conoció a Ghani en el 2007, cuando este aún no era gobernante de Afganistán. En ese entonces el peruano trabajaba para el Instituto Libertad y Democracia (ILD), y Hernando de Soto y Ghani eran parte de una Comisión de Naciones Unidades para el Empoderamiento de los Pobres.
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Fue en cumplimiento de esa labor que Daly viajó a Kabul. “Caminar por las zonas más pobres de la capital afgana es quizás lo más impactante que he visto en mi vida, incluso más que Haití luego del terremoto. El terror impuesto por los talibanes hacía poco, el tráfico de drogas y la miseria en el interior del país había forzado a que miles de personas migraran a los centros urbanos, algo que los peruanos conocemos bastante bien”, recuerda el compatriota de 40 años.
Los detalles de aquel primer viaje se afinaron en una cena en una taberna libanesa de Nueva York, en la que Daly compartió una cena con Ghani, por entonces rector de la Universidad de Kabul, y otros afganos.
El Comercio conversó con el peruano sobre cómo ve su travesía por Afganistán a la luz de los recientes acontecimientos y de la imagen que guarda del hoy expresidente Ghani.
—¿Cuál fue la primera impresión que tuvo de Ashraf Ghani?
Yo lo conocí porque Hernando de Soto y Madeleine Albright (exsecretaria de Estado de EE.UU.) habían creado una comisión de empoderamiento de los pobres. Hernando tenía muy buena relación con Ashraf Ghani y lo invitó a ser miembro de la comisión, la cual tenía grupos de trabajo y Ghani era parte del grupo de derechos de propiedad. En en ese momento yo era el nexo entre la comisión de Naciones Unidas y el ILD y ccoordinaba casi toda la relación que tenía Hernando con Ghani. Mi primera impresión fue que era una persona brillante, con un temperamento muy fuerte, si no le gustaban las cosas podía explotar y decirte lo que pensaba de manera directa y sin anestesia, y luego, a los cinco minutos, volvía a entrar en modo zen.
—¿Cómo fue el episodio en el que cenaron juntos en Washington en el 2007?
Estábamos planeando un viaje a varios países y Ashraf Ghani organizó una reunión para hablar del tema. Él vivía en Washington en ese momento y nos invita a cenar a un restaurante libanés, básicamente porque su esposa es libanesa. Fue bastante agradable. En ese momento le explicamos lo que hacía el ILD y él nos dijo cómo podíamos contribuir. Nos puso en contacto con muchísimas personas en Kabul, con gente que trabajaba en televisión, con ministros, con gente muy importante en Afganistán. Aquella cena fue muy entretenida, él es una persona cultísima.
—¿Cómo describía Ashraf Ghani a Kabul y Afganistán? ¿Cómo veía él a su país?
Él veía un potencial enorme en las cosas que se podían hacer, pero creía firmemente que era algo que tenían que hacer los mismos afganos. Es más, el modelo que teníamos en ese momento era de capacitar gente en Afganistán para que lo pudieran hacer. Si bien Ghani creía en el apoyo de USAID, del PNUD y otras organizaciones, recuerdo perfectamente que él era muy consciente de que los afganos tenían que ser los líderes de todos los proyectos y debían hacer las cosas ellos mismos. Él fue rector de la Universidad de Kabul y tenía esta gran vocación de enseñar y entrenar a los mismos afganos. Él creía mucho en la capacitación y no tanto en que vinieran de afuera e hicieran las cosas.
—¿Cómo fue para ti visitar Kabul? ¿Qué fue lo que más te impresionó?
Yo llegué aterrado. Es una de las cosas más impactantes que he visto, y eso que yo estuve en Haití unas semanas después del terremoto del 2010. Cuando llegué a Kabul estaba destruida, a la ciudad la han bombardeado varias veces desde las montañas. Es una ciudad sin infraestructura. Es impactante ver a las mujeres con estas burkas azules. Nunca llegué a sentir mucho miedo en la ciudad, porque la verdad es que estaba bastante protegida, pero la falta de infraestructura era visible. Lo que había pasado era que la gente había migrado a la ciudad de una manera brutal en muy poco tiempo. Por partes se parece a Perú, yo veía algunos cerros y recordaba al Cerro San Cristóbal en los años 90, pero en condiciones mucho más precarias. Era como ir a la zona alta de Manchay, pero, al mismo tiempo, podías darte cuenta de que Kabul en algún momento había sido una ciudad preciosa. Ves calles anchas que demuestran que en algún momento hubo cierta planificación, lo que pasa es que se ha desbordado totalmente.
