Enrique Vila-Matas tenía veinte años cuando entró a trabajar a Fotogramas, la histórica revista de crítica cinematográfica, y apenas quince días en la redacción cuando le encargaron traducir una entrevista a Marlon Brando que acababa de ser comprada. El novel periodista, desconocedor de la lengua del icónico actor, empezó a teclear al mismo tiempo que inventaba uno de sus primeros personajes: su versión del protagonista de “Un tranvía llamado Deseo”.
Sin pensarlo, ese sería el inicio de lo que cincuenta y seis años después se llamaría “Ocho entrevistas inventadas”, libro que reúne lo que, gracias al paso del tiempo, podríamos calificar como “travesuras periodísticas”. Hoy Vila-Matas es un escritor reconocido, galardonado y asediado por los hombres y mujeres de prensa que lo abrumamos con preguntas que él, quizás para tranquilidad de sus entrevistados, prefirió inventar.
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―¿Hubiese querido que inventase esta conversación?
Si la inventaran bien sería maravilloso, pero si me hacen decir tonterías…
―¿Ha pasado?
Únicamente lo segundo. Creen que en las entrevistas tengo que decir imbecilidades que nunca diría.
―O lo hacen pasar por alguien que no es como en la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires en la que el jefe de gobierno de la ciudad ha dicho que junto a José Saramago y Fernando Pessoa usted es uno de los máximos exponentes de la literatura portuguesa.
(Risas) Lo he visto y he pensado que debería ponerlo en mi Twitter. Siempre se ha dicho que era el más argentino de los escritores españoles y luego que era el más portugués.
―¿Por qué la etiqueta?
Porque no soy un escritor que pertenezca más que al lugar de donde escribe, donde estoy es mi territorio. Segundo, porque he seguido mucho la literatura argentina y portuguesa, así como la peruana. Mi mirada es de lector de todo lo que hay, estoy abierto a todas las escrituras.
―Regresando a sus entrevistas, ¿qué Marlon Brando prefiere, el que inventó o el real?
El mío porque lo volví humano, sin darme cuenta lo convertí en un ser menos mítico, aunque en la segunda entrevista sea tan antipático.
―¿Lo admiraba?
No necesariamente. Era un mito de Hollywood que estuvo marcado por la imagen que su casa productora quería proyectar. En las dos entrevistas conmigo, en cambio, aparece como loco, antipático, divertido, reaccionario y progresista.
―¿Es la entrevista que recuerda con más cariño?
La que mejor recuerdo es la de Anthony Burgess porque admiraba su obra y porque permitió que fuera a nuestro encuentro con la entrevista ya hecha. Se alegró por ello y me invitó a tomar un whisky durante la media hora que había separado para mi entrevista.
―¿De qué hablaron?
No hablamos porque le dije que tenía que irme. Debía regresar a la redacción y pasar a máquina la entrevista antes de las ocho de la tarde. Yo no sabía utilizar la máquina con facilidad y temía que me echaran por ello. En la entrevista de Brando le hago decir que odiaba a los hippies y es curioso porque yo no los odiaba, yo era un hippie. Creé un personaje de novela con contradicciones. Mi mente era la de un narrador que creía mucho en la ficción.
―¿Qué otros escenarios lo obligaron a tomar decisiones que hoy cuestionaría?
Me ha sucedido como cronista deportivo para El País. Luego de los partidos tenía veinte minutos para enviar mi crónica y aquella vez escribí sobre un encuentro del Real Madrid contra Barcelona en el que jugaba Luís Figo. En el entretiempo escribí la primera parte y bebí más de la cuenta mientras esperaba que terminara el segundo tiempo. Me pongo a escribir y al llegar a la última frase ya estaba completamente borracho y no sé cómo terminé el artículo. El texto se publica con una frase que decía: “Y Figo parecía colocado (drogado) cuando salió del campo”. Salió así y nadie notó nada.
―Ha sido un milagro que no haya tenido problemas como periodista.
En Diario 16 escribía una columna semanal. El periódico dejó de pagar a sus colaboradores y una vez escribí: “No sé qué hago aquí en este periódico donde nadie me lee y, además, no me pagan”. El artículo no lo corrigió nadie y lo mandaron a imprenta. Ahí comprobé que nadie me leía, ni siquiera los que hacían y compraban el periódico.
