Cuando se vive durante casi un siglo, se acaba amasando una gran fortuna. Pero, desafortunadamente, nunca se llegará a conocer cuáles eran las posesiones más preciadas del duque Felipe de Edimburgo, el difunto esposo de la reina Isabel II del Reino Unido que falleció el pasado mes de abril a los 99 años, ya que su testamento permanecerá sellado y en secreto hasta 2111.
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El juez Sir Andrew McFarlane, presidente de la División de Derecho de Familia del Tribunal Supremo del Reino Unido, explicó así su fallo: “Debido a la posición constitucional de la soberana, resulta apropiado disponer de una práctica especial con relación a los testamentos reales. Es necesario mejorar la protección de los aspectos privados [...] con el objetivo de preservar la dignidad de la soberana”.
El juez dejó en claro que ni siquiera él ha podido leer el contenido del testamento del duque de Edimburgo, ni sabe lo que contiene, e indicó de que las vistas preliminares habían sido celebradas en estricto privado para evitar cualquier atención mediática o posible especulación o filtración de datos.
Desde el año 1910, lo común ha sido que los miembros de la familia real británica soliciten que los testamentos reales permanezcan sellados. Sin embargo, los testamentos reales de los monarcas anteriores al año 1910 solían estar disponibles para el público, entre ellos el del rey Eduardo VII.
En esta decisión del juez Sir Andrew ha quedado fijado que los testamentos del consorte de la reina Isabel II podrán abrirse una vez que pasen 90 años, en lugar de permanecer sellados indefinidamente. Eso sí, serán abiertos y examinados por el abogado privado de la monarca, el fiscal general y el guardián de los archivos reales, además de cualquier representante personal del difunto.
El representante legal de la monarca alegó que los testamentos deberían permanecer sellados durante 125 años, pero Sir Andrew consideró que 90 años suponía una cifra “proporcionada y suficiente”.