El teatro Marsano tiene dos vestíbulos separados por una pared medianera. Sobre ella, se suele colocar fotos de actores o se cuelga un gran espejo que cubre los defectos de una tabiquería ya carcomida. En los recientes trabajos de restauración, la productora Makhy Arana pidió retirarla y construir una nueva pared, proyectando además levantar el techo del salón de ingreso.
Luego de picar las capas de cemento y yeso, no pasó mucho tiempo para que los albañiles descubrieran las caricaturas de Osvaldo Cattone y Regina Alcóver asomando del muro. No se trataba de un óleo perdido como para alertar al Ministerio de Cultura, pero para Arana se trataba de un tesoro: era el cartel de “Aleluya, aleluya”, el primer estreno de Cattone en el Marsano en julio de 1976, también conocido como “The Sound of Music”. “El musical de todos los tiempos”, se anunciaba con enormes letras en papel lustre.
Arana miraba el cartel, fascinada. Los obreros dejaron el trabajo en su turno de almuerzo, y sintiéndose sola, llamó a la actriz para compartir el hallazgo. Apuntó la cámara del celular y le mostró las caricaturas de dos bellos, jóvenes y sonrientes protagonistas. Ambas se pusieron a llorar.
“Son señales de Osvaldo”, dijo Regina, con auténtico arrebato místico. La productora lo tomaba como una feliz coincidencia. Sin embargo, finalizada la llamada y devuelta a la solitaria contemplación del cartel, escuchó la reconocible canción de la obra. No lo había advertido, pero el único albañil que quedaba en la obra buscó curioso el título del musical en You Tube y su celular empezó a emitir la melodía compuesta por Richard Rodgers y Óscar Hammerstein II. Y siguió almorzando, atento al sonido de la música.
Recién entonces la productora tomó el hallazgo como una señal. Sintió que el teatro Marsano empezaba una nueva etapa y que Osvaldo estaba allí, muy cerca.
Rescatar un teatro
Han sido meses de remodelaciones y refacciones. Cambiar los pisos, renovar los asientos para las butacas, desplegar alfombras, colgar un nuevo telón, transformar baños y vestíbulos. Pero hay transformaciones internas, inadvertidas por el público, que resultan aún más importantes: invertir en una nueva acústica, cambiar las viejas parrillas de madera y las luces de escena. Reconstruir los camerinos, refaccionar la cúpula del techo, cuyos agujeros acogían murciélagos y algún que otro gallinazo. Cattone había llevado el teatro a lo largo de 49 años, pero la edad real del espacio podría ser un siglo más viejo. Makhy Arana, por años socia del director argentino y responsable hoy de la recuperación del espacio, está lista para reabrir el Marsano tres años después del cierrapuertas a causa de la pandemia, y a dos años exactos de la muerte del actor argentino.
Recuperar el tiempo
Reabrir el teatro es el final del capítulo más conmovedor en la larga historia del Marsano. Acompañada de su hijo Alexander, Arana nos recibe en la oficina del teatro, tantos años compartida con Cattone y con Chalo Gambino. El escritorio y la computadora del director siguen allí, como esperando por él. La productora recuerda cómo la pandemia los obligó a cancelar las últimas semanas de la comedia “Buenos vecinos” y el inminente estreno de “El rey se muere” de Ionesco, que ensayaban con la dirección de Edgar Saba.
Para Arana, fueron semanas inciertas en que costaba admitir que lo más grave estaba por llegar. Nadie podía ir al teatro, no había permisos. Y Cattone, desde su casa en Villa, se comunicaba con ella a diario, dándole instrucciones imposibles, pidiendo a los actores seguir con los ensayos, advirtiéndole que, con permiso o sin él, cogería el auto y conduciría hasta el teatro.
“¿Y para qué vas a ir, Osvaldo? La gente está muriendo. Todo está cerrado”, le repetía. A los 87 años, al actor le costaba entender que su mundo ya no existía. Le tomó medio año asumir que el proyecto de “El rey se muere” también había fenecido. “Yo estaba preocupado por él, un hombre de 87 años, que nos invitaba a la casa y nos recibía sin usar la mascarilla. Él no entendía que yo podría contagiarlo, que no podía acercarme”, recuerda Alexander Du-Bois, hijo de Makhy, y su principal apoyo como asesor de producción.
Ambos recuerdan a Cattone extrañando el escenario, negándose a cualquier proyecto escénico asociado a plataformas digitales. “¡El teatro es presencia; lo otro es una estupidez!”, decía, aunque con un lenguaje menos elegante. Fue entonces que el director decidió escribir sus memorias. Escribía deprisa, porque quería presentar su libro en una feria del libro que tampoco se organizaría, el público seguía ausente para él.
“Luego de entregar el libro en noviembre del 2020, Osvaldo se dio cuenta de algo obvio: que el teatro iba a demorar mucho más tiempo en abrir. Que no volvería al Marsano en mucho tiempo”, señala su socia. Eso significó un momento crítico para él: “Osvaldo no iba a aguantar tres años de teatro cerrado. Era algo imposible”, afirma.
En efecto, un día el director intentó levantarse de la cama y no pudo. La llamó a su teléfono: “Me flaquean las piernas”, le dijo. Ese fue el primero de una serie de traslados a la clínica. Y Cattone nunca tuvo a bien depender de una enfermera. Llamaba a su productora a diario: “¿Has visto el teatro? ¿Ya fumigaron?”, preguntaba desde su casa, escuchando el rumor de la playa. “¿Cómo está el teatro? ¿Has ido?”, repetía.
Arana no se animaba a decirle que había tenido que liquidar a todo el personal, que llegaba al teatro disfrazada de astronauta para administrar papeles y pagar cuentas, en esos días absurdos en que los hombres salían los días pares y las mujeres en impares.
Cattone falleció el 8 de febrero del siguiente año. Nunca sufrió el COVID-19, pero como dice su amiga, la pandemia le quitó el aire con el que el artista respiraba: su teatro. Interpretarlo, dirigirlo, administrarlo, vivirlo atento a sus detalles cotidianos. “Para Osvaldo, el teatro era su prioridad. Por más que le decíamos que podía descansar, que ya no tenía que levantarse temprano, el sentía que había perdido la razón para vivir”, recuerda.
Cuando su socio murió, Makhy Arana no volvió a pisar el teatro en ocho meses. Pensaba que había cumplido un ciclo. Pero con el apoyo de la familia y préstamos del banco, se ha dedicado a reflotar este buque insignia del teatro peruano. Lo más difícil fue volver a entrar al camarín de su amigo, ver sus objetos sobrevivientes: su bata, sus babuchas.
Ahora el camarín luce impecable, como si el actor argentino hubiera salido solo por un momento. Esa es la misión que asume Arana: que nadie olvide a su amigo, el director. Por eso, entre otras cosas, ha mandado restaurar el cartel de “Aleluya, aleluya” que recuperaron de la pared. Tiene pensado colgarlo en la galería del teatro, como una pieza histórica acompañada de tantos otros afiches que darán cuenta de medio siglo de estrenos y del genio de quien los protagonizó o dirigió. “Vas a entrar al teatro y seguirás sintiendo a Cattone. Vamos a seguir su escuela. Sean comedias o dramas, Shakespeare o Goldini, produciremos obras como él quería: un espectáculo accesible a todos”, añade Arana.
La reapertura del teatro Marsano se inicia el 15 de marzo con el estreno de “La verdad”, obra del dramaturgo Florian Zeller, dirigida por Giovanni Ciccia.
La obra contará con un notable reparto: Sergio Galliani, Magdyel Ugaz, Gonzalo Torres y Milene Vásquez.