Granta nació en 1889 en los pasillos de la Universidad de Cambridge y desde entonces se ha consolidado como una de las revistas literarias más importantes de habla inglesa. Su versión en español apareció por primera vez en mayo de 2003 y luego de publicar textos de figuras como Ricardo Piglia, Luisa Valenzuela, Juan Gabriel Vásquez y Nayla Chehade, su más reciente número ha sido dedicado enteramente la literatura peruana contemporánea.
Valerie Miles, cabeza de la entrega, se propuso simular un viaje por la geografía, sabores y traumas del Perú de la mano de 42 narradores y narradoras, algunos consagrados y otros abriéndose paso en el complicado y tan ingrato camino de las letras nacionales. Este número reluce el talento nacido en nuestro país, pero también increpa nuestra eterna costumbre de hacer reconocimientos póstumos.
―Esta entrevista nos sorprende pocas semanas después de la muerte de Julia Wong (1965-2024). ¿Cómo su texto de la fusión de la comida peruana y china llegó a esta edición de Granta?
Estuve leyendo la poesía de Julia y me di cuenta de la potencia de su voz. Tenía ideas muy claras y me interesaba encontrar alguien que pudiese aportar una mirada que recogiese la diversidad del último siglo de migración. Costó encontrarla y es que el Perú, junto con Colombia, es uno de los países más difíciles para las escritoras. Hace seis años, mientras realizaba un proyecto en torno a la literatura peruana, los comentarios sobre la labor de las escritoras peruanas eran siempre negativos. Entonces incluí a Blanca Varela y otros nombres clásicos respaldados desde el aparato crítico.
―¿Y cómo diste con otras creadoras?
The New York Times me pidió escribir una crítica de “La sangre de la aurora” de Claudia Salazar Jiménez, ella fue mi puerta para descubrir nuevos nombres. En el pasado había consultado a mujeres que se movían en el ámbito de la organización de ferias, pero no eran muy generosas en sus comentarios. Quería buscar a escritoras de diversos géneros, pero tenía el problema de que en Granta no publicamos mucha poesía, es una revista enfocada más en la narrativa.
―Sin embargo, en este número existen versos que están en otros idiomas además del español.
Es que era imposible hacer un número dedicado al Perú sin poesía.
―Retornando a los textos que giran en torno a la comida peruana, hay que decir que es un tema que con el paso del tiempo se ha convertido en cliché. ¿Cómo se logró no caer en ese lugar común?
Intenté no utilizar la palabra culinaria, no quería entrar en el vocabulario turístico y comercial de la comida, sino entenderla como ritual, memoria y arte. Plantée a los escritores que colaboraron en esta sección que plasmen sus recuerdos en torno a los sabores que los atan al Perú, no cuál era su comida favorita.
―¿Dirías que si bien el Perú carece de grandes museos y galerías, nuestra mejor colección artística e histórica está en los platos de comida cuyos orígenes desconocemos?
Exactamente, por eso la sección abre con un texto de Gastón Acurio. El descubrimiento de su primer ceviche demuestra cómo la comida es un arte que acerca a los peruanos a la tierra. Lo mismo sucede con lo escrito por J.J. Maldonado sobre la pachamanca, Efraín Kristal vinculando la tradición judía con un arroz con pato o Mónica Carrillo y Lucía Charún-Illescas hablando de la tradición afroperuana.
―Cuando hablamos del Perú siempre se menciona su comida y cuando hablamos de literatura peruana siempre nombramos a Mario Vargas Llosa. ¿Era posible que este número de Granta apareciera sin un texto del Nobel o es que toda esta generación de creadores y creadoras sigue trabajando bajo su influencia?
Se podría, quizás, si no estuviese vivo. Para cualquier país es impresionante tener un Nobel, aunque se trate de un premio cuestionable porque Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Vladimir Nabokov no lo ganaron, con lo cual quiero decir que quizás haya otros escritores peruanos que debieron ser considerados. Se puede estar en contra de la manera en que Vargas Llosa ve el mundo, sus posturas políticas un poco machistas, pero tiene una obra con títulos cumbre que no se pueden obviar. Cuando alguien gana un premio como el Nobel más personas aprecian y respetan la literatura, afecta a los que están escribiendo y publicando y anima a las generaciones venideras. Es un premio que funciona como una onda expansiva que afecta a todo el entramado literario de un país.