―Ahora son muchos los que lo leen y no faltamos los periodistas que lo perseguimos. ¿Qué preguntas solemos repetir los periodistas culturales que lo agotan cada vez más?
Es la de cuánto de biográfico hay en su novela. Yo opté por decir el 32%. Otra pregunta, que yo también haría siempre, es de dónde sale o por qué el libro. Cuando me la hacen siento que me están acusando como diciendo ¿por qué se te ha ocurrido hacer este libro que ahora me toca entrevistarte? La pregunta es genial porque realmente no sabemos de dónde salen y si decimos algo es porque la respuesta viene desde muy adentro.
―Entonces, ¿cuál es el origen de “Montevideo”, su última novela?
Sale del siglo pasado cuando una amiga dijo que Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar escribieron un cuento parecido en 1954 que ocurría en un hotel de Montevideo. El momento que me entero de esto es el origen del libro. Por lo tanto, de dónde salen las ideas conecta con de dónde sale la inspiración. Cómo es posible que esté escribiendo por dos horas, me falta una cosa y de repente me surge la palabra que conecta todo. Siempre surge de afuera, como si alguien lo soplara. No hay una persona con una trompeta que te lo dice, sale de ti, sale de pensar tanto y lo curioso es que surgen palabras que conozco, pero que nunca había pensado en ellas.
―Usted quizás no hable así, pero el personaje que ha creado sí.
Sí y tiene algo de mágico. Picasso decía que solo trabajando venía la inspiración. Si llevas dos horas metido en aquello, estás hondeando sobre ti mismo y puede aparecer algo que está dentro de ti, como tantas cosas que llevamos dentro, y no sabemos que existen y no conoceremos nunca.
―Y hace falta una pequeña cuota de tormento para llegar al estado en que la escritura fluirá.
En el momento que estoy escribiendo un fragmento, y no digamos el libro, este adquiere un sentido. Es raro lo del sentido porque se pueden escribir novelas que no conducen a nada, pero a veces se averigua escribiendo. Cuando trabajo en una columna, empiezo a escribir y al final me sobra la primera parte. Escribiendo he encontrado el verdadero tema. Al ser un texto breve, quito esa parte y monto otra vez.
―Como periodista, ¿alguna vez se ha sentido avergonzado de alguna pregunta que haya formulado?
He hecho preguntas raras, pero vergüenza no.
―¿Qué tan raras?
En la época de Fotogramas me tocó entrevistar a una actriz de cine español. Yo iba haciendo las preguntas y encontraba todo muy soso. Al final, como me gustaba mucho ella, me atreví a decirle “¿Te has enamorado de mí?”. Ella dijo “ni pensarlo” y esa fue la última pregunta. Era un periodista que a veces me salía de la línea.
―¿Acostumbra a ir a las salas de cine?
No, ya no. Veo cine en casa.
―¿Los estrenos no lo llaman la atención?
Sí que me llaman la atención, pero todos duran tres horas y son muy largos.
―Pero hay películas largas que a uno lo capturan y la duración es lo de menos.
Pero me pueden capturar en casa.
―¿Cuál fue la última cinta de tres horas que le gustó?
No fue de tres horas, pero la de Wim Wenders, “Perfect Days”, me encantó. Estaba muy entusiasmado. Me pareció muy bello el personaje que lleva un pasado oscuro, no digo que sea bueno o malo. Me recordó al personaje de John Wayne en “Centauros del desierto”, que, para mí, es la mejor película de John Ford.
―En “Perfect Days” llamaba la atención de la sobriedad en todo lo que le rodeaba, incluso las portadas de los libros que leía eran tan sencillas.
Era su mundo, leía un libro cada noche, oía música en casetes que es algo que teníamos los de mi generación. Conozco personajes así aquí en Barcelona, se mantienen fieles a cosas de una época y no tienen interés de ampliarla.
―A diferencia de usted que tiene redes sociales ¿Disfruta Twitter?
Es como cuando antes fumaba un cigarrillo. Al escribir, con la excusa de entretenerme, fumaba y luego seguía escribiendo. Ahora me divierte poner un tweet porque hay un número de personas que me siguen y es una manera de publicar instantáneamente una noticia sobre uno que ningún periódico publicará. A veces recibía premios fuera de España como el Medici. Era un premio importantísimo, un amigo dijo que era como si hubiese ganado la Champions. No tuve cobertura, cosa que no pasa en vuestros países donde se cultiva más al que tiene un premio fuera. El premio era como si Nadal hubiese ganado el Roland Garros. Esto forma parte de las relaciones públicas que tiene cada autor.
