“Así que esto era el Amor…/ recoger tus semillas,/ usarlas para germinar mis versos/ […] y recuperar mis fuerzas en tus únicas veinte palabras”. Quien escribe es una madre dirigiéndose a su hijo autista. La poeta Katherine Estrada Aguirre (Lima, 1975) ha publicado un hermoso libro titulado “Liberaciones. El sentido de tu universo”, en el que reflexiona sobre su experiencia como madre de Gonzalo, sobre los miedos iniciales, los prejuicios de la sociedad, el desconocimiento, la tristeza y su posterior reconciliación personal. Una obra sensibilizadora y muy actual, pero que a la vez mantiene su belleza estrictamente poética.
–Violeta Barrientos traza en el texto introductorio un paralelo entre la escasa visibilidad de la poesía con la escasa visibilidad de las personas con autismo. ¿Tú también pensaste en eso al escribir este libro?
Violeta tiene un hermano mayor con discapacidad, con retraso mental severo. En un festival de poesía en el que coincidimos, ella me lo contó y conversamos del tema. Y allí fue que me dijo lo que mencionas. Yo para ese entonces ya tenía escrito el libro, porque se centra en los primeros años de Gonzalo, mi hijo. Él tiene actualmente 19 años, pero los poemas van desde que yo estaba embarazada hasta cuando él tiene unos 6 o 7 años. Eran poemas sueltos que yo tenía y también algunos que los creé recordando situaciones. Así se fue armando un libro. En los primeros poemas hay mucha incertidumbre, mucho dolor, sobre todo una sorpresa ingrata. Pero cuanto más va avanzando, comienzo a plasmar esa esperanza que me hizo sacar la fuerza para seguir adelante.
–Podríamos decir que la percepción autista y la percepción poética tienen puntos en común, ¿verdad? Respecto a los sentidos más abiertos, ajenos a las convenciones.
Sí. Cuando yo regreso al mundo poético mi hijo ya tenía sus 5 o 6 años. Por ese entonces mi realidad cotidiana me hacía sentir que Gonzalo era un bicho raro frente a sus compañeros de salón, o en los centros comerciales donde gritaba, se tiraba al piso, y golpeaba las pantallas de los televisores cuando estaban todos encendidos. Así que cuando vuelto a la poesía, la verdad es que me sentí cómoda porque comencé a comentarles mi situación a algunas personas y lo tomaban con mucha naturalidad. Eso fue algo que no sentí en la sociedad común. Ya no me sentía tan fuera de lugar. Y sentí que Gonzalo, dentro de todas sus diferencias, tenía un punto en común que era el de abstraerse, como cuando uno escribe. Porque uno se abstrae y está solo. El ejercicio literario es muy solitario, uno trabaja muy ensimismado y concentrado, aparte del hecho de saber que no muchas personas te van a leer, porque la poesía no es un género muy difundido.
–Y si de un lado está tu hijo y su autismo, del otro lado estás tú y la maternidad. ¿Te sentiste muy juzgada?
Claro que sí. Pero las madres no solo somos juzgadas cuando tenemos a un hijo con algún tipo de diagnóstico. La figura materna en sí es juzgada desde todos los ámbitos: si trabajas, está mal; si no aportas en la casa económicamente, también está mal; si pones a tu hijo en tal o cual colegio, si eres muy rígida, o muy cariñosa, lo que sea. Siempre estamos en tela de juicio. A mí me miraban mal, como diciendo que no lo sabía criar. Más que las palabras, son las miradas las que te afectan en ese momento en que tienes el problema encima, en que tu hijo está en una crisis. Porque aparte de que a veces son hipersensibles, no saben cómo comunicarse. Entonces es una carga emocional fuertísima. Por eso en el momento en que lo escribí fue un ejercicio bastante ensimismado, pero cuando ya lo he publicado, muchas personas me han dicho que, de alguna u otra forma, el libro podría ayudar mucho a sensibilizar a las personas que puedan leerlo, a la sociedad en general, para darse cuenta de lo difícil de la situación.
