En 642 páginas entran muchas historias y escenarios. Desde Palestina a Gran Bretaña, España y la ciudad de Tánger. Episodios históricos como el atentado en el hotel King David en Jerusalén, los conflictos vividos en los años finales de la administración británica en Palestina, o la visita de Eva Perón a España en los tiempos de la dictadura franquista. En “Sira”, la segunda parte de la celebérrima “El tiempo entre costuras”, la escritora española María Dueñas (Ciudad Real, 1964), retoma el personaje de la joven costurera Sira Bonnard (antes Arish Agoriuq, originalmente Sira Quiroga) para contar una historia ya lejos de la devastada España de la Guerra Civil. Casada y separada, embarazada y aventurera con un niño en brazos, ella participará en una serie de intrigas tras la Segunda Guerra Mundial, en una Europa devastada que, ladrillo a ladrillo, empieza a reconstruirse.
Dueñas reconoce que lo suyo es un desborde de historias. “Yo planifico las novelas antes de escribirlas con relativo detalle. Sé por donde van a ir las aventuras y desventuras de los protagonistas, sé cómo voy a arrancar, dónde voy a terminar, y más o menos por qué sitios van a ir caminando. Pero sí es cierto que, a la hora de escribir, todo se infla, todo se me desborda al punto que yo misma tengo que ir poniendo límites de vez en cuando”, confiesa la best seller española en esta entrevista vía Zoom, desde su iluminada casa madrileña donde pasa el confinamiento pandémico. “Me pasa, sobre todo con novelas como ésta, entreveradas con acontecimientos históricos y personajes del momento, que hay tanto que contar que yo sola me obligo a circunscribirme a los personajes, porque sino se expandiría hasta el infinito”.
Para la escritora, hay autores que prefieren la contención, la introspección, el relato más minimalista. Ella pertenece al grupo de escritores que se desbordan en cantidad de personajes, escenarios, tramas y subtramas. “Incluso hasta estilísticamente somos más frondosos”, añade.
Hablemos de tu voluntad de escribir una segunda historia para Sira, la protafonista de “El tiempo entre Costuras”. ¿En que consistió el reto de darle un nuevo propósito a tu personaje?
La pauta me la da la historia. Acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial cuando nos despedimos de Sira en “El tiempo entre costuras”, y mi punto de arranque fue pensar cómo estaba el mundo después de la guerra, qué papel podía tener Sira en esas coyunturas, qué entornos atractivos para mí como escritora, para mi personaje y para los lectores podía ofrecer. Y lo que hay es una Europa en reconstrucción, un imperio británico agotado, focos calientes en el mundo como Palestina, un Tánger en ebullición. Haciendo un ejercicio de selección, de ajuste, de equilibrio entre unos y otros, fui trazando las coordenadas de tiempo y espacio por las que Sira podía fluir. Una vez que tenía esa cartografía hecha, es cuando inserto en ella sus peripecias más personales. Pero todo pasa previamente por levantar un escenario, como si fuera un andamiaje. A partir de allí entran en acción los personajes.
Con Sira sucede lo que al cinéfilo que ve un filme como “Casablanca”: olvida que está viendo una historia de espías al sentirse envuelto por la historia de amor. ¿Hay que devolverle al género de espías la dimensión romántica?
¡Exacto! Esa era mi ambición con “El tiempo entre costuras” y he querido prolongarla con “Sira”. No hacer una novela de un género único, exclusiva, limitada y constreñida a sus directrices. Quería que hubiese espionaje, emoción, amor, sentimiento, lo más intimo de la condición humana. Quería que hubiese aventuras y desventuras, acontecimientos históricos, costumbrismo de época, mil cosas que hacen que una novela no tenga una etiqueta única. Hay veces, las menos, que me dicen que mis novelas son de espionaje. Las más, que son novelas históricas o románticas. ¡Yo no me quedo con ninguna etiqueta! Si me invitan a algún foro de novela histórica voy, pero no pretendo que lean mis novelas de esa manera. Tampoco es una novela “femenina” como me dicen muchas otras veces. Al final creo que ambas novelas son de corte clásico, donde todo tiene cabida, sin la necesidad de ir poniendo etiquetas, esos tatuajes que no nos podemos quitar de encima.
Adriana Ugarte ha sido el rostro de tu personaje a lo largo de los 17 episodios de la miniserie “El tiempo entre costuras”. Pero te quería preguntar si no pensabas más bien el rostro de Ingrid Bergman al imaginar a Sira.
(Ríe) Bueno, puede tenerlo, sí. De toda la documentación que uso para mis novelas, sobre todo está el cine. ¡Y cómo no tener la imagen de Ingrid Bergman presente al momento de construir el personaje! Pero en el momento en que me siento a escribir, me aíslo, me blindo de todo lo que hay afuera, de todas las ideas y sensaciones que rondan mi cabeza. Están solo las tramas, mis personajes, yo, y poco más. ¡En ese momento no me acuerdo de nadie! De hecho, para escribir “Sira”, no he vuelto a ver la serie, ni he vuelto a pensar en Adriana (Ugarte), ¡Ni siquiera he leído la novela otra vez! Creo que eso es parte de la magia de la literatura, esa capacidad de abstracción para meternos en nuestros mundos sin que el ruido exterior nos moleste. Cuando me siento a escribir, no está Ingrid, ni está Ariana, ni está nada de lo que pasó por la serie. Es una labor mucho más intimista y solitaria.
