La noche de las elecciones rusas de 2012, Vladimir Putin lloró. El dictador, que acababa de obtener una nueva y fraudulenta victoria que le garantizaba seis años más en el poder, derramó algunas lágrimas mientras agradecía el triunfo a sus seguidores. La escena sorprendió a muchos, pues Putin es un individuo poco dado a demostrar cualquier clase de efusión emocional. Al día siguiente, aclaró que el llanto no había sido producto de su sensibilidad, sino de las fuertes ráfagas de viento invernal que azotaron su rostro. Para el hombre que tiraniza Rusia y que hoy emprende una desquiciada guerra de conquista, exhibir debilidad es una traición inadmisible. En sus memorias, aparecidas antes de asumir la presidencia en 1999, se autodefinió como “un verdadero matón”. La violencia despiadada, el desprecio al juego limpio y el empeño por suprimir todo tipo de disidencia son sus banderas. Creer que lo mueve la estrategia política y militar es un error: sus motivos son primitivos y tenebrosos, más enfocados en sí mismo que en la potencia mundial que representa.
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La periodista ruso-norteamericana Masha Gessen (Moscú, 1967) dedicó varios años a desentrañar el pasado y la personalidad de Vladimir Putin, entrevistando a decenas de personas que lo conocieron desde su oscura niñez en Leningrado hasta que se convirtió en el incontestable líder que hace y deshace sin que nadie cuestione sus designios. Con la abrumadora información que recabó pudo escribir “El hombre sin rostro” (2012), una biografía minuciosa en la que se propone demostrar –con éxito– que Putin está muy lejos de la imagen de austero y decidido adalid antiimperialista que cierta izquierda confundida ha pretendido imponer, bajo la torpe convicción de que cualquier déspota que se oponga a Estados Unidos es un prohombre al que se debe defender a como dé lugar. El libro de Gessen ha sido reeditado en este contexto bélico donde el pequeño sátrapa ha expuesto otra vez su desdén por la vida ajena y su voraz pleonexía: el deseo insaciable de poseer lo que pertenece a otros.
La sección más novedosa del trabajo de Gessen es la primera, centrada en la infancia y juventud de Putin, la parte menos conocida de su vida. Ahí encontramos al pequeño Vladimir en la Unión Soviética de los cincuenta, habitando un ruinoso edificio de cocinas comunales y patios llenos de basura. En ese lugar se convirtió en un bravucón capaz de morder y arrancar los pelos a quienes se atrevieran a humillarlo. Hasta los trece años fue un paria y un mal estudiante, hasta que su deseo de volverse agente de la KGB –cuando los niños de su generación soñaban con ser cosmonautas– lo transformó en un muchacho disciplinado y estudioso. Su ambición de ser nombrado espía en la Alemania Federal nunca pudo cumplirse: lo enviaron a la contraparte comunista, donde ejerció una función discreta, por no decir mediocre. Cuando la URSS se derrumbó, Putin era un ser gris e insignificante que en su labor de espionaje había evidenciado una absoluta incapacidad para socializar con los demás. Al borde de la cuarentena años, sencillamente no existía.
Fueron una serie de eventos imprevistos y un gran error de la oligarquía –que creyó ver en él a un tipo obediente y maleable– los que lo encumbraron a la presidencia de Rusia. Aquí el relato de Gessen gana dramatismo, tanto por los hechos que narra como por el miedo y la necesidad de anonimato de sus fuentes, aisladas en el campo o sometidas a amenazas de muerte. Si bien la tesis de la autora sobre que Putin ha impulsado el regreso de una nueva Unión Soviética puede ser al menos debatible, no hay duda de que Putin y Stalin comparten semejantes rasgos psicopáticos: la carencia de escrúpulos al eliminar a los adversarios, la convicción de que el fin de un subversivo debe ser lo más espantoso posible, aun a costa de la vida de inocentes –fue lo que ocurrió en Beslán o en el teatro de Moscú secuestrado por insurgentes chechenos– y, como hemos visto en las últimas semanas, una cruel vocación expansionista. Messen finaliza su admirable libro asegurando que el fin de Putin está próximo. Lo afirmó hace diez años, y la realidad es que todo indica que su ominoso reinado no tiene fecha de caducidad. Mientras tanto, que Ucrania resista.
Autor: Masha Gessen
Editorial: Debate
Año: 2021
Páginas: 316
Valoración: 4.5 estrellas de 5 posibles
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