Diez años después de su estreno, Mariana de Althaus vuelve a poner en escena “Ruido”. Lo hace en un momento especialmente significativo, lo cual es válido y hasta necesario. Porque a estas alturas tenemos que estar alertas y la mejor manera para ello es no perder de vista el pasado. Sobre todo uno que no queremos repetir. Y aquí es donde el arte cumple su principal función.
Como la misma autora señala, la obra ha cambiado, lo que no significa que haya transformado su discurso. Nada de eso. Al contrario, se afirma más en sus convicciones. Y por eso el texto tiene vigencia y es oportuno. “Ruido” se desarrolla durante el primer gobierno de Alan García y la protagonizan seres comunes y corrientes que han aprendido a vivir en un Perú demencial. Un país no solo atormentado por la inflación, los apagones, la falta de agua y la escasez de alimentos, sino herido por el terrorismo. La barbarie. Quienes no vivieron aquella época difícilmente podrán reconocer el escenario en el que esta comedia dramática se desarrolla. Y quienes no hemos olvidado podemos reír y disfrutar del montaje, es cierto, pero sin dejar de sentir cierta angustia. Porque con “Ruido” recordamos con precisión y sin nostalgia una época nefasta.
La obra se desarrolla en dos niveles. El primero, una comedia planteada a partir de ciertas circunstancias: poco antes del toque de queda una mujer se ve obligada a pasar la noche en la casa de los vecinos. Un hogar disfuncional en el que una madre y sus hijos adolescentes viven en un constante caos emocional. El segundo, el drama latente que viven los personajes atrapados en un mundo que ha perdido el rumbo. Sale a la luz apenas con frases e intentos frustrados de reflexión por parte de la vecina. Ambos niveles pocas veces se tocan pero logran mantener un equilibrio que le confiere contundencia al texto.
Es justamente en el plano de la comedia de evasión en el que “Ruido” funciona mejor. A través de esa mujer mirando compulsivamente televisión, repitiendo hasta el cansancio las canciones de los comerciales y sintiéndose orgullosa por conseguir seis tarros de leche en una sola compra. Allí es donde el texto de De Althaus es más firme y menos complaciente. Y es efectivo porque toca justamente donde más duele. En esa indolencia hacia la realidad, en la evasión de los problemas comunes, en la falta de compromiso. Es allí donde enfoca con acierto el más triste de los problemas: nuestro fracaso como sociedad. Porque si fuimos víctimas del terrorismo y de los abusos del poder, el papel que jugamos entonces fue el de quien mira hacia otro lado. Y la reacción ciudadana ocurrió después, cuando ya era tarde. Augusta y sus hijos componen perfectamente esa radiografía social. Son ingeniosos, divertidos, irónicos. Pero un fracaso como seres humanos.
La puesta en escena es efectiva de comienzo a fin. Los elementos de la escenografía, partida también en dos niveles, funcionan con precisión y sin distraer la atención. Y el reparto compone un buen trabajo conjunto que es necesario para que la obra funcione.
Debo decir que la obra no sería igual sin Montserrat Brugué. En su caso, la comunión entre el personaje y la intérprete es perfecta. La actriz se introduce en la piel de Augusta de tal manera que logra una creación en todo el sentido de la palabra. Su ritmo, emoción, carácter. Todo contribuye a una actuación que no solo es efectiva, sino que es tan completa que permite entender la historia. Sin duda, Brugué asoma a la madurez como una de nuestras mejores actrices. Y en este caso, su trabajo es tan valioso que es una de las razones para ver la obra.
Junto a ella, el resto del reparto se comporta de acuerdo a las circunstancias. Denise Arregui aporta naturalidad en un inicio y luego da rienda suelta a su propia paranoia. Me gusta la manera en que hace uso de sus recursos. Esa honestidad que proyecta a la hora de sentirse confundida. Estableciendo un oportuno contraste frente a Augusta.
Alexa Centurión y Gabriel González, como los adolescentes del cuento, componen figuras más esquemáticas. González, que es un actor muy físico, tiene la oportunidad de moverse por el escenario con desenfado, transmitiendo uno de los significados que la autora le confiere a la palabra ‘ruido’.
La obra llega a un final muy redondo. Hasta escalofriante en términos dramáticos. Se pone así punto final a un buena experiencia teatral. Mérito de Mariana de Althaus y del equipo que la acompaña en esta aventura.
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“Ruido”. Escrita y dirigida por Mariana De Althaus. Con Monserrat Brugué, Denise Arregui, Alexa Centurión y Gabriel González. CCPUCP (Camino Real 1075, San Isidro). Hasta el 2 de mayo.