Hace dos semanas, precisamente el 9 de los corrientes, se ha conmemorado un año más del nacimiento en Lima de Manuel Pardo y Lavalle (1834 – 1878). No queremos recordar tan solo al hombre de levita y chistera que ejerció la jefatura del Estado, hasta entonces reservada a militares, al fundador del Partido Civil, al progresista alcalde de Lima, al abnegado presidente de la Beneficencia Pública, al senador por Junín y presidente de su Cámara, al académico de la Lengua, al secretario de Hacienda en el “Gabinete de los talentos”, al hombre, en fin, que con su prematura y trágica muerte dio una última lección de civismo y virtudes cristianas; queremos recordar, fundamentalmente, al personaje que puede proponerse a los peruanos como ejemplo de vocación de servicio al país. Un servicio brindado con talento, eficacia, sacrificio y honestidad pulquérrima.
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Manuel Pardo recibió, tanto en Lima como en Europa, una educación esmerada, demostrando gran aptitud para los estudios económicos. Heredó de su padre Felipe Pardo y Aliaga, el gran escritor y poeta satírico, la pasión por las letras. Las circunstancias lo hicieron sucesivamente agricultor, hombre de empresa y hombre de Estado. Mas nunca abdicó de sus inquietudes periodísticas y amor por los libros. Pardo fundó el Partido Civil, la primera organización política que merece tal nombre en el siglo XIX. “Unámonos de una manera permanente y no fugaz ni transitoria, dijo a sus seguidores, ya que la misión de los pueblos republicanos no es tan solo la de dar vida a los poderes públicos, sino también la de dirigirlos en su carrera y sostenerlos en su lucha”.
El Partido Civil no fue antimilitarista. Distinguidos militares y marinos en actividad, la Constitución de 1860 lo permitía, fueron sus fundadores e integraron sus filas. Durante el gobierno de Pardo se restableció el Colegio Militar, se fundaron las Escuelas de Cabos y de Grumetes y se renovó la Escuela Naval. Pardo dirigió al país en un momento nada propicio. Su cuatrenio, 1872 – 1876, estuvo signado por una gravísima crisis económica interna y otra global. En este contexto estatizó las salitreras que, junto con el Tratado de Alianza Defensiva con Bolivia, como ha escrito Carmen Mc Evoy, “fueron el pretexto usado por Chile para la declaratoria de guerra en abril de 1879″.
Pese a tales problemas Pardo trató de restaurar las finanzas públicas, crear una República Práctica, la República de la Verdad. Allí quedaron como fruto incuestionable de su labor el inicio de la descentralización, el afán moralizador en un país que había despilfarrado el dinero de manera condenable, el impulso a la educación con calidad en todos sus niveles, la tarea colonizadora de la selva, la modernización o fundación de muchas instituciones, la irrestricta libertad de prensa, etc.
Como Ramón Castilla o Nicolás de Piérola, su gallardo y tenaz adversario, Pardo fue acrisoladamente honesto en el manejo de los dineros públicos. Por eso, con autoridad moral, dijo: “Para conservarnos siempre fuertes necesitamos ser lógicos en los principios que profesamos y respetables por nuestros actos, porque la fuerza de los partidos está en la estimación que inspiran y los pueblos no prodigan su estimación sin límites sino a los que cumplen lealmente sus deberes”. En Pardo, se ha dicho, se encarnaron nuevos postulados, nuevas esperanzas cívicas, vagas hasta entonces por la falta del necesario realizador. Manuel Pardo sembró semilla fecunda. El Partido Civil tendría vigencia a lo largo de medio siglo y gobernaría durante los años que se han denominado “República Aristocrática”. Para mayor prez del linaje Pardo, su hijo José sería también presidente de la República en dos administraciones.
Pocas semanas antes de concluir su mandato, el 29 de mayo de 1876, Manuel Pardo y su ministro de Gobierno Aurelio García y García, ofrecieron una comida a los representantes de la prensa de Lima y Callao, tanto amigos como adversarios. En esa oportunidad hubo un sincero y noble brindis del gobernante por estos últimos. El Comercio llamó a Pardo “mecenas del progreso nacional” y tuvo con él, a lo largo de toda su trayectoria pública, cordial amistad y cercanía. Cumplimiento leal y honesto del deber, ese fue el legado perdurable de Pardo al bagaje espiritual de nuestra nación.
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