En la noche del 15 de enero de 1881 Lima vive, en toda su dramática dimensión, las consecuencias del infortunio de Miraflores. A la ciudad, envuelta en sombras, continúan llegando combatientes dispersos, así como las más alarmantes noticias sobre la forma en que podría comportarse en nuestra capital la soldadesca chilena que no había trepidado en saquear e incendiar Chorrillos, el Barranco y Miraflores. El hospital de sangre, ubicado en el Parque de la Reserva, a esas horas estaba colmado de heridos. Médicos y estudiantes de medicina no se daban abasto, mientras que desde la ciudad seguían enviando cajas con hilas, preparadas desde tiempo atrás por manos femeninas. Todavía no se usaba la gasa y las hilas, conjunto de hebras que se sacaban de las telas, servían para limpiar heridas de toda clase.
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Al incorporarse los gendarmes que cumplían funciones de policía en el ejército de línea, la población de Lima quedó en manos de la Municipalidad, que contaba con reducido número de celadores. El 5 de diciembre de 1880, con la cooperación del vecindario no combatiente y de la Guardia Urbana, conformada por ciudadanos extranjeros, mayoritariamente italianos, franceses, ingleses y de otras nacionalidades, la capital pudo contar con elemental seguridad pública que cumpliría un papel de singular importancia. Los integrantes de la Guardia Urbana, por unanimidad, eligieron jefe a Louis Marie Palasne de Champeaux, nacido en Francia en la localidad de Daoulas (Bretaña) el 1° de diciembre de 1818. Champeaux era capitán de navío en situación de retiro. Había tenido una carrera brillantísima, alternando sus cargos navales con otros de carácter administrativo. Prueba de su valía era la Legión de Honor que por primera vez recibió en 1852, hasta ser comandante de ella en 1869.
En setiembre de 1876 Champeaux recibió la oferta para hacerse cargo de la gerencia del Muelle – Dárcena del Callao, que dependía de la Societe General de Paris. El cargo era importante, la retribución atractiva y Champeaux se embarcó con destino a nuestro país arribando en enero de 1877. En poco tiempo, gracias a su experiencia y carácter, logró darle a esa compleja e indispensable entidad una nueva estructura administrativa con óptimos resultados. Concilió los intereses que representaba con los de los comerciantes que, obviamente, no siempre podían marchar de consuno. Por otra parte, sus relaciones con las autoridades nacionales siempre fueron respetuosas y cordiales, mereciendo de estas reiteradas muestras de consideración.
En la hora más negra de nuestra historia, mientras el Cuerpo Diplomático respaldado por los almirantes de las flotas inglesa, francesa e italiana negociaba con el invasor su ingreso pacífico a Lima, pidiéndole garantías de que no habría saqueos ni incendios, Louis Marie de Champeaux, sin dilación alguna, tomó medidas acertadas y severas para que no cundiera el pánico y con mano firme puso fin a los disturbios que prontuariados delincuentes habían iniciado contra modestos negocios en los barrios más apartados de la ciudad. El temido expolio lo cometerían más tarde las autoridades de ocupación, siendo muestra de ello la forma en que quedó nuestra Biblioteca Nacional, el envío a Santiago de Chile del famoso reloj de Ruiz Gallo, los laboratorios de la universidad y hasta los bancos de mármol de las plazuelas. El 17 de enero de ese trágico 1881, en el marco de un silencio sepulcral, los chilenos ingresaron a la capital.
En esa circunstancia, desde París se le pidió a Champeaux que continuara en el cargo, pero este respondió que era contrario a sus convicciones éticas no solidarizarse con el Perú y presentó su renuncia. Un numeroso grupo de damas limeñas, en emotiva y sobria ceremonia, le hizo entrega de una tarjeta de oro como testimonio de gratitud y aprecio. Semanas más tarde Champeaux retornó a su patria. Este noble y buen amigo del Perú falleció en Paris el 12 de enero de 1885. Al conocerse la noticia entre nosotros, El Comercio publicó un emocionado y justo comentario: “El señor Champeaux, por sus finas maneras, por su esmerada educación, por su bien cultivada inteligencia, por su probidad nunca desmentida y comprobada en muchas ocasiones, por los importantes y desinteresados servicios que prodigó al país, principalmente a Lima y el Callao, en los momentos de mayor angustia, es dignísimo de nuestra gratitud y de que consagremos a su memoria un lugar preferente”. El Comercio, con estas líneas, reitera tan merecida invocación.
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