Conmemorar al autoproclamado emperador de Francia resulta una situación incómoda.
Magistrado del Tribunal Constitucional, apasionado investigador en la vida del Corso y sofisticado coleccionista de la correspondencia napoleónica, el abogado Augusto Ferrero Costa reflexiona sobre cómo el complejo legado de Napoleón Bonaparte sigue dividiendo a la sociedad francesa. Para él, es un error reducir su biografía a la enumeración de sus gestas bélicas, así como valorar sus aportes a la historia desde postulados y sensibilidad contemporánea. “Si nos ponemos a pensar, Napoleón era más un italiano que un francés. Su hermano mayor nació con la nacionalidad italiana, cuando Córcega era aún territorio italiano. Napoleón nació al año siguiente, cuando ya este territorio formaba parte de Francia. Es por ello que, cuando partió a Francia para estudiar a los 16 años, en el colegio se reían de él a causa de su mala pronunciación y el pobre conocimiento del idioma. Napoleón era un extraño a la cultura francesa”, explica el constitucionalista.
Ciertamente, Napoleón fue un déspota, que evidenció comportamientos misóginos y racistas, además de ser responsable de guerras que costarían a Europa cuatro millones de vidas. Para Guerrero, las críticas son ciertas, pero por lo mismo podría cuestionarse las víctimas que generó la Revolución Francesa, la misma que planteó la Declaración de los Derechos del Hombre al acabar con la monarquía. “A partir de estos fenómenos se consagró una serie de nuevos derechos que a partir de entonces aparecerían en los textos constitucionales de los países de occidente”, reflexiona.
Incluso, de sus triunfos y derrotas en batalla, hay datos que nos sorprenden por sus efectos producidos en el futuro. Por ejemplo, si bien su campaña de Egipto fue desde el punto de vista militar un fracaso, sin ella no tendríamos el desarrollo de la Egiptología y sus hallazgos arqueológicos, además del invaluable trabajo para la traducción de la Piedra de Roseta, clave para ingresar a los tratados de la cuna de la civilización. Puede criticarse las libertades civiles que reprimió como dictador, pero también debe reconocérsele el impulsó que dio a los liceos y a la conformación de un sistema legal que garantizaría la igualdad de todos los franceses ante la ley, y que hasta hoy nos da herramientas contra el arresto arbitrario, por ejemplo. Asimismo, es por Napoleón que se decreta la separación de la Iglesia y el Estado, así como la desaparición de todo privilegio por razón de nacimiento. Para Guerrero, el Gran Corso es un personaje que abre las puertas de Europa a la modernidad. “Napoleón es protagonista de hallazgos y logros importantísimos en las ciencias, las letras y las artes. Juzgarlo desde una mirada contemporánea es injusto. Hay que analizarlo desde la perspectiva de su época.
En tiempos en que tanto en Europa como en América vemos sociedades políticamente polarizadas, la conmemoración por los 200 años de Napoleón nos recuerda que en estos últimos siglos arrastramos logros y fracasos históricos cuya memoria hemos sido incapaces de conciliar. ¿Cómo dimensionar entonces el recuerdo de Napoleón Bonaparte? Para el constitucionalista, hay una anécdota de época que nos sirve para reflexionar con mayor objetividad: “Creo que el mayor homenaje recibido por Napoleón fue, paradójicamente, cuando fue hecho prisionero”, recuerda. En efecto, en 1814, tras el hundimiento de la Grande Armée, Napoleón fue confinado en la isla de Elba. “Cerca de cinco mil personas salieron en lanchas a dar el encuentro al buque inglés, y al ver a Napoleón, todos se quitaron el sombrero. Y entre esas cinco mil almas, el único que conservó su clásico tricornio fue Napoleón Bonaparte, es increíble”. En efecto, mientras se prolongaban las guerras napoleónicas, las críticas al Gran Corso fueron continuas. Sin embargo, los británicos nunca pusieron en duda que se tratase de un personaje eminente. Todos tenían claro que Bonaparte era un genio, solo que mal encaminado. “Con Napoleón luchó todo el pueblo de Francia y en su momento logró una expansión extraordinaria. De no haber sido por los británicos, no sabríamos en qué habría terminado el proyecto napoleónico” añade Ferrero.
