Construido a inicios del siglo XV al pie de una montaña, sobre un batolito, entre los Andes y la ceja de selva, Machu Picchu asombró siempre por la simetría de sus piedras, la disposición de sus recintos, su eficiente sistema hidráulico, su red vial, así como su estrecha relación con un impresionante entorno natural. Un ecosistema de andenes y bosques nubosos de más de 37 mil hectáreas. Pero esta maravilla del mundo, el principal destino turístico del país, no es eterna.
En 1983, cuando a pedido del Estado peruano la Unesco decidió otorgarle el título de patrimonio cultural y natural de la humanidad, reconoció esos atributos y afirmó, en síntesis, que se trataba de “una obra maestra del arte, del urbanismo, la arquitectura y la ingeniería de la civilización inca, resultado excepcional de la integración con su medio, fruto de un esfuerzo titánico que asemeja una prolongación de la naturaleza”, además de resaltar sus “características geomorfológicas de rara belleza que contienen una extraordinaria diversidad de flora y fauna originaria en un contexto de interacción entre la Amazonia y los Andes”. Pero, con esta declaración, el máximo organismo de la cultura mundial le otorgó también al Estado peruano la responsabilidad de proteger y preservar este legado para las futuras generaciones.
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Sin embargo, casi 40 años después de ese reconocimiento, las amenazas a Machu Picchu son múltiples. No se trata solo de derrumbes, deslizamientos o incendios forestales, como el desencadenado hace dos semanas, que tienen causas tanto naturales como antrópicas (humanas), sino también de su sostenibilidad por la presencia de hongos y líquenes en sus construcciones líticas, así como respecto al número de turistas que el sitio puede recibir a diario. En cuanto a su entorno, este se ve afectado por las continuas invasiones de las áreas protegidas y el crecimiento desmedido del pueblo del mismo nombre en un área de gran vulnerabilidad.
“Machu Picchu no solo debe ser conservado, sino debe ser preservado, pero esa parte no quieren entender ni la población ni muchas autoridades”, dice la investigadora Bertha Bermúdez, quien viene trabajando en el sitio hace dos décadas. “Ahora mismo quieren que todo vuelva a ser como antes, se oponen a los protocolos de los circuitos que se establecieron por la pandemia a fin de que no haya aglomeraciones, y siempre quieren traer más y más turistas”, enfatiza. “Yo estoy acá 20 años y he visto cómo ha crecido desmesuradamente el pueblo en condiciones terribles. No se respeta el reglamento de construcción, un edificio de cuatro pisos debe tener como mínimo accesos de un metro y medio, pero existen pasajes de 50 centímetros, donde el turista debe entrar de perfil, es increíble”, agrega.
Espacio sagrado
“Lo que todos tenemos que entender es que Machu Picchu es un lugar sagrado. Durante la época inca fue una llaqta, un centro político, religioso y administrativo, y capital de esa gran área que correspondería a las zonas de Picchu y de Vilcabamba, y está construido en un lugar neurálgico de interacción entre los Andes y la Amazonia. Antes de los incas, el lugar ya era considerado sagrado por las poblaciones que transitaban por Vilcabamba. Ahora, claro, se ha convertido en un recurso turístico, pero nuestros monumentos arqueológicos son recursos no renovables y por eso la misión del Ministerio de Cultura es proteger nuestro patrimonio”, dice el arqueólogo José M. Bastante, actual jefe del Parque Arqueológico Nacional de Machu Picchu.
Como afirma el especialista, Machu Picchu no es solo la llaqta, sino es parte de un área natural y cultural protegida que comprende más de 60 monumentos arqueológicos, más de 300 kilómetros de caminos prehispánicos y una enorme biodiversidad de plantas y animales, algunos en peligros de extinción como el oso de anteojos.
“Las labores de conservación y mantenimiento son permanentes —asegura Bastante— y no han parado a pesar de la pandemia. Exclusivamente para el caso de la llaqta hay aproximadamente 50 conservadores dirigidos por dos profesionales en arqueología que se dedican a mantener el monumento, estamos hablando de tratamientos de pisos, cubertinas de muros, techado de algunos recintos y el control de agentes biodeterioradores. Últimamente, se han diseñado e implementado escalinatas de madera para proteger elementos líticos que, con el paso del tiempo y la visita de miles de turistas, se han visto afectados. Es un trabajo arduo, al que mucha gente le ha dedicado su vida entera y que tenemos que mantener”.
Incendios: riesgo permanente
Como explican Bastante y Bermúdez los riesgos de incendios forestales son frecuentes en épocas secas (entre abril y agosto) y la mayoría de veces son provocados por las quemas de cultivos anuales que siguen practicándose, a pesar de las advertencias del Sernanp. “En Machu Picchu siempre hubo incendios —alerta Bermúdez— y el primero conocido fue ocasionado por el propio Hiram Bingham, pues todo esto era un inmenso bosque de especies nativas y él fue el primero que lo quemó porque no había otra manera de abrir el sitio”.
Según Bastante existe un comando especial para incidentes de este tipo en el que participan la Dirección de Cultura del Cusco, el Sernanp y la municipalidad distrital de Machu Picchu, con el apoyo de la Policía Nacional y empresas privadas. “En el último incendio que hemos tenido —refiere— el monumento de Llamakancha no fue afectado por el fuego, pues la estructura arqueológica estaba libre de vegetación por los cortes continuos que se realizan. El fuego rodeó el sitio pero no afectó la arquitectura”. En esa línea, Bastante anuncia que existe actualmente un proyecto de inversión para renovar los equipos con los que cuenta el sector Cultura y el Sernanp para combatir estos desastres.
Investigaciones continúan
A 15 años de la votación en línea que le otorgó a Machu Picchu la designación de maravilla moderna y a casi 40 años de su importante inclusión en la lista de patrimonio mundial de la Unesco, más allá de los problemas las investigaciones arqueológicas en el área protegida continúan. Actualmente, se están realizando análisis radiocarbónicos de aproximadamente 300 muestras de diferentes proyectos que, junto con la información proporcionada por las nuevas excavaciones, permitirán tener una cronología más precisa de la ocupación inca de esta zona.
Mientras esto ocurre, Bastante pide “respetar el sitio sagrado”. “Machu Picchu ya dejó de ser un destino de último minuto. Es importante planificar y programar el viaje con anticipación y respetar los horarios de ingreso asignados”, dice. Aunque no es obligatorio, él recomienda contratar guías de turismo para entender la importancia del lugar y llevarse una mejor experiencia del sitio más significativo del Perú prehispánico.
Aunque el esplendor de esta región llegó con los incas, en el Parque Nacional Machu Picchu se han encontrado vestigios de hace más de 3.000 años (horizonte temprano), que demuestran todo un proceso cultural que terminó con la llegada de los españoles a mediados del siglo XVI. Existen innumerables investigaciones arqueológicas y etnohistóricas que demuestran la importancia del sitio como llaqta, centro administrativo, comercial, religioso, observatorio astronómico y lugar de recreo de la nobleza inca, durante la época de Pachacútec.
De acuerdo con cifras proporcionadas por el Parque Arqueológico Nacional de Machu Picchu, en el 2020, año del inicio de la pandemia, 266.110 turistas ingresaron al sitio arqueológico ubicado en Cusco. En el 2021, la cifra fue de 449.501, y en lo que va del 2022, ya han asistido 401.546 turistas. Cabe destacar que antes de la pandemia Machu Picchu recibía 1.5 millones de visitantes al año (el número diario establecido por la Unesco para su conservación es de 3.044 personas). Para programar, su visita puede ingresar a www.machupicchu.gob.pe
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