Los ajusticiamientos de Túpac Amaru II y Micaela Bastidas en la plaza del Cusco, el 18 de mayo de 1781, han quedado registrados como uno de los episodios más terribles de nuestra historia. Los españoles, al someterlos a una muerte tormentosa, desaparecer sus cuerpos, quemar sus propiedades, terminar con su descendencia y proscribir sus nombres trataron de borrar sus figuras de nuestra memoria. Al inicio, lo consiguieron, pero con el tiempo sucedió, justamente, lo contrario. Túpac Amaru II y Micaela Bastidas se han convertido en símbolos que se han ido redescubriendo y suscitando preguntas cruciales. La primera tiene que ver con la pertinencia de considerar a la gran rebelión de 1780 como la precursora de nuestro proceso de independencia. Y la segunda sobre qué representan ambos personajes desde la producción cultural, especialmente la poesía, en la que se manifiestan autores tan diversos, como José María Arguedas, Alejandro Romualdo, Antonio Cisneros, Magda Portal, Tulio Mora, entre otros.
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