—¿Se veían los estragos de lo que había sido el régimen talibán que gobernó hasta el 2001?
Sí. La ciudad ha sido bombardeada varias veces desde las montañas y cuando te toca ir a los asentamientos humanos, que era donde nosotros trabajábamos, puedes ver claramente los estragos principales. Vi mucha gente con amputaciones, disparos de bala de armas AKM en las paredes. Eso me llamó muchísimo la atención, ver la cantidad de disparos en las paredes. Yo he ido a todo tipo de barrios en Kabul, incluso algunos que ya habían sido intervenidos por programas del Banco Mundial en temas de saneamiento de pistas y veredas, y todavía podías ver las balas en las paredes. Y no solo eso, una vez estábamos en una colina y pude ver un montón de armamento ruso, aviones, los MI35, MIX antiguos que están a vista y paciencia de todo el mundo.
—El hacinamiento también era un problema notorio...
Sí, básicamente por la migración. Y el hacinamiento se ve no solamente en las casas sino también en el tráfico, moverte de una zona a otra era muy complicado. Era terrible, estabas horas parado en el tráfico.
—¿Qué pasó con el trabajo en Afganistán después de la primera visita?
El ILD hace consultorías y la primera vez que fuimos en el 2007 fue básicamente para hacer una evaluación muy corta de qué podíamos hacer y para establecer contacto. Después invitamos a un grupo de personas a Lima y cuando regresamos a Kabul un año después fue para poner en piedra qué era lo que íbamos a hacer porque ya estábamos preparados para empezar el trabajo.
—¿Qué sientes ahora al ver las noticias de lo que está pasando en Afganistán tras la caída del gobierno de Ashraf Ghani?
Muchísima pena. Afganistán es un país que yo he seguido muy de cerca, me tocó leer muchísimo de toda la dinámica de lo que ha pasado. Como mencioné antes, yo trabajaba con Hernando de Soto e íbamos mucho a Washington, ahí pude conocer a un grupo de afganos importantes que vivían en la capital estadounidense. En esa época pensábamos que podíamos hacer cosas importantes, hemos estado en cenas, en eventos para captar donaciones y había una esperanza de poder hacer algo. Cuando Ashraf Ghani fue elegido presidente a mí me dio una gran alegría, él tenía todos los contactos a nivel europeo y a nivel de Estados Unidos para conseguir el apoyo. Cuando he leído las noticias recientes me ha dado muchísima pena.
—¿Qué es lo que más preocupante de la situación actual?
En primer lugar, creo que se han perdido 20 años. Segundo, la situación es terrible porque los talibanes son unos salvajes y, en tercer lugar, después de los soviéticos y de los estadounidenses no me queda claro cuál es la solución para Afganistán. Yo he visto programas millonarios de USAID para trabajar en la agricultura por el tema del opio y no han surtido efecto. Es una sociedad muy fraccionada, no llega a haber un consenso de cuál debería ser el modelo de desarrollo o cómo se soluciona. Ghani escribió un libro que se llama ‘Fixing Failed States’ (‘Reconstruir estados fallidos’). Lo que ha ocurrido me causa muchísima pena y no sé cuál es la solución.
—¿Qué piensa de la decisión de Ghani de abandonar Afganistán?
He estado leyendo sobre el tema y hay muchas acusaciones, se dice que se ha robado la plata, que hubo corrupción. Yo considero que Ghani debe haber visto su vida amenazada y su salida ha sido por su seguridad. Ahora, tampoco creo que haya sido una decisión poco pensada. De repente, y esto es pura especulación, salió pensando en cómo va a regresar. Él nunca ha dejado de ir a Afganistán. Tiene una casa en Kabul, la perdió, la volvió a recuperar. Yo no veo a un Ashraf Ghani dejando de pelear por su país. La impresión que yo tengo de él es que es una persona sumamente comprometida con su país.
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