El corazón de Margarita Saona tuvo en cierto momento una válvula porcina. Para que siguiera latiendo, los médicos debieron recurrir a un puerco; y ella tuvo que arriesgarse “a ser en parte chanchito”. Tiempo después, su salud empeoró, y ya no fue suficiente la asistencia orgánica, sino también la tecnológica: una serie de máquinas fueron conectadas a su cuerpo para mantenerlo con vida. Y por suerte, Saona sobrevivió.
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De esa doble experiencia que alteró su naturaleza humana es que surge “De monstruos y cyborgs”, un breve ensayo en el que la autora reflexiona sobre la forma en que superó su problema cardiaco mediante piezas ajenas a su organismo. Entre sus meditaciones, hay referencias a “Frankenstein” y Christiaan Barnard, al “Manifiesto Cyborg” de Donna Haraway y a H.G. Wells. Voces que la ayudan a ir trazando una identidad que por momentos creía perdida.
—Este es un tema que ya habías explorado en tu poemario “Corazón de hojalata”. ¿Cómo te animas a hacerlo ahora en esta suerte de ensayo?
Yo lo veo como una necesidad propia de volver al tema, buscando maneras de expresar una situación límite. El poemario presenta algunos textos que escribí muy centrados en el lenguaje mismo, inmediato a la experiencia. Y con el tiempo tuve una mayor capacidad de enfrentarme a ciertas preguntas que habían aparecido de una manera más sutil, pero que ahora tenía la distancia suficiente para abordar. Este es un libro en el que voy explorando ideas que no siempre me llevan a una respuesta, o por lo menos no a una respuesta absoluta, sino a distintos ángulos para abordar problemas que me presenta la situación de las intervenciones quirúrgicas, de las máquinas, de los trasplantes, y cómo esto se relaciona con la humanidad. Curiosamente, este es el segundo de tres proyectos. Tengo también uno que saldrá más tarde este año, o el año siguiente, una memoria en la que voy a contar más sobre mi experiencia. Allí reúno el diario en línea que tenía, un blog en el que contaba lo que me iba pasando.
—En ambos casos el formato breve se adecua muy bien a lo que buscas transmitir, ¿no? ¿Qué sientes que te brinda?
Creo que no es necesariamente lo que yo busco en ese formato, sino lo que me sale. Se debe en parte al tipo de vida que llevamos, con interrupciones constantes. Pequeñas ideas que una anota, que van saliendo en los pequeños tiempos que tenemos, y que luego se pueden expandir un poco y desarrollar. Por eso el proyecto futuro es algo totalmente diferente para mí, porque es un proyecto largo, de no ficción, algo que no había explorado antes. Pero en “De monstruos y cyborgs” me tomé la libertad de escribir un poco para mí, escribir como pienso, y no necesariamente en una construcción narrativa ordenada, o en un ensayo académico extenso, que busque toda la bibliografía existente. Esto es para mí también una exploración a nivel del género libro. Construir un libro pequeño a partir de estas pequeñas preguntas y chispas de respuestas.
—¿El tema médico, o de la enfermedad ligado a la literatura, solo te empezó a atraer a partir de tu problema cardiaco?
Creo que hay una serie de conexiones que son bastante interesantes. Lo que me ha interesado durante mucho tiempo, aunque tal vez no lo articulaba de esa manera, es la relación con la materialidad, con la corporalidad. Para uno de mis libros sobre la memoria del trauma social en el Perú, más del tipo de estudios culturales, empecé a indagar mucho en ideas que tienen que ver con cómo la obra de arte, el monumento o el espacio, nos tocan sensorial y emocionalmente. Desde ahí empecé a desarrollar un interés por los aspectos fenomenológicos de la cultura. Y claro, cuando me enfermé, establecí esa conexión: la forma en que no se puede separar el cuerpo de la experiencia.
—¿Te desconcertó mucho el tema de la válvula porcina que te implantaron? Esa idea de tener una parte animal en tu cuerpo.
En ese momento no me desconcertó tanto, la verdad. Sí, hasta cierto punto, el pensar en qué tipo de experimentación con animales se habrían realizado para desarrollar esto y tener resultados. Pero la verdad es que hasta después de la operación tuve severas complicaciones, entonces eso quedó allí, sin darle más vueltas en ese momento. Porque en realidad esa válvula no arregló muchos de mis problemas cardiacos, y yo estaba más en el periodo de subsistencia. Entonces solo quedó en una idea, y en muchas referencias literarias y de otros estudios, casi por deformación profesional. Como la referencia a “La isla del doctor Moreau” de H.G. Wells, y esa idea de estos animales que son construidos a partir de otros animales.
—Otra cuestión que evitas, creo que con éxito, es el de la metáfora fácil con respecto al corazón... ¿Nos obsesiona esa idea del corazón como símbolo de algo más, no?
Sí, y eso lo traté de trabajar más en los poemas. Porque allí sí se trataba de la palabra: ¿cómo puedo hablar de mi corazón? Porque aparecía la metáfora del corazón roto. Y me molestaba mucho porque ¿cómo explico que es de verdad, que es el corazón roto literal? Que es algo material lo que me ha pasado. ¿Y cómo hacer esto, cómo escribir poesía del corazón orgánico? Allí sí exploté las metáforas, pero justamente para darles la vuelta.
—También hablas de una sensación de “perder el yo”, de no ser tú misma.