“Sira” se desarrolla en el tiempo de la inmediata postguerra. Lo curioso es que todo el mundo quiere escuchar historias de la Segunda Guerra Mundial, pero poco se ha escrito sobre lo que sucede después, la historia de los países devastados en lenta reconstrucción. Incluso los nazis parecen haber desaparecido, como si no hubiesen existido nunca...
Así es. Son periodos históricos con “poca épica”. Las guerras ya se han ganado o ya se han perdido, solo quedan los escombros y el camino hacia la reconstrucción. Y es cierto que la literatura y el cine buscan la gran épica, las grandes victorias o incluso los grandes fracasos. Pero resulta menos emocionantes hablar de cómo los países debieron poner un ladrillo sobre otro para reconstruirse. Aquí, en España, por ejemplo, vivimos una doble postguerra. Vivimos primero las consecuencias de nuestra Guerra Civil, que luego se solapó con las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Si bien España no participó activamente, sí que vivió esas consecuencias porque habían estado los nazis muy presentes en el país. Después España quedó excluida de cualquier plan de reconversión internacional. Sí que se han escrito cosas centradas en esta postguerra, pero desde el lado más ideológico. Es el primer franquismo, un régimen opresivo y rencoroso con los vencidos. En cambio, desde el punto de vista de reconstrucción material y moral de los países, tenemos menos historias. Y por eso me interesaba mucho adentrarme en ese mundo. Me preguntaba cómo quedó Europa después de la guerra, y como estaba España más allá de la dictadura franquista, respecto a su relación con el mundo. Se nos olvida que todo el mundo le dio la espalda a España. Hubo el veto de las Naciones Unidas y las grandes democracias que ganaron la guerra, que parecía que iban a salvarnos del franquismo, decidieron lavarse las manos y no intervenir. Son esos años, entre 1946 y 1947, en los que circunscribo la historia de Sira.
Es un lugar común hablar de “Las dos Españas”, porque entre otras cosas invisibiliza a una tercera, la España de la diáspora, tan bien representada en el personaje de Sira. ¿Cuán reconocida crees que esta generación de exiliados es reconocida hoy en tu país?
Es un tema que me interesa muchísimo y que he tratado prácticamente en todas mis novelas. En “Misión olvido” hablo de los académicos españoles exiliados en universidades en Estados Unidos, en “Las hijas del capitán” hablo de la inmigración española en Nueva York en los años 30 y en esta última hablo de los exiliados en Londres que trabajaron para la BBC. En España interesa también, pero desde un punto de vista histórico, intelectual. No ha trascendido tanto entre la gente más joven. No hay una mirada grande, de conjunto. No se trata de casos aislados, sino de un acontecimiento dramático de envergadura histórica, porque afectó al país enormemente. Fue como desangrarse. Toda esa historia está reconocida y se valora, se aprecia, se respeta. Pero falta dotarle de una épica colectiva, más grande y profunda.
Hace unos meses, por el tema de la pandemia, un diputado del partido Vox (ultraderecha) lamentaba en el hemiciclo español que tu país “estaba como el Perú”, a propósito de cifras de contagios y fallecimientos. Se habla de memoria histórica, pero en la vida cotidiana España parece haber perdido la empatía con los países que acogieron solidariamente esas migraciones.
Tienes razón. Ahora mismo, si hiciéramos una encuesta entre la gente más joven, difícilmente te darían nombres de escritores o cineastas que salieron al exilio, los acontecimientos o países de destino. Pero igual que en el caso de la memoria histórica, está claro que hablamos de un gran proyecto que se ramifica en distintos ámbitos y esferas, situaciones y lugares. Es verdad que falta esa especie de reconocimiento colectivo a gran escala. Al final el problema es quién lo hace. La memoria es frágil, la gente nueva llega con ideas distintas, y te encuentras con gente de partidos como Vox que no saben ni de lo que hablan.
Otro tema muy interesante en tu novela tiene que ver con el caso palestino y la aparición del Estado de Israel, cuya fundación se inserta en el agónico colonialismo británico. ¿En días que nuevamente se enciende la violencia en la zona, crees que había otra posibilidad de convivencia en esos territorios?
Cuando estudias los antecedentes a la creación del Estado de Israel, una de las cosas más fascinantes fue el papel fundamental que tuvo gran Bretaña entonces y lo mal que lo gestionó. Tenía entonces el poder civil y militar de la zona y pudo haber hecho mucho más cosas para resolver el conflicto entre árabes y judíos. Sin embargo, hay que entender que a Gran Bretaña los aliados lo dejaron solo. Pidió ayuda a Naciones Unidas constantemente, pero la ONU se lavó las manos. Con lo cual hubo una enorme cantidad de problemas mal gestionados y cuestiones mal armadas. Si se hubieran llegado a acuerdos mínimos desde el origen, quizás no se hubiera generado el conflicto que ya lleva casi un siglo y que está lejos de acabar, como vemos ahora en las noticias.