"En Diario 16 escribía una columna semanal. El periódico dejó de pagar a sus colaboradores y una vez escribí: “No sé qué hago aquí en este periódico donde nadie me lee y, además, no me pagan”. El artículo no lo corrigió nadie y lo mandaron a imprenta. Ahí comprobé que nadie me leía, ni siquiera los que hacían y compraban el periódico."
Enrique Vila-Matas
―¿Le gusta ser entrevistado?
Esta mañana sí.
―¿Hay cosas de la vida de escritor que no le agraden?
¿Cómo cuales piensas?
―Como el tiempo entre un libro y otro.
Esos son momentos geniales porque aparece la libertad total para pensar en otra cosa, para encontrar algo que me divierta y tranquilice. Te desembarazas de un trabajo muy largo que cada vez es más complicado.
―¿Por qué lo dice?
Porque me he vuelto más complejo que antes. De alguna forma sé más cosas, tengo más experiencia y veo cosas al escribir que antes no. Antes no temía que mis libros fracasaran y escribía con menos problemas. Si gustaba bien y si no me sentía igual.
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―¿Cómo mide el éxito de su trabajo?
Por el eco que tiene con el tiempo. Esto se ve en diez o veinte años, no al cabo de quince días. Uno sabe qué libros son mejores que otros.
―¿Cuál le salió mejor?
Creo que “Historia abreviada de la literatura portátil”, “Baterbly y compañía”, “El mal de Montano”, “Doctor Pasavento”, “París no se acaba nunca”, “Kassel no invita a la lógica” y “Montevideo”.
―¿Y el que menos satisfacciones trajo?
El tercero que escribí, “Al sur de los párpados”. Siempre he dicho que es mi peor libro porque copio a Nabokov. Aparece una genialidad que no es mía y es curioso porque el libro trata del aprendizaje del escritor.
―¿Es consciente de que ya tiene una voz propia?
Para bien o para mal tengo estilo propio. Está clarísimo. Se me reconoce enseguida y quien quiere imitarme no le sale bien nunca.
―En ese acercamiento a la tecnología y su labor de escritor ¿ha coqueteado con la inteligencia artificial?
Sí, pero no puedo contestarte más porque estoy trabajando en algo al respecto. Hubo una propuesta para que me entrevistara chat GPT y la idea me pareció maravillosa, pensaba en que lo llevaría a la desesperación y el suicidio ante el público, pero se estropeó. Me dijeron que el chat estaba tonto, repetía cosas y se enfadaba si no le entendías. El diario Le Monde lo ha usado para una entrevista y ha comprobado sus limitaciones. Le han dicho: “Estoy todo el día pensando y soñando con ratas desnudas. ¿Qué opina de esto?”. Entonces el chat dice no estar autorizado a hablar de perversiones sexuales porque la palabra desnuda le lleva a otro mundo.
―Como una nueva forma de autocensura
El que está censurado es el chat.
―¿Alguna vez se ha autocensurado?
Claro que sí. Uno podría ir muy lejos, pero pienso en las consecuencias.
―¿Alguna vez leeremos esos textos?
No, ya no los tengo para que no me compliquen la vida. Todos los escritores se censuran siempre; además, luego todo cambia y con el tiempo puede ser que una cosa estaba mal.
―¿Cómo espera que lo leamos en medio siglo?
No sé, pero me gustaría saberlo, aunque ya puedo verlo un poco. Noto la presencia de muchos lectores jóvenes y creo que es una señal que otros autores no la comparten tanto. En muchos casos, su admiración procede de los padres. En las familias en que se lee hay una herencia inteligente que permite que se mantenga la literatura, llega a personajes inverosímiles como C. Tangana y ToteKing, quien es muy culto e inteligente, pero que son cantantes de rap.
―¿Usted los oye?
Sobre a todo a ToteKing. C. Tangana contó que le preguntó a su padre qué leía y este le dijo “A Vila-Matas, pero tú no puedes leerle porque es muy negativo”. Cosa que no soy.
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