En su libro “Frutos extraños”, la escritora Leila Guerriero cuenta que una exaltada Clarice Lispector (10 de diciembre de 1920 — 9 de diciembre de 1977) le dejaba al linotipista que le cambiaba las comas del lugar, mensajes como este: “Y si a usted le parezco rara, respéteme. Incluso yo me vi obligada a respetarme”. La intensidad era lo suyo.
Clarice Lispector nació hace cien años en Chechelnik, una pequeña aldea ucraniana, cuando sus padres, los judíos Mania Krimgold y Pikhas Lispector, huían hacia Brasil. Según escribe Benjamin Moser en la biografía de Lispector titulada “Por qué este mundo”, su madre había sido violada por un grupo de soldados rusos, quienes la contagiaron de sífilis; y Clarice fue concebida poco después de este evento, pues la creencia popular señalaba que un embarazo podía sanarla.
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La familia, compuesta además por las hijas mayores del matrimonio, Elisa y Tanya, se estableció en Recife, en el nordeste de Brasil, a principios de 1922. Su padre —quien al llegar a Brasil adoptó el nombre de Pedro— trabajaba como vendedor ambulante. Mania —quien al llegar a Brasil adoptó el nombre de Marieta—, murió de sífilis en 1930. Entonces la familia se muda a Río de Janeiro, donde Clarice termina el colegio e ingresa a la universidad para estudiar Derecho.
Vivir en Río significó para ella ampliar su relación con la cultura, sobre todo con la lectura y la escritura, a la cual se dedicó desde pequeña. De niña enviaba sus relatos al periódico local de Recife, pero nunca los publicaron. En la entrevista brindada por la escritora para el programa televisivo “Panorama” en el año 1977, Clarice dice: “Antes de los siete años ya fabulaba, ya escribía historias. Podía vivir en una historia que no acabara nunca”.
El arte de no encajar
La escritora española Laura Freixas, en un ensayo titulado “Lo femenino y lo trascendente” destaca que, cuando se habla de Clarice Lispector, son cuatro los tópicos que suelen abordarse: su “exótica belleza”; su obra “misteriosa” (o “extraña”, “sorprendente”, “singular”, etc.); llamarla “intimista”, y comparar sus novelas con las de Virginia Woolf y Joyce. Para Freixas el pilar realmente importante es el que la califica de extraña. Y escribe: “En efecto, la obra de Lispector no sólo rompe abruptamente con la literatura brasileña anterior, sino que es también sumamente singular en todo el panorama de literaturas en lenguas europeas de su tiempo”.
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Es esta singularidad uno de los motivos por los cuales esta extraordinaria escritora no fue incluida en el llamado boom latinoamericano, el grupo de escritores que deslumbró al mundo con su obra entre las décadas 60 y 70. Aunque siempre se ha reclamado, y los últimos años de manera mucho más fuerte, que este movimiento excluyera a mujeres como Elena Garro o Elena Poniatowska, desde la Academia se han buscado algunos otros argumentos para entender, por lo menos, la exclusión de Clarice Lispector de este selecto grupo. “Es una mujer que desborda la definición de lo literario y de los géneros literarios. Puede escribir cuentos, pero en ese texto también está el periodismo, también está la poesía. Algo que ya es muy común en 2020, esto de jugar con los límites de los géneros, ella lo hizo hace 60 años. Siento también que desborda el lenguaje, que explora las posibilidades sintácticas, semánticas y desborda la literatura nacional y las corrientes literarias. La han tratado de aterrizar en el realismo y no se puede. También trataron de clasificarla en el modernismo, y tampoco se puede”, dijo la académica e investigadora mexicana Michelle Gama cuando participó en el homenaje que le hizo la FIL Guadalajara a Lispector por el centenario de su nacimiento.
Elena Losada, traductora de más de una decena de obras de la hoy centenaria autora, explicó en una entrevista para el medio mexicano Milenio que es muy probable que la obra de Lispector no se haya incluido en el boom latinoamericano porque le faltaba exotismo. “Si leemos a Clarice Lispector aislada, podría ser una escritora norteamericana o rusa; es decir, el elemento exótico, autóctono, de un García Márquez, de un Vargas Llosa, de un Carlos Fuentes, no existe en ella. Lo que pasa, ocurre en Brasil, y hay marcas de ello, pero es otro mundo. Y eso es lo que la hace tan moderna”.
Dice Freixas que la obra de Lispector es formalmente muy diversa, aunque temáticamente homogénea, pues sus preocupaciones son siempre las mismas: lo femenino y lo trascendente. Sin embargo, y aunque ahora es una suerte de símbolo feminista, nunca se consideró tal. Así lo confirma la escritora Cristina Sánchez Andrade, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2004, en una entrevista también para Milenio: “Lo increíble hoy es que, aunque en vida Clarice Lispector nunca se declaró feminista y hasta criticó el movimiento, hay en su escritura una búsqueda y una defensa de la identidad femenina”.
Escribir para sobrevivir
Benjamin Moser dijo en una entrevista a la Revista Gatopardo en 2018: “Su condición personal fue mucho más importante que sus lecturas o influencias. Tuvo un origen muy distinto a lo ‘normal’ en Brasil. Era bastante pobre, pero su pobreza no era la pobreza brasileña, de los campesinos o de las favelas. Era la pobreza del refugiado, del inmigrante. Entonces en su obra siempre nos encontramos con la mirada ajena, de la persona que parece encajar en la sociedad pero que se sabe fuera”.
