Cuenta que recibió la noticia por Zoom. La llamaron desde la Feria del Libro de Guadalajara y le pidieron que se conectara de improviso. Allí, en su pantalla, estaba reunido el jurado del Premio Sor Juan Inés de la Cruz, que le anunció que ella era la ganadora de este año. “No podía creerlo y lo primero que atiné a preguntar fue cuánto dinero era”, dice la escritora y actriz argentina Camila Sosa Villada (Córdoba, 1982).
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Son US$10.000 los que otorga el galardón, pero sobre todo mucho prestigio. Antes lo han obtenido autoras como Margo Glantz, Lina Meruane, Cristina Rivera Garza, Nona Fernández o María Gainza. Pero esta es la primera vez que lo obtiene una escritora transgénero, y lo hace por un libro fascinante, “Las malas” (Tusquets, 2019), novela en la que transita el difícil mundo de un grupo de travestis, atrapadas en un círculo de violencia, prostitución, enfermedad y muerte. Un libro escrito con la legitimidad de quien lo ha vivido, pero también con una gran capacidad para asentarlo con delicadeza en el terreno de la ficción.
Poco después de conocerse la noticia del premio, y días antes de su presentación en el Hay Festival Digital Arequipa este domingo, Sosa conversó con El Comercio.
¿Cómo recibiste la noticia del premio?
La recibí el viernes, de modo que me guardé el secreto por algunos días. Yo por ahora estoy en proceso posoperatorio aquí en casa, por una cirugía que tuve. Y estaba con un amigo que viene a apoyarme. Cuando me comunicaron que gané, pues solo me abracé con él. La verdad es que a mí los premios me ponen un poco incómoda. No sé concursar, tampoco sé recibirlos. Pero cuando te los ganás obviamente te encanta.
¿Y has pensado en lo que significa para ti haberlo recibido?
Bueno, la verdad es que no sé procesarla. A veces solo siento alegría, y otras veces tengo que ponerme a responder preguntas (risas). Celebro el premio, celebro el dinero, pero por supuesto que también celebro que hayan tomado una decisión que es un tanto controversial, como darle el premio a una mujer trans por primera vez. Eso me parece súper importante que suceda, porque siempre la pluralidad le hace muy bien a la sociedad. Me alegra que se hayan tomado ese riesgo. Además, a las travestis nos premian muy poco; al contrario, por lo general lo que hacen es esquilmarnos, empobrecernos, perseguirnos, asesinarnos. Por eso creo que un premio así es significativo para la comunidad trans.
Entiendo que es un libro que se nutre de experiencias reales, pero quisiera preguntarte por las influencias literarias. ¿Hay suficiente literatura hecha por o sobre travestis?
Bueno, yo admiro a Claudia Rodríguez, una escritora trans chilena a la que quiero muchísimo. También a Marlene Wayar, una de las escritoras y activistas más inteligentes que tenemos en Argentina. A Susy Shock, también argentina. Y a Pedro Lemebel, por supuesto, que fue uno de los primeros que se puso a hablar sobre nosotras. Todas ellas se pusieron a hablar, a recopilar, a contar, y eso para nosotras es muy importante, porque siempre hemos tenido prohibido el acceso a la palabra, al lenguaje, a la cultura. Y luego también me gustan mucho Marguerite Duras, Sharon Olds, me gusta muchísimo Carson McCullers. Son las lecturas que corren por mis venas ahorita.
Hablemos de “Las malas”. Uno de los grandes temas de la novela es la pobreza, y cómo atraviesa al problema de las travestis. ¿Dirías que las travestis pueden ser privilegiadas también? ¿O por su propia condición están condenadas a la marginación?
