Enrique Planas

Será su segunda vez en el Hay Festival de Arequipa. El nombre de (Sevilla, 1978), narradora, poeta, educadora y nadadora (tiene en su currículo extraliterario el haber cruzado el estrecho de Gibraltar), se escuchó entre los autores imprescindibles invitados a la novena edición de esta fiesta de la creación y el pensamiento. Un motivo para dar con ella en Nueva York, donde imparte clases en la New York University, y profundizar en una obra siempre incómoda para lectores desinformados de cómo va el mundo.

— Tu primera novela, “Yoro”, está situada en Japón. ¿Qué hay en este país que seduce a tantos escritores?

Creo que cualquier cultura distinta a la nuestra es seductora para un escritor, porque implica descubrimiento, indagación. Además, Japón es un país seguro al que se puede viajar sin riesgos, y eso lo hace más accesible. Sin embargo, creo que deberíamos viajar también a países cuyas culturas sean igualmente enriquecedoras, pero donde el grado de seguridad no sea el mismo. No solemos ir a lugares conflictivos, no vamos a lugares en guerra, y hablo también por mí misma. Tal vez el escritor debería correr más riesgos.

— En gran parte de tus obras, el tema del cuerpo está presente: arrasado por la bomba de Hiroshima, desvalijado para donaciones ilegales en China e incluso transformado por el embarazo. ¿El cuerpo como “campo de batalla” es una certeza o un lugar común?

Creo que ambas cosas. Es una certeza, pero es verdad que a veces se abusa y esto puede convertirlo en un lugar común. Depende de si hablar del cuerpo está justificado en la historia o no.

— ¿A propósito, por qué crees que la maternidad fue un tema postergado por mucho tiempo en la literatura, incluso por las propias escritoras?

No lo sé con certeza, solo puedo especular. Me imagino que hace siglos fue postergado porque aquella mujer que se atreviera a escribir, lo último que querría es hacerlo para hablar del único espacio que tenía la mujer: el privado. Así que sería lógico que no utilizara su escritura como una expansión del campo que le habían restringido por nacimiento. Mary Shelley escribió “Frankenstein”, que, entre otras muchas líneas, es una historia sobre la maternidad, pero lo hizo de modo que la imaginación la liberara de escribir sobre una maternidad literal. Luego, cuando la mujer se incorporó al mundo laboral, mejor era estar calladita respecto a su rol de procreadora, que podría catapultarla a su casa de nuevo, a la invisibilidad. Hace unos años se dio una especie de género antimaternal, madres que decían sentirse arrepentidas de serlo. Me parecía una postura algo forzada, no muy sincera. Hoy creo que todo es más natural, se cuenta cómo es, ni idealizada ni demonizada, un milagro cotidiano que ocurre cada segundo, maravilloso y terrible por momentos. Hoy se cuenta la maternidad con más matices, no desde el arrepentimiento puro o, por el contrario, desde su ingenua sacralización.

— Siempre se ha hablado de Nueva York como capital cultural del mundo. Sin embargo, nunca como ahora hay tantos escritores latinos viviendo en esta ciudad o sus alrededores. ¿Más allá de ansiedad y locura, qué te aporta la ciudad? ¿Afecta tu escritura?

Si uno lee “Poeta en Nueva York”, de García Lorca, llega a sentir lo mismo. Es increíble cómo tantos años después, las sensaciones de un inmigrante en esta ciudad puedan ser semejantes, y es que Nueva York está en constante cambio, siempre. Nunca he escrito un libro fuera de esta ciudad. Creo que este cambio de paisaje constante, de estímulos, le viene bien a la escritura, así como la soledad de una ciudad donde todo el mundo es anónimo. En ese sentido, la dureza de Nueva York es democrática. Antes podías ver a Madonna corriendo por Central Park y sí, la gente podía hacer algún comentario, pero nadie la perseguía para que le firmara un autógrafo. Es un lugar de nadie y de todos.

