Como lectores de medios digitales, todos los días nos topamos con titulares con falso anzuelo, que prácticamente nos obligan a hacer el clic en la noticia para, muchas veces, darnos de cara con información que no es la esperada. A esa desagradable práctica se la conoce como ‘clickbait’ y su único propósito es la búsqueda desesperada de visitas de lectores web. Y aunque no es el único problema del periodismo de Internet, representa bien estos nuevos y aún inciertos tiempos.
De eso se coge el periodista español Bernardo Marín García en su libro “La tiranía del clic” (Turner, 2019). Desde su experiencia como subdirector del diario “El País” (cargo que ocupó hasta diciembre pasado), él aborda las principales preocupaciones del oficio en la era de Facebook, las ‘fake news’ y la crisis del papel. A su breve paso por Lima, conversamos con él.
Hablemos de Facebook y Google. ¿Son plataformas a las que los medios periodísticos deben combatir, aprovechar o con las que hay que aprender a convivir?
Es la pregunta del millón. Son las plataformas con las que hay que aprender a convivir y a las que hay que aprovechar. Porque aunque seguramente ellas sacan más partido de nosotros que nosotros de ellas, son las que nos permiten llegar a un público amplísimo, un público al que nunca pensábamos que íbamos a llegar. Nos vienen bien. Otra cosa es que fagociten gran parte de nuestro negocio. Entonces hay que aprender a convivir con ellas de la mejor manera posible.
Pero en el libro también hablas del dilema del prisionero: el de verse obligado a trabajar con esas plataformas. ¿Se puede no ser totalmente dependiente de ellas?
Claro, eso es lo que no puede ocurrir. El problema es que ya tenemos una dependencia cuantitativamente enorme. En España, un periódico promedio puede obtener un 50% de su tráfico solo entre Facebook y Google. Con eso es difícil prescindir de esa dependencia. El riesgo lo corremos y ya lo hemos sufrido. El problema es cuando te tiraniza esa dependencia. Tú puedes decir ‘tengo esta historia estupenda’ y aprovechar a Google para llegar al público más amplio posible, 100 mil o un millón de personas. El problema es cuando acabas siguiendo sus reglas inexorablemente y le haces el juego todo el rato. No es una situación fácil. Hay que aprovecharla sin dejarse fagocitar.
Vivimos en la era del dato y, sin embargo, el periodismo no termina de usarlo correctamente. ¿Qué se está haciendo mal?
A mí el dato me parece algo fascinante y maravilloso, siempre que sea bien utilizado. Y no solo en la vida del periodista, sino de otros profesionales. Tú antes escribías un artículo para el periódico de papel y, salvo por una carta que llegaba al diario o por un amigo que te felicitaba, no te enterabas nunca de qué repercusión tenían tus historias. Ahora te puedes enterar de cuánta gente te ha leído, desde dónde te han leído, qué palabras buscaban los lectores cuando te leyeron. Incluso puedes saber en qué momento de tu artículo dejaron de leerte, aunque eso puede ser un poco duro para el periodista. Se puede saber todo. Y eso es magnífico porque nos puede ayudar a hacer mejor nuestro trabajo, detectar temas más interesantes. Los periodistas éramos demasiado soberbios y el dato nos ha bajado del pedestal. Pensábamos en historias y creíamos que los lectores debían devorarlas porque eran estupendas, pero que en realidad no lo eran. Y de pronto descubrimos que temas que parecían menores o secundarios pues realmente sí interesaban. Los temas científicos, por ejemplo. Creo que hubo cierto ninguneo en los periódicos, y hoy se apuesta mucho más por ellos justamente porque el dato nos dijo que a los lectores les gustaban. Por eso creo que todo periodista debería conocer los datos de sus noticias y utilizarlos con inteligencia para incidir en los aspectos que más les interesan a los lectores. Hasta para titular, no haciendo ‘clickbait’, sino usando más gracia y chispa. Es una pena encontrar historias que apenas llegan a la cuarta parte de la gente a la que le podría interesar solo porque están mal tituladas para Internet. El problema es cuando te vuelves esclavo del dato y buscas conseguir tráfico por conseguir tráfico.
¿Te refieres al titular solo basado en el SEO (el sistema de buscadores)?
En el papel, los titulares ya eran importantes. Pero en el formato digital, es más importante todavía, es algo nuclear. Porque en el papel tienes otras referencias, una foto, un espacio. En cambio en internet encuentras 100 titulares y tienes que decidir casi en un segundo donde vas a hacer clic. Entonces el desafío del periodista es conseguir dos cosas: que cliquen el máximo número de lectores posibles y que estos no se vean defraudados. El ‘clickbait’ consigue lo primero, pero no consigue lo segundo. Tiene un titular con gancho, pero adentro es una porquería. Creo que en la era de Internet hay que redoblar el esfuerzo por poner buenos titulares. Se nos ha sometido a los periodistas a una gimnasia extra. Es un tema apasionante.
