Son chistes que cada país siente suyos. Que Dios es connacional. Que nuestro himno es, después de la Marsellesa, el más bello del mundo. Que Kafka, si fuera un autor local, resultaría costumbrista. Lo cierto es que si cada país asocia las pesadillas del escritor checo a la idiosincrasia local, un escenario perfecto para sus historias, es porque cada país tiene algo de surrealista, absurdo y angustioso. Gregorio Samsa convertido en enorme escarabajo, preocupado por llegar temprano al trabajo o el procesado Josef, sin saber cuál es su culpa, bien podrían ser ciudadanos de cualquier parte: en el mundo soñado por el centenario autor se refleja toda realidad grotesca donde nada parece tener sentido y la vida se arruina sin razones aparentes. Bien lo definía en versos el poeta chileno Enrique Lihn: “Soy sensible a este abismo / me enternece de otra manera la lectura de Kafka / pruebo, con frialdad, el gusto de la muerte / que nos hace falta algo / junto a lo cual no somos nada”.
Por supuesto, como advierte el escritor cusqueño Luis Nieto Degregori, nadie más alejado del costumbrismo que Kafka. Asimismo, el autor de “La metamorfosis” nunca habría podido mostrar nuestro pasaporte: “Hasta muy avanzado el siglo XX, nuestra literatura tenía preocupaciones muy localistas y horizontes muy limitados. La condición humana y la posición del individuo ante poderes ‘abstractos’ como la burocracia estatal no le quitaban el sueño ni a escritores, ni a críticos ni a lectores”, afirma.
Sin embargo, cinco autores aceptan el reto y sacan la cara por la peruanidad del buen Franz. Ellos tienen la palabra.
Frente a la sede de Migraciones, el Sr. K comparte una cola de personas que han pasado la noche en la calle. Su situación es irregular como lo ha sido a lo largo de toda su existencia. Llegó hace unos años a esta república donde se suceden golpes de Estado. El Sr. K no puede abandonar el país. No quiere ser un “caminante de la carretera” más, se corren muchos riesgos. Para llegar a su destino tendría que atravesar un estrecho entre dos continentes donde imperan todas las junglas. Eso es imposible para él. Tiene que partir en avión. ¡Si al menos alguien contara su historia!
Kafkiano, la plaga de grillos que suele darse en los veranos de Piura y Tumbes, y que conmociona cuando llega el fenómeno de El Niño. En estos tiempos el día es normal, pero cuando oscurece empiezan a aparecer, por miles. Salen de debajo de las piedras, por los desagües de los lavabos y las duchas, de las acequias. Enloquecen con la luz artificial, las paredes iluminadas se vuelven negras, como las piscinas. Si intentas leer, esos grillos negros y enormes como langostas te caminarán por los brazos y la cara, te taparán los ojos, los oídos.
Los paisanos locales se sientan a comer, y comen como si nada pasara: el plato se cubre de grillos, los bichos caminan sobre la cabeza del comensal, se le meten a la boca, pero ni eso desanima ni causa molestia alguna. Sigue el chismorreo, continúa la comilona.
Kafkiano, porque diera la impresión de que todos los humanos se volvieron insectos ortópteros.
Queridísimo padre: hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo… Si resumes lo que piensas de mí, el resultado es que no me echas en cara nada propiamente inmoral o malo, pero sí frialdad, rareza, ingratitud. Y es que acercarme a ti, a los millones que te componen, me repele y me identifica por igual. Tierra del esperpento, lo absurdo y lo grotesco, asumimos todo con un inagotable humor que permite sobrellevar lo inaceptable. Ríete de ti mismo, padre-patria. Siento horror, un raro amor, lejano, interior. Nunca dejarás de asombrarme, indignarme ni apagar mis esperanzas.
Situación kafkiana: Sunafil (Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral), la que se encarga de supervisar el cumplimiento de los derechos de los trabajadores, va a ser denunciada por sus empleados, precisamente, por incumplimiento de sus derechos laborales.
Un presidente da un golpe de Estado y dice que no se acuerda porque lo habían drogado. Una congresista dice que la gente con títulos de educación no hace nada por el país. Otro dice que el sexo con menores de edad es bueno para las niñas y lo ponen a dirigir la Comisión de Educación. Otro intenta cambiar la legislación para ahorrarse la pensión de su hija. A Kafka no se le habrían ocurrido semejantes excesos. De ninguna manera sería un escritor costumbrista en el Perú. Sería un autor infrarrealista, contenido, un Carver, un mustio.
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