―Es decir que entre los escogidos en este número de Granta ves a un potencial premio Nobel.
En algunos casos son aún muy jóvenes y tienen una carrera que cultivar. Jaime Rodríguez Z. está saliendo de la forma a la que estaba acostumbrado a escribir y aparece aquí con “Desértica y olvido”, un texto absolutamente maravilloso. Carlos Yushimito…
―Quien tuvo un silencio literario muy largo, por cierto.
A veces cuando los escritores empiezan a brillar, la industria editorial insiste en que debes escribir una novela cuando quizás no eres novelista. Lo hacen solo pensando en cuánto venderán y creo que Carlos estuvo bajo mucha presión y decidió tomarse un momento para pensar quién era como escritor. Ahora, con este cuento (“La prefectura”), ha regresado diciendo: “Este soy yo”. Muestra que su narrativa, como los cuadros, evocan. No terminas de saber qué está pasando exactamente, pero no importa porque te deja una sensación. Carlos Yushimito es un escritor con una mirada interior extraordinaria como Miluska Benavides.
―Y sorprende que en el caso de Miluska las grandes editoriales peruanas no hayan prestado atención y cuidado a su trabajo.
Uno se pregunta por las razones de ese silencio, pero no pasa nada, para eso está Granta. Nuestro papel es encontrar a este tipo de escritores poco atendidos no por razones de calidad, sino por motivos sociales o políticos. Hay casos de escritores, como el colombiano José Ardilla, que al no ser de la capital, el centro de poder tiende a apartarlos. No sé si es el caso de Miluska.
―Algo similar sucedió con Karina Pacheco quien escribió durante años, ganó premios, pero la atención cayó sobre ella cuando ganó el Premio Nacional de Literatura.
Hoy vemos que las mujeres están leyendo a mujeres. Si las escritoras venden más que los escritores ¿qué hará el poder? Apostará por ellas y para hacerlo se necesitan que ganen más premios y que sus obras sean reseñadas. Lo que inició como una reinvindicación social se está convirtiendo en mercado y al crecer veremos a más mujeres recibiendo galardones y teniendo su espacio. No es por ser buenos con ellas, sino que el mercado lo pide. Ahora el mundo editorial necesita de una Karina Pacheco y una Katya Adaui porque las respaldan un Premio Nacional de Literatura.
―Quizás uno de los mayores retos del mundo editorial será captar a una nueva generación cuya capacidad de atención y retención no supera los cincos minutos.
Se ha apostado por bajar cada vez más la calidad de los libros. Los grandes grupos editoriales ahora publican poemarios de gente que ni son poetas. Siempre hay periodos en los que entramos a la cueva por un momento y logras salir porque la gente reconoce que se ha llegado a tal punto de banalidad que empiezan a buscar calidad. Son ciclos.
―¿Cómo evitar que esa nueva apuesta por la calidad vuelva a maquillarse con elitismo?
Cuando en Estados Unidos se refieren a la élite intelectual, siempre me pregunto si sabrán cuánto ganamos. Si élite quiere decir que leo muchos libros y tengo conocimiento, cualquier persona puede serlo gracias a la red de bibliotecas que está al alcance de cualquiera.
―Élite también hace referencia al grupo de personas que son celosos de sus círculos sociales incluso con aquellos que están formándose para parecerse a ellos.
Es natural que exista una jerarquía del conocimiento. Cualquier persona no puede conocer lo mismo que otra quien ha dedicado su vida al trabajo intelectual y a veces hasta es complicado explicar lo que sabes porque te ha tomado más de dos décadas de lectura y estudio llegar a donde estás. Los que cantan en la ducha ni se plantean ir a La Scala de Milán y pedir que les dejen cantar una temporada, pero vemos que algunos que solo se han dedicado a escribir tweets se creen con la capacidad de escribir una novela.