— Eres licenciada en Historia del Arte, pero en tus obras no hay mucho regodeo en museos ni pinturas. ¿Tu manera tan visual de escribir tiene que ver con tu vocación por el arte?

Sin duda, lo visual en mis escritos viene de mi formación en Historia del Arte. Hablar de museos no me interesa en absoluto (sí en una crónica, un artículo, pero no en una novela). Y no me interesa porque son instituciones cerradas donde mis personajes no se moverían bien, a no ser que fuera para hablar del mercado negro de las obras de arte, ese mundo sí me apasiona en la realidad y en la ficción.

— En tus libros hay una mirada frente al mundo y un propósito de denuncia. ¿La literatura tiene el poder para cambiar conciencias o pensar esta posibilidad es una ingenuidad?

No. No creo que la literatura pueda cambiar mucho. Me gustaría decir que sí para sentirme más útil, pero no puedo. De hecho, la cantidad de libros que se censuran es cada vez mayor, síntoma de una sociedad que agrava su enfermedad para no perder sus privilegios. Un libro puede cambiar un modo de pensar en una persona en un momento dado, pero la colectividad cada vez más egoísta no va a permitir que salga de su pensamiento para lograr una acción positiva que repercuta en el bienestar social.

— En “Seis formas de morir en Texas”, describes lo que sucede en la prisión de Guangzhou, en China. Cómo los órganos de los cuerpos de reos ejecutados van a dar al mercado negro. ¿Qué resultó lo más perturbador para ti en esta investigación?

Obviamente los detalles de cómo se realizan las operaciones, pero también algo perturbador para mí: hace años un grupo de personas me ofreció, en una plaza, unos folletos con información sobre lo que estaba pasando en las cárceles chinas, con fotos, un número de contacto y una web para poder ahondar en la cuestión. Esto fue años antes de que yo escribiera ese libro. ¿Sabes lo que hice con aquel folleto que me entregaron? Lo tiré sin ni siquiera leerlo. Pensé que no era cierto, que esas fotos no podían ser verdad, y no me interesé por comprobarlo. Creo que esto es preocupante porque pasamos por alto cuestiones vitales que acaban miserablemente con la vida de miles de personas.

— En esa novela te dedicaste además a investigar en el sistema penitenciario estadounidense, sobre los reos que habitan el corredor de la muerte. ¿Cuán absurdo resulta el sistema de un país que presume de ser líder en derechos humanos y mantiene la pena de muerte?

Es horroroso, y ni siquiera se habla de ello. Hay personas encerradas en cajas y ejecutadas sin ningún tipo de compasión, en un país que se dedica –como gran parte del resto del mundo occidental– a debatir soberanas tonterías solo para que las élites se mantengan donde están, incluidas ciertas universidades. Las personas diabéticas se mueren si no pueden pagar la insulina, cada vez hay más miseria, enfermedad mental, explotación infantil. ¿Esto es el Primer Mundo? No. ¿Importa? No lo parece.

— Imposible no preguntarte por la coyuntura estadounidense: ¿Crees que todo parece llevar a un regreso de Donald Trump en la presidencia?

Con Trump vendría lo peor de lo peor. Pero no seamos ingenuos: un presidente demócrata tampoco va a salvarnos, por la misma razón que he comentado antes: la gente, el pueblo, cada vez importa menos, al igual que las minorías. Uno no cambia la realidad sin ensuciarse en ella. Solo se cambia en las trincheras de la acción. ¿Pero quién está dispuesto a mancharse cuando ha conocido lo que es vivir cómodamente y con un buen sueldo? Creo que no ha habido época más falsa, más fake, más hipócrita y egoísta que la actual. Y quién lo diría: mi personalidad es alegre y optimista.

EL DATO

Con un diverso listado de invitados, el pasado miércoles se anunció el IX Hay Festival Arequipa, por celebrarse del 9 al 12 de noviembre. El Comercio participará de este foro difundiendo su archivo digital y celebrando los 70 años de El Dominical. Las entradas se pueden adquirir en www.hayfestival.org/arequipa.

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