En 1940 muere Pedro Lispector. Entonces Clarice aún culminaba sus estudios universitarios. El investigador Antonio Maura detalla en su tesis de doctorado titulada “El discurso narrativo de Clarice Lispector”, que en esa etapa Clarice trabajaría en diversos empleos: Primero, como secretaria en un despacho de abogados por tres meses, luego en un laboratorio en el barrio de Botafogo, más tarde traduciendo textos científicos para revistas especializadas y, finalmente, fue contratada por la Agéncia Nacional, órgano oficial de información de Brasil como traductora. Poco después realizará reportajes y más adelante se incorpora al diario “A Noite”, donde ejercerá de reportera. “A los 23 años (1943) firmó su primer contrato por un salario mensual de 600 mil réis y, con ese dinero, compró el libro ‘Felicidade’, de Katherine Mansfield, autora con la que se sintió identificada durante toda su vida”, añade Maura
En esa misma época se graduó de la universidad, se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente, a quien conoció en la universidad, y también publicó su primer libro, “Cerca del corazón salvaje”, obra por la que recibió el premio Graça Aranha a la mejor novela del año, acompañada además de los mejores comentarios de los críticos y del público. Al respecto, señala la investigadora española María Antonia García en el texto “Clarice Lispector, una tragedia contemporánea de género”, Clarice Lispector causó sensación en el mundo literario brasileño por su primera novela, tanto por el texto en sí, como por provenir de una mujer, que además era una joven mujer, y que además era guapa. “Una sociedad patriarcal puede encumbrar a una mujer, es el éxito de las minorías, la excepción que confirma la regla de la situación postergada de la generalidad de las mujeres”, añade.
Paula Abramo, responsable de la más reciente traducción de los cuentos de Lispector para el Fondo de Cultura Económica, dijo en el homenaje realizado a la escritora durante la FIL Guadalajara: “como escritora y periodista tuvo contacto con grandes escritores. Pudo acceder a la vida cultural de Brasil y de otros países a través de su matrimonio con un diplomático”, y tiene razón. Este matrimonio que acabaría en 1959, y del que nacieron dos hijos, hizo que viviera una vida bastante burguesa.
Tras su divorcio regresó a Brasil —vivía entonces en Estados Unidos— donde volvió a trabajar en un periódico para poder sobrevivir. Ya era conocida entonces su personalidad esquiva, sobre todo con la prensa, lo que hizo que se tejiera en ella un halo de misterio que muchos quisieron develar. En 1960 publicó su primer libro de cuentos, “Lazos de familia”, y en 1963 publicó la que es considerada su obra maestra: “La pasión según G. H”.
A pesar de la complejidad de su obra, Olga Borelli, secretaria y amiga personal de la escritora, dijo que Lispector era “una ama de casa que escribía”, y no debe sorprender esta definición, pues la misma Clarice decía eso de sí misma e intentó demostrarlo escribiendo, entre 1967 y 1973 columnas en el “Jornal do Brasil”. Hermosas columnas que luego fueron recogidas en el 2007 en el libro “Aprendiendo a vivir”, donde se muestra como el ama de casa que se enfrenta a los problemas domésticos: el presupuesto familiar, la sopera que hay que devolver, la mudez crónica del teléfono, la delicada relación señora-criada o la educación de los hijos.
Caótica, intensa, enteramente fuera de la realidad de la vida, así se definía Clarice Lispector. María Antonia García hace un interesante ejercicio de ucronía al imaginar o otra fecha de nacimiento para Clarice, y escribe “si la vida fuera elegible, podría decir que esta escritora se equivocó de fecha al nacer, que si hubiera pertenecido a una generación posterior hubiera tenido muchos más recursos y vías vitales a su alrededor (al menos como posibilidades o alternativas a su destino)”. Y dice, por ejemplo, que no se hubiese casado tan joven, pues en su época el tálamo nupcial era la salida “quasi” obligada social y psíquicamente para las jóvenes en su época, o se hubiese divorciado antes.
Siguiendo el ejercicio ucrónico —continúa García—, Clarice podría haber empleado abierta y sabiamente recursos de salud, como una terapia psicológica para sus inseguridades, un psicoanálisis para sus miedos y fantasmas, etc. A estos sabios remedios acudió también muy tarde. Y, finalmente, podría haberse empoderado como mujer y, si quería, como escritora, en el aliento de la inspiración que el Feminismo está dando hoy a las mujeres. Nada de eso abundaba en “su tiempo”, y su persona tampoco lo buscó en los resquicios por los que se iba filtrando.
Pero la realidad es otra. Clarice Lispector murió el 9 de diciembre de 1977 y es recordada como la gran escritora, tímida y atormentada, que llega a los cien años como una de las más leídas en el mundo y cuya popularidad en Internet aumenta cada día, incluso entre quienes nunca han leído un libro suyo. Como dice Benjamín Moser: su rostro decora sellos postales brasileños; su nombre otorga distinción a apartamentos de lujo; y sus obras, a menudo desestimadas durante su vida por herméticas o incomprensibles, se venden hoy en máquinas expendedoras en las estaciones de metro.
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