El escenario es paradójico: probablemente nunca tuvimos más tiempo para leer como en cuarentena, pero a la vez el encierro fue un golpe durísimo para el ecosistema del libro en el Perú y el mundo. Lo mismo pasa desde el punto de vista creativo: aunque la escritura suele ser un acto solitario y reclusivo, el confinamiento obligatorio por el COVID-19 funcionó más bien como un bloqueo y una frustración para muchos autores.
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Pero así han transcurrido las páginas de este 2020 y solo nos queda persistir para escribir una mejor historia en el futuro próximo. Los problemas comenzaron en marzo, cuando la pandemia obligó al cierre de las librerías, un eje importantísimo que, con su paralización, generó todo un descalabro. Es cierto que las editoriales y los autores podían seguir trabajando desde casa, pero sin el punto de encuentro con los lectores, la cadena de pagos terminó por romperse y generó una crisis de la que el sector aún no termina de recuperarse.
Frente a ello, el Ministerio de Cultura aprobó un recate de S/13 millones para aliviar a la industria. Y en octubre último, finalmente, se pudo aprobar la nueva Ley del Libro, que tiene sus pros y contras. Al igual que lo ocurrido con la Ley de Cine promulgada en el 2019, la nueva legislación representa un avance indiscutible, pero deja también amplias dudas. Por ejemplo, la exoneración del IGV a los libros solo se ha aprobado por tres años más, en lugar de establecerse una inafectación permanente que buena parte del sector pedía. Además de ello, tampoco exonera a los escritores del Impuesto a la Renta por regalías por derechos de autor. Un golpe directo al primer eslabón de toda la cadena. El tema debería seguir discutiéndose y perfeccionándose.
Lenta recuperación
Con el correr de los meses, y a paso lento, las principales librerías del país comenzaron a reanudar sus actividades. La entrega por delivery fue un mecanismo fundamental para aquellos que anhelaban volver a tener un libro entre sus manos. Pero hubo otro rubro que también se robusteció: el de los libros electrónicos. Como indicó la editorial Penguin Random House hace unas semanas a El Comercio, se espera que la venta de ‘e-books’ mantenga su crecimiento de casi 80% respecto al 2019. La empresa CreaLibros, por su parte, señaló que las ventas de estas ediciones se habían triplicado. Habrá que ver si este soporte ha llegado para quedarse.
La tecnología como herramienta sustitutoria de la dimensión física también se dejó ver en los eventos literarios tradicionales. La Feria del Libro de Lima celebró su primera edición virtual con cifras bastante aceptables: 310 actividades culturales transmitidas por Internet, con 869.000 visualizaciones y casi 4 millones de personas alcanzadas. Además, se llegaron a vender más de 27.000 libros, por un total de S/1,2 millones.
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Situaciones parecidas ocurrieron con la Feria del Libro Ricardo Palma o el Hay Festival Arequipa. Todos estos eventos lograron, además, reunir a invitados de importancia: de Rosa Montero a Laurent Binet, de Hanif Kureishi a Emmanuel Carrère. Es verdad que verlos y oírlos a través de una pantalla no iguala a los encuentros presenciales, pero también es cierto que a muchas de estas figuras no las hubiéramos tenido sin las posibilidades del Zoom.
Inclusión y diversidad
La visibilización de la literatura hecha por mujeres, un tema central de estos tiempos, encuentra su mayor reconocimiento en el Premio Nobel otorgado a la poeta estadounidense Louise Glück. Pero a nivel local también hubo noticias alentadoras: el Premio Nacional de Literatura 2020 fue otorgado, en dos de sus categorías, a autoras de primer nivel: el de Novela para Teresa Ruiz Rosas por su “Estación Delirio” y el de No ficción para Victoria Guerrero por “Y la muerte no tendrá dominio”. Dos galardones inobjetables. A ellas hay que sumar el premio de la Casa de la Literatura Peruana para Rosella Di Paolo y el Premio de Poesía José Watanabe Varas para Regina Garrido, por su libro “Herencia”.
Menos grata fue la controversia en torno a la novela “El espía del Inca”, de Rafael Dumett, que quedó descalificada del Premio Nacional de Literatura por unas inconsistencias al momento de su inscripción. Las dos partes involucradas y en disputa –el Ministerio de Cultura y la editorial Lluvia– presentaron sus argumentos. Más allá de quién tuviera la razón, la polémica extraliteraria terminó empañando la postulación de un libro por demás valioso. Una pena.
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