Mira, yo en este momento soy una travesti privilegiada. No tengo problemas para poner el pan sobre mi mesa, ni ningún problema de índole económica ahora mismo. Estoy viviendo mejor que muchísimas travestis, pero también mejor que muchísimos trabajadores y trabajadoras, mejor que mis padres y mis abuelos. Y es importante que se sepa que no es ninguna obligación ser pobres, no es ninguna obligación ser prostitutas, no es ninguna obligación la miseria. Eso es algo que nos dicen para seguir empobreciéndonos, y es importante que se sepa. Las travestis sufren un proceso de empobrecimiento día tras día, con un discursito –que viene de la derecha y la izquierda– de romantización de la pobreza, de decir que el pobre es bueno, que pobrecitas las travestis allí en la esquina. Creo que es una especie de arma que usan para quitarnos algunos derechos que nos corresponden desde la cuna. Ahorita hay un par de travestis que la estamos pasando mejor que otras, felizmente. Pero por momentos yo tampoco sé qué hacer con esto. Una siente a veces culpa y me pregunto cómo puedo hacer ahora, desde mi lugar, para ayudar a otras. Y en eso se me está yendo a mí la vida.
Es muy contundente la mezcla de violencia y belleza en el libro. Y creo que puede traducirse en lo que dices sobre los hombres: que a las travestis las desprecian y las desean. ¿Cómo explicar esa paradoja?
Creo que eso es algo muy propio de la cultura patriarcal, que les enseña a los hombres, y a las mujeres también, a odiar lo que se desea. Eso es algo que no solo pasa con las travestis, sino que también sucede entre las personas cis, entre los heterosexuales. Como cuando dicen “cómo me gustas, hija de puta” o “te voy a matar en la cama”, ¿entiendes? Hay algo de eso que perdura y que tiene que ver con el machismo. Pero por supuesto que con las travestis es peor. Hay un foco que está mirando muy de cerca quiénes se nos acercan, quiénes nos gustan, quiénes se fijan en nosotras. Porque seguimos siendo pobres, seguimos estando condenadas, seguimos siendo prostitutas, ¿no?
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El mejor personaje del libro es el de La Tía Encarna, una travesti mayor, que acoge a un bebé abandonado, El Brillo de los Ojos. ¿Por qué quisiste destacar la maternidad travesti?
A mí me gusta tirar un poco de sal en algunas heridas que tiene la sociedad, ponerle un chorrito de whisky cuando encuentro un tajo. El tema de la maternidad trans aún le cuesta muchísimo a la sociedad, pero a nosotras no nos ha costado nunca nada. Cuando era joven, yo conocí a travestis que venían de Perú, Bolivia o Paraguay a prostituirse aquí, y juntaban su dinero peso a peso para enviárselos a sus hermanitos pequeños que se quedaban en sus países. O mujeres que todo lo que ganaban se lo enviaban a sus sobrinos, ¡a los hijos de sus parejas! Entonces la maternidad travesti no es algo nuevo, no es algo que no se ha hecho nunca. Lo hemos hecho desde siempre. Desde las sombras, sin nombre, sin estatutos, pero hemos ejercido maternidad. Y también están las travestis que acogen a travestis más jóvenes y se convierten en sus madres de algún modo, como lo hace La Tía Encarna, no solo con El Brillo de los Ojos, sino con todas las que van llegando a su vida. Sé que es un tema todavía complejo, pero afortunadamente cada vez menos, y por eso estamos hablando de esto y el libro que lo aborda ha ganado un premio.
¿Te has puesto a pensar en las diferencias entre la pandemia que padece hoy todo el mundo y la pandemia del sida? ¿Por qué socialmente se juzgan de forma tan diferente?
Aunque sí hay unas diferencias, como el hecho de que el virus del VIH no se contagia sino que se transmite, es verdad que hay un estigma. Supongo que tiene que ver con el sexo, y con que quienes lo cogían eran los homosexuales, las prostitutas, las peores personas para la sociedad. Es un virus que todavía tiene su fantasma por detrás. Pero además, a mí me ha tocado ver morir a amigas de sida, y es una cosa verdaderamente triste, muy hiriente, que lastima mucho los ojos. Las ves explotar por dentro, literalmente. Hoy, por suerte, hay muchas mejorías, nadie muere de sida, pero solo si es que tiene las herramientas para hacerlo.
El dato
Camila Sosa en el Hay Festival Digital Arequipa
Domingo 8 de noviembre, 6 p.m.
Evento gratuito. Inscripciones en https://zoom.us/webinar/register/WN_dfO35KYVRH2qxeHGcleBgw
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