Príncipe del efectismo, apóstol de la ligereza, Bret Easton Ellis (1964) floreció como impostada voz generacional entre finales de los ochenta y principios de los noventa. Es decir, en medio del escepticismo de una década oscura y otra en que el malditismo vacuo sentó sus reales alrededor de una juventud demasiado impresionable. Ellis leyó bien el panorama y supo pulsar las teclas precisas para conjugar el más barato nihilismo posmoderno con una violencia epidérmica y glamurosa propulsada a base de drogas duras y devaneos sexuales. Hábil apuesta que, en su momento, gozó de una legión de oportunistas imitadores.
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Sus libros, en general, han envejecido pésimo. Para realizar esta reseña revisé “Menos que cero” (1985) y su opus magna, “American Psycho” (1991) y realmente cuesta entender hoy la controversia que causaron: la prosa plana, que no fluida, colabora poco en darle realce a esas orgías de asesinatos, violaciones y sobredosis que se suceden esperando perturbar la sensibilidad de un lector quien, en estos tiempos de internet y Netflix, ya no se impresiona fácilmente con esos espantajos.
Debo señalar a favor de Ellis que sus últimos libros son bastante mejores en comparación a esos títulos clásicos de la llamada Generación X. “Lunar Park” (2005) y “Dormitorios imperiales” (2010) acogen recursos de la autoficción que reducen su tendencia al relumbrón y auspician un tenso conflicto entre la fama, el pasado culposo y la sombría vulnerabilidad de sus personajes. Después de esas novelas, Ellis se sumió en un silencio de casi diez años. De ser una sensación literaria de ribetes sociológicos, pasó a convertirse en un solitario francotirador de las redes sociales que cuestiona los códigos de lo políticamente correcto y fustiga a los millennials y centennials tildándolos de blandos y gallinas. Y para dejar bien claras sus fobias y filias, publicó su primer libro de no ficción: “Blanco”, aparecido en castellano este año. Se ha vendido como unas memorias, pero quizá conviene llamarlo un conjunto de ensayos autobiográficos. O más exacto todavía: es el airado manifiesto de un hombre que ha perdido el mundo en el que nació y creció, y que solo puede proclamar su orgulloso desconcierto y reivindicar la frivolidad en una época que se toma todo muy en serio.
Ellis aborda su catilinaria contra las generaciones blandas, el Me Too o la censura moral de las redes sociales desde su papel de escritor en decadencia que ha sido arrojado a los extramuros de la actualidad. No lo admite textualmente, pero es innecesario que lo haga. Sus impresiones destilan una amarga incapacidad para comprender las grandes conquistas y cambios colectivos que se han suscitado en esos diez años, durante los que se dedicó a jugar con fuego en Twitter e Instagram. Su estilo casual y divesco, como diría Jaime Gil de Biedma, “resulta truculento / cuando se tienen más de treinta años”. Además, su narcisismo, que siempre lo ha acompañado como un caniche fiel, solo colabora en estrechar sus reflexiones hasta la caricatura o la generalización falaz (por ejemplo, cuando ataca a los opositores de Trump, dibujados a trazo grueso como unos sectarios histéricos sin autocrítica posible).
Sin embargo, lo que libra a “Blanco” de ser una proclama reaccionaria agotada en sí misma, son esos capítulos en que la rabia abre paso a la memoria nostálgica y a las viejas verdades cultivadas dentro de la educación sentimental y literaria. Ellis evoca su infancia en un mundo “que no giraba en torno a los niños”, un espacio “cruel y azaroso, donde el peligro y la muerte acechaban por doquier, donde los adultos solo podían ayudarte hasta cierto punto”, y lo humaniza de manera tan vívida, tan cautivadora, que esa remembranza del chico aficionado a las películas de terror, “que insistían en un mundo secreto por debajo de la imaginaria y falsa seguridad de la vida cotidiana”, logra edificar una contraarcadia capaz de añorarse: la despiadada pero retadora vida real, mil veces preferible a la abúlica e hiperprotegida zona de confort en la que languidecen muchos niños de hoy. Es entonces cuando la pluma de Ellis punza, limpiamente, donde duele.
“He llegado a la conclusión de que no puedo escribir sin ofender a algunas personas”, concluyó James Joyce cuando era joven, y Ellis nos lo recuerda. Pero Joyce ofendía para cuestionar “el centro de la parálisis” de la historia moral de su país. Ellis, en cambio, es defensor de la inviable vuelta a un orden en el que sus provocaciones le confirieron vigencia. En esa pequeña diferencia radica el incómodo lugar que nuestro presente le ha asignado.
LA FICHA
Autor: Bret Easton Ellis
Libro: Blanco.
Literatura Random House, 2020. 272 pp.
Valoración: 2.5 estrellas de 5 posibles.