Isabel Allende siempre se ha definido como feminista. Incluso cuando hacerlo era peligroso. Ella ha vivido su feminismo desde su experiencia profesional como periodista y como escritora, pero también desde lo personal, como hija, como madre y como mujer. Aprendió a no dejarse de lado, a confiar en su talento y a no dejar de lado sus ansias de vivir y comerse el mundo a pesar de las experiencias dolorosas que la pueden haber marcado.
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Su último libro, “Mujeres del alma mía” (Penguin Random House, 2020), es un homenaje a las mujeres que marcaron su vida directa o indirectamente. Es también una reflexión sobre el feminismo y la cotidianidad de la vida de una escritora que es también lectora pero que es también ser humano. Escrito a modo de crónica lindando con lo confesional y lo íntimo, este trabajo es una suerte de carta de agradecimiento a su madre, a su hija, a sus amigas, a sus escritoras favoritas, a sus referentes, y también a las mujeres anónimas cuya vida inspira a Allende reflexiones, ideas y también luchas. La autora accedió a responder por correo preguntas sobre este libro que nos trae imágenes de distintas mujeres: desde su hija Paula hasta Margaret Atwood, pasando por las víctimas de la mutilación genital.
Al leer “Mujeres del alma mía” recordé un libro que Oriana Fallaci escribió en 1962, “El sexo inútil”. En él, la periodista narró la situación de subordinación en la que vivían las mujeres en distintos países. Usted también hace un repaso de esa situación que en algunos lugares no ha cambiado mucho desde 1962. Por ejemplo, la mutilación genital sigue siendo legal en muchos países. Falta mucho camino por recorrer para que las mujeres seamos libres, ¿Cuál podría ser nuestra esperanza?
Nuestra esperanza es que hemos obtenido mucho en lo que llevo de vida. El feminismo es una revolución irreversible y a medida que más y más mujeres se suman, más rápido avanzamos. Es cierto que falta mucho para derrocar al patriarcado, pero ahora la gente está conectada e informada como nunca antes y los cambios ocurren más rápidamente.
Usted cuenta en el libro que, en 1967, cuando entró a trabajar a la revista “Paula”, pensó que podía cambiar el mundo. Aunque afirma que hoy cree lo mismo, ¿Qué ha cambiado en su visión sobre aquello que se puede cambiar del mundo?
Las instituciones políticas de hoy son las mismas del siglo diecinueve y ya no sirven en el siglo veintiuno. En muchas partes del mundo los jóvenes no se sienten representados, no confían en los gobiernos (no en nadie) y protestan. Quieren una civilización diferente. ¿Qué clase de mundo queremos? La mayoría desea mayor igualdad económica, justicia, paz, inclusión, que las diversas voces sean escuchadas. Las mujeres desean vivir sin miedo y tener control sobre sus cuerpos, su fertilidad y sus circunstancias. Esa visión no es una fantasía, es un proyecto y somos muchos los que trabajamos para realizarlo.
Sylvia Plath consideraba ser mujer como su mayor tragedia. Oriana Fallaci lo consideraba una aventura que requiere considerable valentía. ¿Cuáles son los motivos por los que usted considera que ser mujer es una bendición?
Para mí la mayor bendición ha sido la maternidad. He podido hacer a mi manera casi todo lo que puede hacer un hombre y algunas cosas que ellos no pueden. Por la forma en que nos crían, las mujeres desarrollamos inteligencia emocional, aprendemos a relacionarnos, somos las “cuidadoras del mundo”.
En el libro también cuenta las vicisitudes de ser mujer escritora en un país, al parecer, dominado por la literatura masculina. La situación hoy es bastante distinta, no solo en Chile, sino en Latinoamérica. Hay una corriente de narradoras latinoamericanas reconocidas mundialmente (Mariana Enríquez, Nona Fernández, María Fernanda Ampuero, Fernanda Trías, Samanta Schweblin, etc.) que son un nuevo referente de la literatura latinoamericana. ¿Cómo ve esta generación usted, que tuvo que esperar mucho tiempo para obtener el justo reconocimiento en su país?
