¿Qué tiene en común un escritor con un gorila, un asno o una mariposa? ¿Cómo identificamos a qué especie pertenece un escritor? Jugando con analogías al azar, el periodista y crítico Alonso Rabí celebra la diversidad de nuestra letrada fauna con “Antiguos y nuevos animales literarios”, reactualización de su celebrado libro de entrevistas a profesionales de la palabra, donde se aventura en un ecosistema cuyas criaturas, unas más escurridizas que otras, están al acecho.
— Vila Matas, recordando a Marguerite Duras, te dice: “A mí me gustaba precisamente porque no era un modelo de conducta”. ¿Cómo enfrenta un entrevistador a escritores que llevan una máscara de corrección política todo el tiempo?
Todas mis entrevistas nacen de la curiosidad que sienta por un autor después de leer sus libros. Por eso intento esquivar esa máscara e indagar más en lo humano, en la cotidianidad del oficio, en sus percepciones de la realidad.
Pienso en un entrevistado como Orhan Pamuk, que no pretende precisamente caer bien. ¿Los escritores antipáticos tienen un especial encanto?
Porque han perdido el temor de decirte las cosas a la cara. Muy pocas veces tengo un ánimo confrontacional, pues no es mi temperamento. Sin embargo, también sé que la complacencia quita vigor a las cosas.
En tu entrevista a Tomás Eloy Martínez, cuando describes su galería de retratos, posando con autores ilustres. Un altar sumamente sospechoso, pues resulta muy pretencioso. ¿Cuándo sientes que un escritor se te cae un poco, cuándo revela su natural mediocridad?
Fíjate que me llamó la atención por la calidad documental de las fotos. Pero estoy de acuerdo: su exhibición resultaba algo impúdica. No se me había ocurrido: quizá Tomás Eloy Martínez no gozó del reconocimiento debido. Quizás el hecho de adornar su oficina con esas fotografías, de pronto, era en el fondo un acto de afirmación, de compensación simbólica por esa carencia. Pero pensando de buena fe, durante toda la conversación él fue una persona muy afable. No era ninguna diva. Ahora, ¿dónde se revela? A mí me molestó mucho, por ejemplo, cuando con Agustín Prado le preguntamos a Carlos Fuentes por Bolaño, y él dice no haberlo leído. Que un escritor mexicano de la talla de Fuentes, que tiene a México en el centro de sus preocupaciones no lea una novela tan importante como “Los detectives salvajes”, es inconcebible. ¡Aunque sea las reseñas!
¿Lo consideras un desplante, un ninguneo?
Una muestra de envidia quizá. Difícil saberlo. Pudo haber respondido mejor.
Bolaño genera buena parte de tus preguntas a varios autores. ¿Por qué?
Para mí, después del ‘boom’, Bolaño representaba la posibilidad de volver a poner la novela latinoamericana en la mesa mundial. Puede no gustarte, pero tiene una potencia indudable. Para mí, representa el eslabón entre “La guerra del fin del mundo”, de Vargas Llosa, y el inicio del siglo XXI. Pregunto por Bolaño porque quiero también buscar respuestas para mí.
Otra pregunta que compartes con escritores tiene que ver con la lectura de Vargas Llosa a Arguedas en su ensayo “La utopía arcaica”. ¿Qué sacas en limpio de esa polémica?
A mí me parece que Vargas Llosa lee a Arguedas muy honestamente, desde la racionalidad occidental. Pero me parece que esa racionalidad no alcanza para comprender cabalmente a un hombre que pertenecía a dos culturas, que hablaba dos lenguas, que tenía un pie en el mundo occidental y otro en el mundo mítico y mágico de los Andes. Hay zonas donde la mirada de Vargas Llosa no llega o renuncia a comprender. Por eso pregunto a distintos críticos por esa mirada: la relación entre Vargas Llosa y Arguedas dice mucho de la propia literatura peruana. Representan las dos grandes corrientes en las que nos movemos: la gran tradición occidental realista y la corriente mítica mágica andina.
¿Crees que, de un tiempo a esta parte, a la gente le interesa cada vez menos lo que piensan los escritores?
Ciertamente, hay una banalización que alcanza a todo el arte. Las personas demandan otro tipo de relaciones con el objeto artístico, lo que también sucede con la literatura. De pronto, interesa más un argumento efectivo, que te golpee. Es el espíritu Netflix y sus series alucinantes que nos tienen atrapados hasta que terminan, sin darnos capacidad de pensamiento ni reflexión. Cierto tipo de ficciones están entrando en esa lógica: se consumen, satisfacen por un rato y luego les dices adiós.
Hoy día vivimos una efervescencia de autores, cuando hace décadas se contaban con los dedos de una mano. Y, sin embargo, su peso actual en el debate público parece mucho menos relevante que antes. ¿Cómo ves esta presencia / ausencia?
Hay varias paradojas. Tú dices bien que se ha multiplicado el número de autores, pero el número de tirajes se ha reducido también. La lógica de mercado ha impactado negativamente en su capacidad de intervenir en el debate social. Asimismo, la reducción de espacio en los medios también impacta directamente en esto.
Luis Jochamowitz lo menciona al reflexionar sobre el periodismo: “puedes sentir que el mundo se ha ampliado pero a la vez hay un sentimiento de pérdida de algo”
Son estos cantos de sirena de la modernidad, la tecnología, los avances científicos. Pero también ves que nuestra educación no da la talla. Hay una inconsistencia en el discurso que habla del progreso, la racionalidad, y las condiciones reales de vida de las personas. Se siente la pérdida, para empezar de espacios en que fluya la expresión cultural de la manera más libre y más amplia. Y los espacios alternativos no son suficientes.
¿Finalmente, qué autores, en ese safari periodístico, crees que se te han escapado?
He reservado material para un segundo libro e incluso para un tercero. Si las hubiera reunido todas en un solo volumen, el libro habría sido inacabable. Lo que viene es un segundo volumen con entrevistas a autores peruanos. Y al tercero quiero sumarle voces de mujeres. Quiero entrevistar a Irene Vallejo, cuyo libro “El universo en un junco” me parece de otro planeta. Tengo una lista de una veintena de autoras que me interesa entrevistar.
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