La última vez que Nidia Bermejo se puso en la piel de la inocente María Josefa fue a finales del 2019. “Pensé que nunca más la iba a interpretar. Recuerdo que cuando recién empezamos con “La cautiva” yo decía: estamos construidos sobre escombros, no tenemos cimientos profundos y así no puede haber sanación”. Por desgracia, cada palabra de aquella reflexión podría aplicarse a la realidad del Perú actual, pues poco o nada hemos aprendido sobre el terrible daño que la desigualdad y la indiferencia puede ocasionar en sociedades tan frágiles como la nuestra. Al respecto, la directora Chela de Ferrari subraya que “la motivación para reestrenar la obra va más allá de cualquier coyuntura política o social. Lo que nos motiva -reafirma- es hacer memoria. Este es un homenaje a las miles de víctimas del conflicto armado interno”. Así es: los nombres de cientos de ellas han sido escritos en una enorme pizarra que se luce sobre el escenario.
"Lo sucedido no hubiera sido posible sin el profundo desprecio a esos ciudadanos (campesinos quechuablantes) de parte de Sendero Luminoso, de las fuerzas del orden, de la clase política que gobernó en esos años, y de la indiferencia de la mayor parte de nuestra población".
Un Viernes Santo en Ayacucho, en medio de cánticos de procesión y discursos políticos por la radio, un hecho abominable está a punto de ocurrir en una oscura morgue. A través de los ojos de una niña de 14 años, “La cautiva” nos interpela sobre lo vivido en una época donde el miedo y la violencia fueron las caras de una misma moneda. Luego de ser asesinada junto a su familia, la adolescente es preparada para el ultraje final a manos de los mismos militares que le dieron muerte y acusaron a los suyos de terrorismo. ¿Cómo es que llegamos a tal grado de deshumanización? ¿Son los vejámenes que sufre María Josefa un retrato metafórico de los que ha padecido el Perú durante una guerra insana que duró dos décadas? Al margen de encontrar respuestas a estas interrogantes, el principal logro de la obra es la capacidad que tiene para conmover y generar preguntas dolorosas sobre un pasado reciente que estamos lejos de superar.
Para esta reposición dos actores se unen al elenco original. Acompañan a Nidia Bermejo, además de Emilram Cossío (el capitán), Rodrigo Rodríguez (el senderista) y Jesús Tantaleán (el cabo), Luis Acuña en el papel del compasivo auxiliar y Paco Varela como el médico. Estrenada en el 2014, esta vez la puesta apunta a captar la atención del público joven que no vivió de cerca esos tiempos y que tal vez desconoce el revuelo que, meses después de su debut en las tablas, ocasionó la acusación de apología al terrorismo que cayó sobre la obra. “Es que nunca hubo qué investigar. Lo que sí hubo fue mucha paranoia porque de estos temas no se hablan”, sostiene Bermejo. De Ferrari, por su parte, califica esa denuncia como “absurda, ridícula e infundada”. Razones le sobran. ¿Acaso contar aquello que nos hizo daño no se asemeja a aplicar sobre la herida un bálsamo liberador del dolor?
A continuación, la directora del montaje responde algunas interrogantes.
─“La cautiva” vuelve a tener una nueva temporada en La Plaza a ocho años de su estreno. ¿Hay alguna motivación especial para este reestreno?
La hemos repuesto muchas veces desde su estreno y esperamos seguir haciéndolo. Solo nos detuvo la pandemia. La presentamos en Ayacucho, Trujillo y aquí en Lima en Arena y Esteras y en el LUM. También ha sido invitada a festivales en Buenos Aires, Chile, Alemania y México. Lo que nos motiva es hacer memoria, ser parte de una reflexión en la que los peruanos y peruanas deberíamos encontrarnos. La obra busca sumarse al cuerpo de obras de diversos artistas de nuestro país para hacer una pequeña reparación simbólica por la indiferencia con la que respondimos a la violencia de esos años. Nos motiva también la posibilidad de ver en el público a jóvenes que no vivieron esos tiempos. Ojalá la obra despierte preguntas que los motive a investigar sobre uno de los momentos más dolorosos de nuestra historia republicana.