El periodismo de calidad, además, tiene que diferenciarse de lo que ya está repetido en 20 o 30 webs. Y eso supone inversión, cuesta dinero. ¿Cómo generar esos ingresos?
Todos los medios digitales estamos en la vía de cobrar por la información, eso no es ningún secreto. La cuestión es que cada medio tiene que encontrar el modo de pago que le conviene. Un medio como el “Financial Times” puede tener todo su contenido cerrado porque quienes lo leen son personas que hacen inversiones en bolsa y se juegan su dinero y quiere tener la mejor información. Otros apelan a las contribuciones voluntarias, otros tienen una parte de pago y otra libre, porque igual se necesita volumen de visitas. Todos los periódicos vamos a entrar por ese aro, aunque no sabemos cómo vamos a salir de esa aventura. Obviamente tú no puedes cobrar por hacer algo exactamente igual a lo que hacen todos los demás. En algo debes diferenciarte. Y hay que seguir buscando las formas de financiación. Es posible que ahora el mercado esté más maduro. Si te fijas, la gente ya está pagando por la televisión, aunque sea por pequeñas cantidades. Netflix es el mejor ejemplo.
El problema es que los medios son la información, mientras Netflix es el ocio y el entretenimiento. Pero todos están ahora dentro del teléfono móvil. ¿Puede el periodismo competir con Netflix?
El maestro Miguel Ángel Bastenier decía que el problema no era tanto competir con otros medios, sino competir con otras formas de distracción. El Comercio no compite con “La República” o “El País”, sino con Facebook, Whatsapp, Instagram, Netflix y Candy Crush. Esas son enormes fuentes de distracción. Fíjate que ya no nos aburrimos. Mientras tenga conectividad, ya no te aburres. Antes la gente leía el periódico hasta porque estaba aburrida. Si ibas en el metro o en el bus, tenías que llenar una hora de tu tiempo. Y leías el periódico. Ahora esa necesidad la tienes cubierta con las redes sociales o un jueguito. Pero, bueno, yo espero que aún haya un número suficiente de personas con la necesidad de leer noticias y buscarlas en medios en un ejercicio de rigor.
En el libro afirmas que no es el periodismo el que está muriendo, sino el modelo de negocio. ¿Cómo entender esa diferencia?
Es que sin un modelo de negocio es muy difícil que el periodismo se mantenga. La gente tiene que comer. Han surgido algunas iniciativas de medios con una causa social, mantenidos por una fundación, por ejemplo. Pero eso también te condiciona y el periodismo tiene que intentar ser autosuficiente. Sí, es difícil separar el periodismo del modelo de negocio. Las ganas de hacer periodismo y las ganas de la población de saber la verdad están allí, pero falta ver cómo financiamos eso. Porque los periodistas no van a trabajar por nada. Tú puedes estar enamorado de tu oficio, pero si mañana ves que no puedes comer de él, pues tienes que buscar otra cosa.
Es durísimo eso.
Bueno, esperemos que la gente siga teniendo la necesidad de informarse. Yo creo que sí. Todo este rollo de las ‘fake news’ y el desprestigio de mucho de lo que se ve en redes sociales me parece que está llevando a la gente a buscar fuentes de las que se pueda fiar, que les cuenten cómo son las cosas realmente. Ahora estamos en un momento crítico en que las noticias falsas se difunden muy rápido. Hoy una mentira llega a los teléfonos de la mitad de la población en dos horas. Y hay una cosa añadida: mucha gente difunde aquello que le gustaría que fuera verdad. Si una noticia te beneficia a ti o perjudica al contrario, da igual que sea mentira. Tienden a pasarla enseguida. Y en esta tormenta perfecta creo y espero que haya todavía un núcleo de nuestra sociedad que vaya creciendo y exija un relato honesto de lo que ha ocurrido.
Esto quizá habría que preguntárselo a un sociólogo, pero creo que es claro el consumidor de noticias también está cambiando, es más distraído.
Sí, Internet y los teléfonos nos han vuelto más distraídos. Porque tienes un montón de estímulos. El celular tiene luces y notificaciones de todo tipo. Y eso para los periódicos tampoco es bueno, porque el periódico requiere una atención. Pero yo espero también que, después de una primera etapa de consumo frenético y acrítico, se imponga también una cierta racionalización. Y creo que ya se empieza a ver: la gente comienza a hacer una dieta digital, deja a veces el móvil de lado, lo usa para una sola cosa y no para andar picoteando. Y sí, es para que lo analice un sociólogo. Estamos en la sociedad de la distracción, pero creo también que va a haber una pequeña reacción contra eso. Como ves, soy un gran optimista (risas).