El conflicto más inquietante resulta cuando nos enfrentamos a lo que no podemos ver. Irresistible filón literario, las epidemias aparecen como pico de la acción dramática en el Antiguo Testamento, segundo Libro de Samuel, cuando Dios le da al rey David a elegir entre tres castigos: siete años de hambruna, tres meses de guerra o tres días de peste.
Boccaccio, por su parte, necesitó diez días de peste negra para construir su “Decamerón”, donde diez jóvenes se refugian en una villa Florentina para contarse un centenar de historias y distraerse así de la miseria.
La historia ha proporcionado a la literatura poderosos relatos de epidemias lejanas: el inglés Daniel Defoe, además de “Robinson Crusoe” escribió también el “Diario del año de la peste”, en el que describe con crudeza el comportamiento de los londinenses que enfrentaron la epidemia que asoló Londres de 1664 a 1666. Narra acciones nobles pero también la mezquindad, histeria, superstición, desempleo y saqueos.
—Plagas románticas—
Pero no solo drama nos han traído aquellas novelas de raíz histórica. Dulces fiebres generan en miles de lectores la lectura de “El amor en los tiempos del cólera”, del colombiano Gabriel García Márquez, cuya historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, en el escenario de un pueblo portuario del Caribe a lo largo de más de sesenta años, desafía cualquier cepa de vibrio cholerae. También una epidemia de cólera da contexto a “El velo pintado”, novela del británico William Somerset Maugham, donde Kitty Garstin, joven y bella londinense, se redime de su comportamiento adúltero entregándose a las labores humanitarias en las poblaciones al interior de China.
–Thriller científico–
Más cercanas a nuestras paranoias contemporáneas son aquellas novelas que nos hablan no solo de la muerte, sino de las conspiraciones y beneficiarios tras una pandemia. Obra fundamental del género es “La amenaza de Andrómeda”, de Michael Crichton, lanzada originalmente como novela de ciencia ficción que hoy resulta de urgente actualidad. En ella, cuatro eminentes patólogos combaten la amenaza de una epidemia en un laboratorio subterráneo en Nevada. La cacería de este microorganismo desconocido revelará los más altos secretos de un Estado sospechoso.
–Plagas apocalípticas–
Otras ficciones han apuntado más bien a los efectos posteriores de la devastación de una plaga viral, como sucede en “El último hombre” de Mary Shelley, o en “La peste escarlata” de Jack London, en que luego de eliminar a casi toda la humanidad, el escritor nos demuestra la fragilidad de nuestra civilización.
Por su parte, el estadounidense Philip Roth se suma a este género infeccioso con “Némesis”, narrando una epidemia de polio acontecida en el verano de 1944, durante la guerra, y sus efectos sobre la comunidad de Newark, antes regida por la cohesión y los valores familiares, y luego capaz de abandonar a sus propios niños contagiados del mal. El escritor despliega las emociones que puede engendrar una plaga semejante: el pánico, el desconcierto y el dolor.
En su sobrecogedora “Ensayo sobre la ceguera”, José Saramago desarrolla una “ceguera blanca” que se expande de manera fulminante y obliga a los humanos que han quedado ciegos a sobrevivir a cualquier precio. Igualmente cruel resulta “Soy leyenda”, clásico de Richard Matheson, donde un único superviviente de una guerra bacteriológica se dedica a eliminar al máximo número posible de criaturas infectadas durante el día, y a soportar su asedio por la noche.
Pero quizás sea “La peste”, novela del escritor y filósofo francés Albert Camus, la que más profundamente alcance a ver los límites de la humanidad ante la certeza de su final. Ubicada en la asolada ciudad argelina de Orán, la historia muestra cómo médicos, turistas o fugitivos sufren las consecuencias del aislamiento de la ciudad infectada, desatando el miedo, la traición y el individualismo, pero también la solidaridad, la empatía y la compasión. Lecturas que nos ayudan a remontar los tiempos de paranoia mediática y desconcierto social, sacando lo mejor de nosotros mismos.