El libro más importante en este rubro es “Variaciones Victoria” de Carlos López Degregori, singular artefacto que engarza con maestría el eco de siniestros arcanos, sólidas referencias al conocimiento clásico e inquietantes matices de una umbrosa autobiografía en que lo imaginario y lo vivencial se confabulan para afrontar las tribulaciones del deterioro biológico y la posibilidad de convertir la cercanía de la finitud en espacio jubilar. Destaca también “Todas las Nancys”, nueva entrega de María Belén Milla, quien poema a poema construye un mundo de tierna virulencia y de limpia expresión ajena a la retórica de lo intercambiable. “El accidente y otros poemas” de Renzo Porcile y “Bodisatva en el centro de Lima” de Michael Prado se erigen como las revelaciones poéticas más interesantes del año que se va: el primero consigue la soñada coherencia entre racionalidad y emoción, mientras que el segundo acoge con destreza el legado del lirismo urbano que José Cerna consagró en nuestro medio.
Roger Santiváñez retornó con “Santa Rosa de Lima”, poemario conceptual donde modela la imagen de una deidad repartida entre la veneración espiritual, la efusión erótica y el devaneo lumpen. Otro lúcido acercamiento a lo popular es el abigarrado “Sisma”, poema documental de Paul Guillén. Jorge Eslava con “Gimnasium” y Abelardo Sánchez León con “El tumulto del sueño” han demostrado encontrarse en buena forma, regalándonos algunos textos perdurables en que el peso de los años y las ilusiones perdidas son temas recurridos desde la contemplación y la urgencia.
Otros libros valiosos son el desenfadado “Una casa que no existe” de Carla Valdivia, “Palabras del casuario”, de Gabriela Atencio –que anuncia una voz despojada y original–, “El cantar de las agujas”, debut de Jaime Cabrera Junco, “Quince minutos de receso” de Cayre Alfaro –atendible indagación por los vericuetos de la poesía del lenguaje–, “Ciertas formas del fuego” de Daniel Arenas –un preciso tributo a la tradición conversacional–, “Parte” de Christian Briceño, “Una herida menor”, antología de Rocío Silva Santisteban, “El riesgo de crear instituciones” de Manuel Fernández, “El lenguaje es un revólver para uno” de Mario Montalbetti, “Estancias de Emilia Tangoa”, depurada incursión de Ana Varela Tafur y “Víscera Beltrán”, firmado por Ana Carolina Zegarra; “Isabel y yo” de José María Salazar, “La mujer”, de Victoria Guerrero, “Jardín Mecánico” de Luis Cruz, “Papiros mágicos” de Katherine Medina Rondón, “Pedazo de casa” de Ana María Falconi y “Un reloj derramado en el desierto” de Alejandro Susti. Es necesario apuntar dos reediciones fundamentales: “Preludios y fugas” de Luis Hernández, a cargo de Pesopluma, y “El héroe y su relación con la heroína” de Oswaldo Chanove, bello trabajo del Álbum del Universo Bakterial.
Novela
El rescate del año es “Malambo”, poderosa ficción de Lucía Charún Illescas, la primera novelista afroperuana. De estética recia y eufónica, este libro significa un sofrenado, latente carnaval de destinos en el que las aristas del sincretismo y la magia del fuego atávico guían una historia pergeñada con pericia. La ironía que no toma prisioneros y la nostalgia del fango animan “Cierre de edición”, la segunda novela de Juan Carlos Méndez, un gran salto respecto a “La pandilla interior”, su publicación inaugural. Richard Parra, con la entretenida “Pequeño bastardo”, corrobora su dominio de los códigos que estructuran el mundillo sórdido de las periferias citadinas y mentales, así como una inusual capacidad para ilustrar la violenta resistencia contra el poder. Después de un lustro de paciente silencio, Enrique Planas reincide en el imaginario pop japonés con “Chicas Bond”, una buena novela que fabula apoyándose en un amplio conocimiento de causa.
Dante Trujillo hizo acto de presencia con “Una historia breve, extraña y brutal”, novela de no ficción acerca del frustrado levantamiento de los hermanos Gutiérrez en 1872. El libro contiene pasajes muy conseguidos y es de celebrar su meticulosa labor investigativa, aunque hay un punto en el que la sobreinformación estanca el ágil discurrir del relato. Juan Carlos Ortecho sorprendió con “La fe de ayer” uno de los títulos cardinales de nuestra literatura deportiva –aún en pleno desarrollo– y una de las más implacables desmitificaciones de los años setenta que he leído.