Pantallazos del corso
El crítico Sebastián Pimentel aporta al bicentenario la pasión cinéfila. Para él, no hay filme sobre el Gran Corso más memorable que el “Napoleón” (1927) de Abel Gance. “Es una película revolucionaria en todos los sentidos, tanto técnicos como artísticos, donde Gance incluso llegó a concebirla con tres proyectores simultáneos, en una especie de pantalla-tríptico donde se veían tres pantallas en paralelo, una al lado de la otra”, señala. El filme, restaurado tras 20 años de trabajo por el historiador británico Kevin Brownlow, es una de las obras maestras más innovadoras y poéticas de la historia del cine y, como apunta Pimentel, se trataba de una de las películas favoritas de Stanley Kubrick.
“El filme también fue la obsesión personal de su director, Abel Gance, y del actor que interpretó a Napoleón, Albert Dieudonné, quien pidió, antes de morir, que lo vistieran con su traje de Napoleón para su velorio y entierro. Como detalle local, valga la pena decir que fue uno de los filmes favoritos de Luis Alberto Sánchez, gran cinéfilo, quien en una crónica cuenta que pudo ver una proyección histórica de “Napoleón” con presencia del mismo Gance”, añade el crítico.
Otro filme destaca Pimentel es la superproducción europea dirigida por el cineasta ucraniano Serguei Bondarchuk, titulada “Waterloo” (1970). “Siendo una película muy interesante por su competencia dramática, así como por su bien dirigida escala épica y manejo de masas, la película fue un fracaso de taquilla aunque cosechó el respeto de la crítica. Con el tiempo, también se supo que el filme protagonizado por Rod Steiger inspiró a Peter Jackson para “El señor de los anillos”.
Por cierto, advierte el experto, el fracaso de “Waterloo” motivó que Kubrick, quien planeaba hacer su propio “Napoleón”, desistiera del proyecto que ya le había demandado dos años. “De las cenizas de lo investigado para el proyecto que iba a protagonizar Jack Nicholson, saldría su “Barry Lyndon”.
Las páginas de Napoleón
Si bien Napoleón es responsable de teñir de sangre los campos de batalla europeos, también mucha es la tinta que ha corrido para retratar al emperador francés. Para el crítico y escritor José Carlos Yrigoyen, al imaginar acercamientos literarios a Napoleón, resulta inevitable referirse a su paisano Stendhal. “En “Rojo y Negro” y “La Cartuja de Parma”, la influencia de Bonaparte es evidente: en la primera Julián Sorel es uno de sus seguidores y tiene como constante lectura el Memorial de Santa Elena. En la segunda narra con vigor y nervio, a través de Fabrizio del Dongo, los avatares de la batalla de Waterloo. Asimismo, preparó una “Vida” del General corso para la que se documentó varios años, pero que no pudo concluir. Lo que llegó a escribir transparenta una rendida admiración (“El hombre más importante aparecido en el mundo desde Julio César”) que no era ajena a ciertas críticas acerca de “los defectos de su espíritu y mezquinas flaquezas que deben reprochársele”, además de señalar su somera educación y -horror de horrores- su mala ortografía”, señala.
Yrigoyen cita a otros autores, igualmente arrebatados: “el tortuoso Gerard de Nerval mantuvo por Napoleón una idolatría que lo llevó a compararlo en sus poemas con los cuerpos celestes. Lord Byron, desde niño, sintió también fascinación por el Emperador francés, pero en su Oda a Napoleón, exhibe su desengaño por ese hombre que prefirió abdicar al trono que morir por sus ideales. Aunque quizá el retrato más justo de él fue el que dio Pushkin: “En tormenta y oscuridad ha descendido / el sol de Napoleón, tan brillante y espantoso”.
Finalmente, de todas las biografías que se han dedicado a Napoleón, el crítico literario elige la de Emil Ludwig publicada en 1926. “Su libro no abunda tanto en sus campañas militares sino en la personalidad y el sentido de trascendencia de un caudillo que actuaba y se justificaba a la luz de la historia, ejerciendo una labor desmitificadora que nos presenta a Bonaparte en una dimensión demasiado humana que, aun así, no pierde su aura legendaria”, anota.
A doscientos años de su muerte, queda claro que si bien la polémica histórica nos acompañará por muchos años más, la obsesión por Napoleón, existente desde que éste llegó al poder, tampoco disminuye.
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