Desde épocas remotas –principios de los ochenta, cuando ejercía la crítica de libros en el periódico “El Observador”– hasta la actualidad, Peter Elmore (Lima, 1960) ha ido construyendo una obra ensayística valiosa que indaga con acuciosidad en distintos espacios de nuestro quehacer literario. Trabajos suyos como “Los muros invisibles” (1993) y “La estación de los encuentros” (2010) son de carácter imprescindible y reflejan a un intelectual que nunca confunde profundidad con retorcimiento y que evade esa jerga esotérica que hace de ciertos esfuerzos académicos un elogio de la ilegibilidad. Elmore publicó en las postrimerías del año pasado el que quizá sea su estudio más ambicioso, original y notable: “Los juicios finales: cultura peruana moderna y mentalidades andinas”.
El volumen comienza citando una afirmación de Jorge Basadre, formulada al final de su vida, sobre que el mayor aporte de la intelectualidad peruana del siglo pasado había sido la toma de conciencia acerca del indio. Un pensador de peso, ideológicamente opuesto a Basadre, Alberto Flores Galindo, señaló en “Buscando un inca” que tal aserto era irrefutable. Elmore recoge esa observación para articular la premisa de su libro: si bien ya en los años veinte la cuestión del indigenismo fue tratada por Luis Valcárcel y Mariátegui especialmente en la literatura y en la plástica, es a partir de la década del cincuenta, cuando en las localidades de Puquio y Q’ero, distantes entre sí, ocurre el hallazgo de distintas versiones del mito de Inkarri, que escritores, antropólogos e historiadores asumen en sus obras, de diversos modos, la convicción de que el elemento mesiánico y la racionalidad mítica eran los pilares principales de la mentalidad popular andina.
Para refrendar dicha tesis, Elmore ha dividido este estudio en cinco secciones que contribuyen a darle forma y consistencia a su idea central. Las dos primeras repasan los avatares del redescubrimiento de mito de Inkarri; la segunda se enfoca en el movimiento del Taki Onqoy –aquí el autor demuestra un rigor informativo destacable– y en la revalorización de la figura de Tupac Amaru –quien justamente encarna un mesianismo de reminiscencias míticas–, que pasó de un héroe nacional menor en los libros de texto a luego trascender su condición de símbolo de la dictadura militar velasquista. El tercer apartado está consagrado a auscultar el tema de la muerte del Inca, fijado por el ajusticiamiento de Atahualpa.
Es en las dos últimas secciones –dedicadas a analizar la huella de tal tropo en distintas disciplinas artísticas y la impronta de José María Arguedas en la definición de una cultura andina moderna– donde Elmore alcanza las estancias más estimulantes de su ensayo. El capítulo acerca de la relación entre el cuadro “Los funerales de Atahualpa” y los poemas de Antonio Cisneros y Mario Montalbetti –además del célebre artículo de Roberto Miró Quesada– referidos al óleo de Luis Montero es una lección crítica francamente iluminadora. Lo mismo puede decirse de su inmersión en Arguedas, a quien Elmore considera el escritor peruano más importante del siglo XX. Al margen de si ello es cierto o no, el conocimiento y sensibilidad con los que aborda su labor como narrador y poeta nos hacen cerrar el libro con la convicción de que leer a Arguedas en estos días de polarización y sangre es más imperativo que nunca.
Editorial: Fondo Editorial PUCP
Año: 2022
Páginas: 432
Relación con el autor: cordial.
Valoración: 4 estrellas de 5 posibles