Nuestro teatro crece. Y lo hace día a día. Sobre todo ha aumentado la oferta y también el interés del público. Lo que crea una situación especialmente propicia para explorar en nuestras posibilidades dramáticas. Porque no basta con un aparente auge celebrado hasta el cansancio por las redes sociales, en una explosión de autocomplacencia que de ser cierta nos colocaría al nivel de la Inglaterra isabelina.
Hay incluso quienes hablan de un ‘boom’ del teatro peruano, y lo hacen llevados por el entusiasmo. Hablemos puesde ello. No existe una definición científica sobre lo que podríamos considerar lo que es un ‘boom’, pero sí una idea. Se trataría de una determinada encrucijada en la que diversos talentos confluyen en un momento dado y en un lugar específico. No solo eso. Esos talentos son celebrados por la crítica y reclamados por el público. A partir de ello, se crea un movimiento creativo de muchas voces y se consolida un mercado de consumo, que es finalmente el que financia los proyectos y asegura su permanencia. ¿Esto es lo que sucede con el teatro peruano?
Creo que estamos un poco alejados de esa situación. Pero no por ello nos debemos sentir desanimados. Lo que vivimos en estos momentos en el teatro, así como en otras disciplinas creativas y artísticas, es un despertar. Un momento en el que un grupo de talentosos creadores está dispuesto a dar cuenta de un nivel artístico que estamos recuperando. Porque el teatro peruano no se ha inventado hoy, ni siquiera ayer. Hay una larga tradición en nuestro pasado y, sí, un momento prolongado de sequía en el que nuestras tablas se vieron desatendidas. Pero nunca abandonadas. Seríamos muy ingratos si nos olvidáramos de toda esa gente que trabajó durante las dictaduras, en los peores momentos de nuestras crisis económicas e incluso durante los años del terror. Siempre hubo gente haciendo teatro y sin ellos no tendríamos hoy una posibilidad de crecer. Es más, muchos de ellos continúan en actividad. Son quienes mantuvieron encendida esa antorcha que hoy quiere brillar más.
De otro lado, siento que estamos corriendo el peligro de convertir nuestro teatro en un producto exclusivamente de entretenimiento. Alguien vinculado al teatro me dijo una vez que hoy se hacían más obras, pero que en los años 80 y 90 había más creatividad. Que había una decidida búsqueda de nuevas formas creativas que hoy parecen desaparecidas. Puede ser cierto. Hoy las obras de teatro se parecen unas a otras. Unas son más grandes y otras más chicas. Unas nos hacen llorar y otras reír. Pero son en su mayor parte productos estandarizados diseñados para entretener. ¿Estaremos perdiendo originalidad en beneficio de piezas teatrales digeribles para las grandes audiencias? Es un riesgo que parece que hemos tomado. En cualquier caso, eso no quiere decir que no estemos tratando de edificar nuestra propia dramaturgia. Hay dramaturgos y realizadores teatrales que sí están tratando de encontrar maneras más personales de acercar sus obras al público. Y aunque hoy la expresión ‘teatro experimental’ está un poco venida a menos, no estaría mal revisarla también.
HACIA UNA DRAMATURGIA NACIONAL
Hablar de un teatro peruano es hablar de su propia dramaturgia. Ya hemos visto en acción desde hace varios años a escritores incansables como Eduardo Adrianzén y Mariana de Althaus. Y hay un despertar de nuevas voces que tenemos que celebrar y seguir observando con atención. Este año hemos podido ver a un Mateo Chiarella mucho más maduro y capaz de transmitir ideas más complejas sin perder de lado la facilidad de transmitirlas, y lo ha hecho con “Búnker”, que cierra e inaugura mo mentos de gran importancia en su carrera. Vanessa Vizcarra ha explorado diferentes direcciones en obras como “Una historia original” y “Salir”, siempre con algo interesante que decir. Sin duda ha sido también un buen momento para Daniel Amaru Silva, quien ha llevado más lejos aún sus posibilidades como dramaturgo con “Salir”, una pieza intensa y sólida que me gustaría ver una y otra vez, interpretada por diferentes equipos de producción. Por su parte, David Carrillo nos ha sorprendido con “Lo que nos faltaba”, ensamblada con precisión en sus tiempos y giros de acción, creando emoción, confusión y esa anarquía tan adecuada para la comedia de autor.
No son los únicos, pero han sido muy visibles este año. Y también hay que decir que si bien en muchos casos se trata de esfuerzos personales, algunos han recibido el apoyo de instituciones que felizmente apuestan por ellos. Me refiero principalmente a Sala de Parto y al premio de dramaturgia del Centro Cultural del Teatro Británico, que son tan importantes en esta coyuntura de crecimiento.