―Es decir, ¿el mayor miedo ya no es la desaparición del libro sino, como señalaste, la constante aparición de poemarios escritos por alguien que ni siquiera es poeta?
Ese es el gran problema. Los libros buenos, aunque una persona no sea capaz de entender todo lo que pasa, tienen una reverberación que se queda con el lector. No hace falta ser el propio Shakespeare para vivir sus obras. Si banalizas demasiado, la gente no logra entender cuál es el verdadero valor de un libro. Terminas por vender algo vacío que comprará una o dos veces, pero a la tercera ya has perdido al lector.
―¿Las redes sociales son buenos aliados de las editoriales?
Fueron buenos aliados cuando solo se compartía información, ahora es solo publicidad, todo muy comercial. Alguien habla sobre un libro solo porque le dará likes. No es que se creen olas, tan solo se suman a estas.
―¿En quién confiar para entender la marea del mundo editorial?
Yo tengo la suerte de moverme en el mundo anglo. No es que sea más importante, sino que al ser más grande está menos dado a las corruptelas de información. Tenemos medios como The New Yorker, The New York Times, The New York Review of Books, The Atlantic, The Guardian y 150 revistas literarias. Así es mucho más difícil que un grupo grande domine la información que está saliendo sobre una novela. En España es más difícil porque Penguin es el grupo más grande e importante y todo el mundo quiere quedar bien porque tienen el dinero y el poder. Una cultura literaria es saludable cuando existen revistas especializadas, ahí es a donde voy para encontrar la información que necesito.
―En conclusión, consultar revistas, desconfiar de los primeros anaqueles que vemos en las librerías y rebuscar entre los libros escondidos.
Hay que contrastar y seleccionar o tener una fuente fiable. En la literatura es bueno desafiarse a uno mismo y no leer siempre lo que sabes que te va a gustar. Siempre he dicho que la literatura no es algo que debería hacerte sentir cómodo en todo momento, debería agarrarte de las solpas, samaquearte y obligarte a mirar desde una postura que, a veces, ni es natural. La literatura es una experiencia, si no pierdes el tiempo. La literatura es peligrosa porque estás entrando en comunión con otra persona, con un punto de vista que no es inocente y que te está intentando seducir.
―¿Qué textos de la edición de Granta dedicada al Perú te desafiaron más?
El de Patricia de Souza (1964-2019), quien es una enorme pérdida para las letras peruanas. Nadie le hizo caso durante muchos años y luego muere. Me alegra haber publicado este texto suyo que, se supone, es el borrador de algo que estaba escribiendo. No creo que lo sea, es más como un diario. Ella estaba viendo que el final se aproximaba y lo puedes sentir al leerlo, como si reconociera que son sus últimas líneas. Fue una voz potente que hubiese podido crecer con un poco de reconocimiento. Los poemas de Ch’aska Eugenia Anka Ninawaman y Joseph Zárate también me desafiaron.
―Entiendo que el orden de aparición de los textos tienen una explicación
Intentamos hacer un paseo iniciando por norte, bajando hasta Lima para abrirnos a las diásporas. El número finaliza con el texto de Vargas Llosa (“Escribir una novela”), pero antes de él está Giancarlo Poma (“Años de peregrinación”) porque creo que era un digno contrincante del Nobel. Son de épocas distintas, pero es una persona con muchísimo potencial para los próximos años.
―Y también hay un texto tuyo, “La serpentínica ú”, en refererencia a un verso de Vallejo.
Mientras leía y miraba arte peruano, la serpiente aparecía constantemente. Mientras que para el cristianismo, este animal está vinculado al demonio, en las culturas indígenas peruanas se asocia a un renacer, como un símbolo del eterno retorno. Luego lo vi en la obra de Vallejo y pensé que debía tener una aparición constante en esta edición. Trabajamos en este número durante los conflictos registrados tras el golpe de Estado de Pedro Castillo y la muerte de casi cincuenta peruanos. Volví a pensar en la serpiente como un símbolo importante al ser inicio de un nuevo ciclo, pensando en una nueva salida, como un brote de esperanza porque todo lo que se cimenta sobre muertos tiene que ser pensado.