Con jipi japa, pañuelo y poncho plomo de alabastro, por esa placita cabalga plácidamente José Antonio. Hace 7 años que ha llegado a Barranco para escoltar a Chabuca, a la flor de amancaes y a los enamorados que se toman fotos con el Puente de los Suspiros como telón de fondo. Sobre esos cuatro cascos cantando y ese extraño andar del paso llano gateado, cuán elegante y garboso sujeta la fina rienda de plomo. Qué dulce gobierna el freno. Y esas cintas de sulfato cálcico hidratado con las que da quiebres graciosos al criollo berebere. Y mientras corre la mañana su recuerdo juguetea. En realidad, es lo único que juguetea porque la cabeza del jinete ha bajado de los cielos, ha rodado por los suelos.
“Hoy a primeras horas de la mañana, la estatua de José Antonio que forma parte de nuestro patrimonio cultural, ubicada frente a la Ermita de Barranco, fue decapitada por razones que nos encontramos investigando”, señaló la Municipalidad de Barranco apenas las redes sociales y su ubicua red de corresponsales ad honorem informaron al culto público que, efectivamente, la cabeza del célebre chalán había sido arrancada de cuajo. La barbilla astillada y el ala del sombrero partido en dos advertían la ferocidad del ataque. Y mientras la municipalidad investiga las razones de la sinrazón, procedemos a recordar al célebre jinete que felizmente recobró la caja craneal y sigue escoltando a Chabuca.
Aromas de mistura
“Mi plácida niñez transcurrió en la quebrada de la Bajada de los Baños del Barranco, balneario sobre el Pacífico a ocho kilómetros de Lima”, escribió alguna vez la cantautora, que había llegado al distrito bohemio en 1925 para no irse jamás: su fina estampa se eterniza tanto en el paseo que lleva su nombre —ese que sale del parque y conduce a las escaleritas del Puente de los Suspiros—, como en la breve explanada que se extiende frente a la iglesia de la Ermita, territorio que ella gobierna con mirada altiva mientras el jinete hace lo propio con su caballo, aquel del paso peruano. Esa es la frase que aparece escrita en la placa de bronce que conmemora la llegada de ambas efigies esculpidas por el artista ayacuchano Fausto Jaulis.
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