Celebro con toda mi alma a esta ola de estupendas escritoras. Son voces diferentes que forman un coro armónico para narrar nuestra realidad femenina en un continente machista. Mientras más seamos, mucho mejor. Tenemos que hacer el doble de esfuerzo que cualquier hombre para obtener la mitad de reconocimiento, pero ya no nos pueden ignorar ni silenciar.
Aquí en Perú la primera ministra ha dicho “El día que no sea noticia que una mujer asume un cargo, habremos logrado la igualdad”. Creo que eso podría aplicarse a toda América Latina, ¿no? ¿Qué opina usted de esta frase?
Necesitamos un número crítico de mujeres en el poder para que cambie la naturaleza del poder. Debe haber paridad de género en la gerencia del mundo y los valores femeninos y masculinos deben tener el mismo peso en la sociedad. Cuando logremos eso, habremos derrocado al patriarcado y dado un salto evolutivo.
¿Qué opina de esta nueva ola de feminismo que pide cambios más estructurales? Por ejemplo, pide un cambio en el lenguaje, y así nace el lenguaje inclusivo del que muchos, sobre todo muchos académicos y la RAE misma, reniegan. ¿Se ve usted hablando con ese lenguaje inclusivo? ¿Y se ve usted escribiendo en ese lenguaje?
Vivo en California, en inglés. Me cuesta mucho usar el lenguaje inclusivo, pero me gusta que se cuestione el machismo en el lenguaje. Como escritora, soy consciente del poder de la palabra. Al nombrar, definimos la realidad. Lo primero que hace un gobierno autoritario (como fue el caso de la dictadura en Chile), es censurar, silenciar, usar eufemismos para torcer la realidad. Apremios ilegítimos, en vez de tortura, por ejemplo. Al modificar el lenguaje y cuestionar el concepto de género, los jóvenes están desafiando a la supremacía masculina. Para mi generación es muy difícil adaptarse a ese cambio, pero creo que se va a imponer.
En 2019 el colectivo Las Tesis se hizo famoso mundialmente por su performance “Un violador en tu camino”. Esta performance se presentó además en el contexto de las protestas chilenas. ¿Cómo ve su país ahora, tras estos momentos duros, pero inspiradores? ¿Cómo ve el hecho que Chile haya pasado de ser un referente del neoliberalismo al referente de la protesta (aquí en Perú se siguió mucho su ejemplo en las protestas que vivimos hace pocos días) y, además, de la protesta feminista?
Lo ocurrido en Chile es un fenómeno fascinante. Se suponía que Chile era un oasis de progreso y paz en un continente convulsionado, de modo que las protestas masivas tomaron al mundo por sorpresa. Se puso en evidencia la tremenda desigualdad económica y la pobreza disimulada, que no aparece en las estadísticas. El país aprobó por mayoría aplastante la necesidad de redactar una nueva constitución. Se supone que será incluyente, que representará a todos los sectores de la población y que garantizará paridad de género. Chile puede ser un ejemplo para otros países. Vivimos en el siglo 21 con las instituciones políticas del siglo 19. Los jóvenes chilenos no creen en nada, por eso salen a protestar. No confían en el presidente en el congreso, en el sistema judicial, ni siquiera la iglesia se salva de la desconfianza general. En los caracteres chinos, crisis=peligro+oportunidad.
Usted contó que se volvió a enamorar a los 75 años y que lo disfruta plenamente. Además de lindo, es interesante, pues la idea clásica con la que crecemos en Latinoamérica es que o nos enamoramos a los 20 o 30 años o ya no nos enamoramos. Usted ha sabido reformular el amor en su vida ¿Cómo se despojó del mito del amor romántico?
No me he despojado del mito del amor romántico, sigo creyendo en el amor de novela y viviéndolo. A los jóvenes les parece obsceno que los viejos amen o tengan deseo sexual. Ya verán, cuando lleguen a viejos, que no hay razón para renunciar a nada de eso. Enamorarse a los setenta y cinco es lo mismo que a los cincuenta o a los veinte, sólo que con un sentido de urgencia. No hay tiempo que perder. Visualizo el futuro como un calendario al cual le voy arrancando una página al día. No puedo perder un día en celos, impaciencia o intolerancia. Roger y yo queremos que el amor sea perfecto en los días que nos quedan por vivir. Eso hace que la relación tenga prioridad en nuestras vidas.
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