En la novela, es muy interesante el tema de la maternidad. Pocas heroínas atraviesan un proceso de embarazo en su aventura. ¿Lo escribiste como una reivindicación?
Cuando yo describo el parto de Sira, con mi obsesión por la documentación empecé a buscar literatura en la que haya partos. ¡Y no encontré en ningún sitio! Es algo tan común traer niños al mundo, pero es dificilísimo encontrar el parto como tema de una novela. A mí me interesaba mucho el embarazo de Sira, su parto y luego como acomete su futuro con un hijo en brazos. Todas hemos pasado por eso en algún momento, las mujeres de hoy día tenemos mucha más suerte, todo está mucho más sensibilizado. Pero yo, que ya tengo una cierta edad, recuerdo mis embarazos, mis partos, mis lactancias y cómo la gente te veía como un bicho raro si hacías en público esas cosas “extrañas”. Y eso me interesaba reflejarlo en mis novelas. Yo quería hacer una Sira no reinvindicativa, pero sí humana. Ella está en edad de traer hijos al mundo y convivir con ellos. Y quise ver qué sensaciones genera eso, de amor intenso pero también de duda, de incertidumbre, de frustración. Esa sensación de “mala madre” que tenemos todas en algún momento si dejamos atrás a nuestros hijos. Me interesaba mucho ver como evolucionaba ese personaje y cómo la maternidad no es solo tener un bebe a su cargo, sino también el cambio de prioridades en la vida, cómo le altera su visión del mundo por completo.
Uno debe pasar por la experiencia de la paternidad para darse cuenta que ese lugar común que dice que un hijo te cambia la vida, sí tiene sentido. ¿La maternidad supone una evolución o una transformación total?
Te hablo por mí misma. Es muy fuerte lo que te pasa. Puedes tener la sensación de que te transformas por completo. Pero creo que hay que luchar para que un hijo no te transforme tanto la vida, para que sea, más bien, una evolución. Hay una tendencia global de mamás jóvenes que tienen a sus hijos y vuelcan todo su ser en ellos, colocándolos por delante de cualquier prioridad, dedicándoles las 24 horas del día. Los niños comen cuando quieren comer y duermen cuando quieren dormir. Es toda una corriente de la crianza actual. Yo he luchado por que eso no fuese así en mi caso y quiero que Sira haga lo mismo. La maternidad te aporta muchísimo, te genera muchas responsabilidades, pero tu no tienes que perder tu identidad como persona. Yo quería que Sira quisiera seguir haciendo cosas, nuevas misiones, con el niño cerca, queriéndolo, protegiéndolo, buscándole un futuro mejor, pero sin sacrificarse hasta ese extremo de perder su identidad como mujer para entregársela a la nueva identidad de madre. He intentado que fuera por allí la cosa.
Escribiste gran parte de la novela en tiempos de la pandemia. ¿Mientras investigabas en las historias de postguerra, advertías los ecos de la postguerra que vendrá? ¿Cómo puede ser nuestra reconstrucción terminada la guerra contra el enemigo invisible del Covid-19?
Lo pensaba muchísimo. Es verdad que la pandemia me ha permitido escribir más sostenidamente, no he tenido viajes, ni compromisos. El confinamiento me permitió escribir con tranquilidad, pero es verdad que nuestra mente estaba en dos canales. Recurrentemente he tenido este pensamiento mientras veía cómo se reconstruía Inglaterra, cómo se reconstruyó España después de las guerras. La pandemia es terrible, pero infinitamente peor fueron las guerras. ¡Y pese a ello se reconstruyeron los países! La gente tuvo voluntad de salir adelante, hubo valentía y coraje. Yo confío en que eso siga así. Es verdad que los tiempos son radicalmente distintos, pero aun así confío que si hubo una capacidad colectiva para superar la resaca de guerras tan cruentas, la tengamos también para superar esto.
VEA EL VIDEO
Entrevista a Pilar Santacruz, la actriz que interpreta a Sophie en Luis Miguel: la serie
LE PUEDE INTERESAR
- Santiago Roncagliolo: “Siempre en mis novelas negras me interesan más los victimarios que las víctimas”
- Napoléon Bonaparte a 200 años de su muerte: ¿héroe nacional o símbolo de la tiranía?
- El Mincul, listo para el cambio de mando: estos son los últimos proyectos y la lista de pendientes
- El Francisco Bolognesi más humano: estatua desterrada por Odría vuelve a su plaza antes del Día de la Bandera
- Bailando Salsa en tiempos de Pandemia. Así celebraremos el Día Internacional de la Danza
- Anthony Hopkins, Oswaldo Cattone y el Oscar: ¿cuáles son las coincidencias entre dos actores unidos por “El Padre”?
- Premios Oscar 2021: ¿Que representa la presencia de Emerald Fennell y Chloé Zhao entre los candidatos a Mejor Director(a)?
- El antes y el después del Hospicio Manrique: un nuevo centro cultural para el corazón del Centro Historico de Lima
Contenido sugerido
Contenido GEC