Hay que tener en cuenta también a “La República de las chispas” de Paul Baudry, “El último en la torre” de Hugo Coya, “Quiénes somos ahora”, de Katya Adaui, “Los hombres que mataron la primavera” por Omar Aliaga, “Muchas veces dudé” de Luis Nieto Degregori, “Treinta kilómetros a la medianoche” por Gustavo Rodríguez, la delirante “Croac”, de Ricardo Sumalavia, y la feliz reedición de “La falaz posteridad” de Teresa Ruiz Rosas.
Cuento
“Una sola forma de crecer en público” de Malena Newton es un convincente vuelo panorámico por el universo ‘centennial’ no exento de afilada ironía y dueño de una llamativa capacidad de hacer vital cada detalle: la revelación del año sin dudarlo. Confrontar el envejecimiento y la sombra de nuestro fin es la motivación de “Matusalén”, otra prueba de la habilidad para reinventarse de Giovanna Pollarolo, quien aquí se exhibe ducha en la confección de textos reflexivos que cabalgan entre la poesía y la prosa. “Un buen taxista es difícil de encontrar” de Aarón Alva delata a un joven escritor con recursos para levantar un particular coto privado en el territorio de la narrativa urbana contemporánea.
Asimismo, sobresalieron Félix Terrones y sus “Notas de un pasaporte”, Juan Carlos Lázaro y “La luna en la ventana”, el delicioso “Horrores minúsculos” de Carlos Herrera, “El rincón más oscuro del cielo” de Mayte Mujica y “Mirarse a la cara” de Alicia del Águila. La literatura infantil tuvo frutos estimables como “Patichueca”, colaboración entre Katya Adaui y Eduardo Tokeshi, “Cholito y la serpiente cósmica”, del veterano Óscar Colchado Lucio, “Mito del ave chilalo” de Cecilia Medina, “Uli, una ardilla del otoño”, de Andrea Gago y “Run Run” de Fernando Ampuero. Una mención especial a la enjundiosa “Antología del microcuento peruano” del infatigable maestro Ricardo González Vigil.
No ficción
Muchos libros imprescindibles en este apartado, pero el más resaltante es “Lo popular viene del futuro”, una extensa recopilación de artículos y ensayos de Roberto Miró Quesada, prominente intelectual de izquierda que, como Alberto Flores Galindo, nos dejó demasiado pronto. Este volumen compila por primera vez el grueso de su obra, tan dispersa como multidisciplinar. Una reedición oportuna fue la de “Campesinado y nación” de Nelson Manrique; también la de “La caza sutil”, un clásico de Julio Ramón Ribeyro, pese al bromato de algunos de los nuevos textos incluidos.
Mario Vargas Llosa ofrendó un estudio trabajado durante la pandemia, “La mirada quieta”, sobre la narrativa y el teatro de Benito Pérez Galdós; aunque cumple con sus objetivos, se halla en la segunda línea de su obra ensayística, junto a sus acercamientos a Hugo y Onetti. Más interesante resultó “Hasta perder el aliento”, entrañable bitácora literaria de Guillermo Niño de Guzmán. “Los conservadores” de Fernán Altuve-Febres, “Del clasicismo a las modernidades” de Isaac León Frías y “Los juicios finales” de Peter Elmore son libros escritos con una pasión sostenida en el rigor intelectual: la mejor combinación posible a la hora de emprender esta clase de empresas.
Cabe resaltar “Homogénesis” de Joaquín Marreros, “Ser mujer en el Perú” de Josefina Miró Quesada y Hugo Ñopo, “Relatos de abogados”, a cargo de Eduardo Abusada y Luis Fernando Castellanos, “Hacedores de espanto” de Christiane Félip Vidal, “El sentido de la soledad” de Roger Santiváñez, “La tragedia de Alonso Alcedo” de Fernando Luque, “Antiguos y nuevos animales literarios”, compilación de entrevistas por Alonso Rabí, “Trilce, poema por poema” de Víctor Vich y Alexandra Hibbett, “Textos” de Harry Beleván, la edición crítica de las “Tradiciones Peruanas” de Pedro Díaz Ortiz, “Repúblicas sudamericanas en construcción” por Natalia Sobrevilla y “Caso abierto”, de José Güich y Alejando Susti.