─A inicios del 2015, “La cautiva” fue acusada de apología al terrorismo. En retrospectiva, ¿cómo recuerda y analiza ahora aquella situación tan polémica?
Igual de absurda, ridícula e infundada. La obra no es, bajo ningún aspecto, una apología al terrorismo. Sendero Luminoso fue un movimiento profundamente sanguinario y sin precedentes en América Latina. Según el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR), el principal responsable de esos años. “La cautiva” habla de las innegables responsabilidades de este movimiento, pero también de la responsabilidad de las fuerzas armadas. No fuimos ingenuos cuando decidimos montar la obra en La Plaza, una sala ubicada en el corazón de una de las zonas más favorecidas de Lima, donde vive justamente el grupo social que más abiertamente rechazaba el informe de la CVR. Un informe que nos revela que de cada cuatro víctimas, tres fueron campesinos o campesinas cuya lengua era el quechua, y que nos muestra que lo sucedido no hubiera sido posible sin el profundo desprecio a esos ciudadanos de parte de Sendero Luminoso, de las fuerzas del orden, de la clase política que gobernó en esos años, y de la indiferencia de la mayor parte de nuestra población. Decía que no fuimos ingenuos, pero jamás imaginamos tamaño despropósito.
─Usted alguna vez mencionó que la respuesta del público a partir de la obra la había sorprendido...
La reacción del público fue, en pocos casos, de rechazo. Una parte consideraba innecesario, dañino y hasta peligroso hablar de esos años, pero ese es un pensamiento que no nos permite crecer. ¿Cómo podemos avanzar si no somos capaces de examinar uno de los momentos más difíciles de nuestra historia? En el balance final, la respuesta del público fue muy positiva. Y esto gracias al contundente apoyo de la prensa que se pronunció más allá de las páginas de cultura y espectáculos, de personas de diversas organizaciones e intelectuales y artistas de distintas disciplinas. Hicimos foros todos los jueves a lo largo de la temporada. Los comentarios del público eran, en la mayoría de los casos, muy movilizadores. Recuerdo en especial a un militar conmovido intentando entender qué nos pasó, a una joven que quería llegar a su casa para ponerse a leer sobre el tema, a otro joven preguntando “¿qué es un terruco?”.
─¿Considera que los peruanos, en cuanto a autocrítica y a la capacidad de cuestionar el pasado, hemos dado un paso hacia adelante? ¿Hemos madurado como espectadores y ciudadanos?
Si examinamos la situación política y social de nuestro país, veremos lo lejos que estamos de haber desarrollado una capacidad autocrítica con respecto al pasado. ¿Cuál es nuestra autocrítica, por ejemplo, con respecto a la corrupción? ¿O frente a nuestro precario sistema de salud con más de 200.000 fallecidos en pandemia? ¿O frente a la educación? ¿Qué hemos aprendido? Los políticos que nos gobiernan no son extraterrestres (aunque a veces lo parecieran), salen del cuerpo de nuestra ciudadanía. Nos tenemos que hacer cargo. Para evolucionar como ciudadanos debemos asumir responsabilidades. La autocrítica es un primer paso, absolutamente necesario, si queremos producir cambios.
─Además del elenco ¿se han hecho otros cambios en el montaje para estas nuevas presentaciones?
Cada vez que retomamos la obra encontramos nuevas posibilidades creativas. Más aún en este caso, que tenemos a dos actores nuevos. Nos interesa hablar del pasado desde el presente y, en ese sentido, hemos encontrado nuevas oportunidades. Volver a ensayar es volver a jugar.
─Esta puesta es parte de una trilogía del autor Luis Alberto León. “Savia”, que también usted dirigió, se estrenó hace unos años; ¿qué pasó con la tercera, “La Barragana”?
Estrenaremos “La Barragana” en agosto del próximo año, también bajo mi dirección. Ya estamos trabajando en ella.
Lugar: teatro La Plaza. Dirección: Malecón de la Reserva 610, Larcomar, Miraflores. Temporada: hasta el 12 de diciembre. Horarios: de jueves a lunes a las 8 p.m. y los domingos a las 7 p.m. (apta para mayores de 16 años). Entradas: en www.laplaza.com.pe.
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