Ese fue el origen del libro en realidad. Porque primero tuve el episodio de la válvula porcina, luego eso no funcionó, y me tuvieron un tiempo con un desfibrilador externo, algo que me ponía y me sacaba, y que pensábamos que estaba bien hasta que apareció una desfibrilación muy severa y terminé en el hospital. Allí pierdo la conciencia durante días y cuando me despierto estoy llena de máquinas. Fue entonces cuando empecé, un poco en broma, a escribir unos tuits con el hashtag #LifeAsACyborg, con ideas que se me venían a la mente. Porque me decían que me tenían que poner un aparato de asistencia ventricular, pero no sabían cuál ponerme, porque mi cuerpo era muy pequeño entonces. Y el pensar que existía un aparato que me podía salvar, pero que no era la pieza correcta, me llevaba a pensar muchas cosas. La idea de que el propio cuerpo necesita una pieza, y de que si me fallan todas estas partes del cuerpo, ¿cómo puedo seguir siendo yo? ¿Qué pasaría si encuentran o falla justamente la parte que supone esa conciencia de una subjetividad? Ese era el mayor temor que tenía en ese momento. Y allí empezó esa reflexión para este pequeño ensayo fragmentario.
—Y está también la idea del cyborg... Hoy, por ejemplo, que está tan de moda la inteligencia artificial, ¿dirías que es parte de un proceso general de “deshumanización”? ¿Crees que hay gente que lo pueda ver así?
Creo que hay gente que lo puede ver así, sí. Para mí no es positivo ni negativo, es algo que tenemos que entender; algo que ya sucede, de hecho. La tecnología del marcapasos, por ejemplo, es una tecnología bastante antigua. Pero hay un aparato que regula los latidos del corazón, y está la idea de la inteligencia artificial, con tecnologías cibernéticas cada vez más capaces de manejar datos, que pueden hacer funcionar cuerpos. Como trato de explicar en el ensayo, sí es una noción incómoda para mucha gente. Pero también hay mucha gente que no se lo cuestiona, y acepta que es algo que le ha mejorado la vida. Entonces, como te digo, no creo que se trate de decir que sea algo negativo o positivo. Y el ensayo va un poco ahí: de considerar que estas son cosas que me han pasado y que pasan, y si es posible tal vez plantear de manera más pública, y más comúnmente, preguntas éticas sobre la medicina.
—Justamente, cuestionas también los gastos millonarios en casos médicos particulares, cuando a la par hay millones de personas que mueren por falta de acceso a servicios básicos de salud. Dices “pregunto nomás”, pero ¿qué más has reflexionado al respecto?
Bueno, la gente me dice que “no es una por otra”. No es que debamos pensarlo como “si no gasto este dinero aquí, lo puedo invertir allá”. Pero de todas maneras yo intento pensar un poco de esa manera. Y siento que la medicina, la farmacología, muchas veces está guiada por aquello que resulta más llamativo y que produce más beneficio económico. Y las preguntas se encadenan unas con otras, por ejemplo, ¿qué vidas se salvan con esta tecnología? ¿Cómo se seleccionan las vidas que se van a salvar? Es algo que hemos también durante la crisis del COVID-19: ¿qué personas podrían recibir tratamientos? ¿Cómo se decidía con qué pacientes ya no podía hacerse nada? No digo que sean preguntas fáciles. Otro tipo de dilema se da entre [priorizar] las tecnologías para cirugías al cerebro o trasplantes de corazón, frente a la distribución de vacunas contra el dengue. Pero allí la pregunta puede ser un poco falaz, porque a veces lo que nos lleva a descubrir algo es el impulso humano por conocer, por experimentar, que te puede llevar a crear otras cosas. Cuando se piensa que habría que invertir toda la investigación farmacológica en un problema que afecte a la mayor parte de gente, se hace con una mentalidad muy utilitaria. Pero así no funcionamos los seres humanos. No recuerdo la anécdota exacta, pero la contaba Neil deGrasse Tyson: era algo como que cuando se empiezan a recortar gastos de la NASA, diciendo para qué sirven los viajes interplanetarios, él responde que, a veces, estudiando astrofísica se había producido un avance en ciertos tratamientos para el cáncer. Por eso la cantidad de saber para la ciencia es fascinante, y no siempre podemos pensar en términos totalmente pragmáticos. Por eso digo “pregunto nomás”, porque son preguntas que quizá requieran a gente más inteligente que yo o que sepan más del tema para poder discutirlas.
—En esa línea de los dilemas, escribes también del momento en que estás en lista de espera para un trasplante, y de cómo te cuestionas a ti misma por estar esperando, de alguna manera, que alguien sano muera. ¿Fue muy difícil procesar eso?
Sí. Y eso también aparece en varios de los poemas. Porque todo el mundo te dice que no hay que sentir culpa, que hay un montón de gente que se muere cada día. Pero de todas maneras es estar esperando que alguien se muera. No hay salida de eso. A mí siempre me resultó una idea bastante fuerte, y salió en varios de los poemas de “Corazón de hojalata”. Por eso acá vuelvo a esas preguntas. Me puse a leer más sobre la historia de los trasplantes y sobre todo el pasado en la historia médica que hemos experimentado para que las cosas funcionen ahora. Hay todo un peso social, un peso histórico, en la tecnología que utilizamos hoy.
—La última, y ya casi para cerrar casi a modo de resumen o conclusión, ¿cuánto y en qué forma dirías que ha cambiado la relación con tu cuerpo?
Siento una mayor responsabilidad por cuidarlo, al sentir que ha habido mucha gente y se han invertido muchas cosas para mantenerme viva. Durante el COVID-19, por ejemplo, traté de cuidarme mucho. Ahora ya tomo ciertos riesgos, pero de todas maneras son calculados. Y no solo con mi cuerpo, sino también con otros cuerpos. Respetar la vulnerabilidad y la apertura y la interacción entre los cuerpos.
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