Trasgresora y lacerante, la obra poética de Rocío Silva Santisteban (Lima, 1963) ha resistido con suma dignidad el paso del tiempo: a cuatro décadas de haber sido iniciada, mantiene la intensidad y frescura exhibida desde que su autora se posicionó como uno de los nombres reconocibles de la generación del ochenta. Ha sobrevivido también a las etiquetas con que el machismo literario de los ochenta pretendió achatarla: aquellas consabidas de “poesía erótica” o “poesía del cuerpo”, además de sobreponerse a las acusaciones de malditismo vacuo que tales membretes contenían implícitas. La publicación de “Una herida menor”, generosa antología de los seis libros que ha entregado hasta la fecha, nos sugiere la razón de esa vigencia: esta es una poesía que comprendió las claves de la época en que fue gestada y las descifró con lucidez en un puñado de textos cuyo afán trasciende los límites que el prejuicio les había asignado.
Silva Santisteban aprendió e hizo suyo el camino que había abierto Anne Sexton: el de ampararse en el conflicto de un yo poético que, por un lado, celebra los actos liberantes del deseo, y que, por otro, canta la resaca culposa de haber desobedecido al orden impuesto por los biempensantes. Desde el primigenio “Asuntos circunstanciales” (1984) se percibe la indignación sufriente que en su siguiente libro, “Ese oficio no me gusta” (1987), tomará cuerpo y color; aquí se adoptan las voces de distintos personajes cotidianos, literarios y mitológicos que denuncian la degradación de ser voluntariamente parte desfavorecida de una relación desigual (“toser con elegancia/ fumar con el pulgar en la papada/ y desvestirme como una puta cada noche” se lee en “Diario de una señorita recién casada” y es posible hallar muchos ejemplos similares en estos poemas que ilustran la ineludible opresión de la vergüenza).
Pero es en “Mariposa negra” (1993) donde encontramos los núcleos más convincentes de la producción de Silva Santisteban: en ellos se muestra como una hábil intérprete de la violencia pasional y de la pulsión de muerte, como podemos constatar en el poema que da nombre al conjunto, en “Queriendo morir” y sobre todo en “Tercer intento”, crónica de un acto suicida construido a través de imágenes de vívida implacabilidad: “Busco cantando una afilada hoja de afeitar/ para dar comienzo al espectáculo:/ desvestirme en silencio/ meterme en la tina/ y rasgar con fuerza”. Lleno de rabia autodestructiva, “Mariposa negra”, junto al fundacional “Noches de adrenalina” de Carmen Ollé y “O un cuchillo esperándome” de Patricia Alba, debe contarse como uno de los frutos más afortunados de esa promoción de poetas mujeres surgida entre finales de los setenta y principios de los ochenta.
“Condenado amor” (1996) y “Turbulencia” (2005) prosiguen con estos hallazgos, mientras que “Las hijas del terror” (2007) intenta externalizar el rango de la denuncia hacia las mujeres campesinas abusadas durante el conflicto armado interno. Los resultados de esa propuesta me parecen menos logrados; los hablantes poéticos suenan unidimensionales, incluso sus discursos a veces rozan lo demagógico (“Tema de amor y premonición”). Pero en este libro hallamos otra lección bien aprendida de Sexton (y de Plath): el tratamiento singular de las relaciones familiares (“Añoranza de la familia”), que significa una de las facetas recurrentes de una obra cuya criba nos lega un testimonio lírico que retrata, desde sus niveles de intimidad, las heridas y cicatrices del país donde se escribió.
Autora: Rocío Silva Santisteban
Editorial: Animal de invierno
Año: 2022
Páginas: 111
Relación con la autora: cordial.
Valoración: 3.5 estrellas de 5 posibles.