–Últimamente se utiliza mucho la figura de la literatura como terapia o sanación. A veces gratuitamente. En el caso de tu libro, creo que se justifica plenamente. ¿Tú dirías que la escritura te ayudó directamente en tu experiencia como madre de un hijo autista?
Sí, y no es una experiencia que solo haya sentido a partir de que tuve a Gonzalo, sino que la he tenido toda la vida. Desde que empecé a leer a los cinco años, la literatura me ayudaba mucho. Tú sabes que hay etapas familiares con crisis, luego la adolescencia, tantas cosas. Y esas etapas, te soy sincera, creo que hubieran sido más difíciles si no hubiese leído y si no hubiese escrito. No solo lo veo como una terapia, sino como una forma de expresión. La literatura es muchas veces sanadora y también una liberación, como dice el libro.
–¿En este tiempo has podido explorar más literatura, en cualquiera de sus formas, que aborde el autismo?
Yo empecé leyendo libros sobre el autismo de los años 70 y 80, que fueron los primeros que encontré en la biblioteca. Y de verdad que eran terribles. Unos textos académicos que nos culpaban a las mamás del autismo de nuestros hijos. Porque encima del tema en sí, nos decían que éramos responsables, que éramos unas “madres refrigerador”. Así las nombraban. Decían que los chicos se volvían autistas porque las mamás no les daban afecto. Y por muchos años eso se tomó como una verdad. Luego ya ha comenzado a investigarse más el tema genético y muchos otros factores. Eso por un lado. Por el lado de la literatura, he encontrado algunos poemas sueltos en internet. Y hubo un libro que sí me marcó: “El quinto hijo”, una novela de Doris Lessing que trata sobre una pareja que tiene cuatro hijos, una familia idílica, pero que el quinto hijo es diferente, la madre lo siente desde el embarazo. Lessing lo retrata todo con una gran atmósfera. Porque el niño llega a desarticularlo todo. Toda la paz y la armonía de la familia se vuelve un caos. Es muy fuerte esa novela, para nada condescendiente. Y aunque en el libro no mencionan el diagnóstico, sería lo más cercano que he leído.
–El libro cierra con un poema en recuerdo al niño Kevin Moreno, cuyo caso hace unos años nos impactó a todos. ¿Cómo desarrollaste ese poema?
Para ese entonces yo ya tenía los poemas listos, y entré a trabajar en una municipalidad, al área de imagen, donde teníamos el televisor prendido todo el tiempo. De pronto veo que estaban sacando del mar el cuerpo de un niño, pero no había visto las noticias de cómo es que se había ahogado ni nada. La reportera hacía hincapié en que el niño era autista. Yo me sentí muy identifica porque cuando mi hijo era muy pequeño y tenía alguna crisis fuerte, yo lo llevaba al mar. Y eso sí era terapéutico. Él se quedaba hipnotizado con el mar, jugaba con la arena, y santo remedio, era mejor que cualquier medicina. Con el caso de Kevin Moreno recordé todo eso y fue una pena enorme. Peor cuando me enteré todos los pasos de la tragedia. Desde que el niño, quizá por un descuido, salió de su casa, hasta lo más triste, que es el hecho de que murió porque lo ignoraron. La cobradora y el chofer del bus al que Kevin había subido lo dejaron abandonado en el último paradero, a sabiendas de que era un niño que no tenía lenguaje. Prácticamente lo mandaron a la muerte. Por eso es un poema en el que le doy voz a quien no tiene voz. Porque Kevin no tenía lenguaje para expresarse. Y yo traté de ponerme en su lugar para transmitir lo que pudo haber sentido. Escribirlo fue muy fuerte.
“Liberaciones. El sentido de tu universo”
Autora: Katherine Estrada Aguirre
Páginas: 70
Editorial: La Purita Carne
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