Negar que todo trabajo dignifica puede parecer una ofensa. Sobre todo para los estados totalitarios, ya sean de izquierda o de derecha, o incluso para las sociedades capitalistas más avanzadas cuyo principal objetivo es la producción. Pero es justamente eso lo que nos dice el dramaturgo español David Desola en la comedia “Almacenados”, que podemos ver actualmente en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
“Almacenados” tiene un arranque irónico y provocador al centrar su mirada en uno de sus personajes. Se trata del señor Lino, un antiguo empleado de los almacenes de una fábrica de astas de bandera y mástiles de aluminio. Se siente orgulloso por su principal logro: la constante realización de una serie de actividades rutinarias siempre a la misma hora y ejecutadas de la misma manera. Su misión ahora es entrenar en cinco días a quien lo reemplazará.
El aprendiz es Nin, un muchacho como otro cualquiera, despierto, distraído por momentos, pero finalmente vivo. Es a partir de este enfrentamiento de personalidades que la obra va adquiriendo cuerpo. Al comienzo, todos los esfuerzos del señor Lino por convertir en un autómata más a Nin parecen certeros. Sin embargo, poco a poco y de la manera más natural, el proceso se revierte. Pero hay algo más en todo esto. Porque la entereza de una obra como “Almacenados” no va ni por la originalidad ni por la sorpresa. Ya el teatro y el cine nos han presentado el tema de la deshumanización del mundo industrial desde hace más de cien años. Y el intercambio de roles también es un tema frecuente en todo tipo de producciones dramáticas. La diferencia se encuentra en el tratamiento o, más que eso, en la pluma de Desola. Porque el autor provee de verdadera humanidad a la obra. No hay grandes parlamentos ni monólogos para el recuerdo. Nada de eso. Hay dos seres humanos sobre el escenario batallando entre sí por una afirmación de identidad. Y eso funciona.
Felizmente, el director Marco Mühletaler aprovecha todas las fibras emocionales del texto. Y con cuidada atención, no se equivoca en ninguno de los movimientos de esta sinfonía. No enfatiza en exceso el humor porque no es necesario. Tampoco quiebra la obra con sentimentalismo cuando la humanización impregna el escenario. Se concentra en un equilibrio que está siempre presente, como en un momento de tanta belleza como la aparición del mástil. A todo esto hay que agregar la precisa escenografía y ambientación, a cargo de los debutantes Ana Osorio y Xabi Gracia.
Finalmente, es la elección de dos actores tan diferentes como Alberto Ísola y Óscar Meza, en los papeles del señor Lino y Nin, respectivamente, lo que confiere a la obra el toque de gracia. Allí está el material verdaderamente humano que encarna las aspiraciones del dramaturgo y el director. Ísola incorpora una nueva y brillante creación a su colección de interpretaciones. Es meticuloso en ese androide que camina por esquinas imaginarias y que poco a poco va despertando hacia su propia identidad. En cuanto a Óscar Meza, ha encontrado un papel en el que calza a la perfección, tal vez por la aparente sencillez que le exige, y se afirma como uno de los actores más interesantes de su generación. Porque donde Ísola es histriónico, Meza es de una naturalidad pasmosa. Y el efecto no puede ser más adecuado para la obra. De manera que cuando el señor Lino ha recuperado su humanidad el triunfo les pertenece a ambos.
“Almacenados” logra reflexionar sin ser moralizante. Es directa y muy clara pero sin esa redundante obviedad de otras piezas teatrales. Y, claro, es también una deliciosa ficción. Todo eso se agradece.
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