Luis Felipe Angell –Sofocleto– decía que el Perú era una pesadilla, pero que algún día despertaríamos para descubrir que en realidad somos suizos. A pocos días de conmemorar 200 años de vida independiente, su ocurrencia se pone al límite de la incorrección patriótica; y sin embargo, nos sirve para comenzar a preguntarnos: ¿es posible reírse del Perú? ¿Realmente es válido burlarse de este país adolescente, aparentemente irreconciliable, convaleciente?
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Desde las caricaturas furiosamente políticas del siglo XIX hasta los memes que hoy circulan imparables por la red, el Perú ha estado marcado por el humor. Incluso frente a sucesivas tragedias –guerras, sismos, recesiones, el coronavirus–, la risa se ha hecho presente como efectivo antídoto.
“Es posible, necesario y urgente reírnos del Perú –señala Juan Acevedo, historietista de refinado humor–. Aunque lo de ‘urgente’ puede tensarnos, entonces mejor soltamos eso. El humor y la seriedad se retroalimentan, son como el movimiento de sístole y diástole, que se asocian al corazón, pero están en todo el sistema circulatorio; y como todo circula, se mueve, o muere, ya ves cuán importante es cambiar”.
Una de las sombrías pero agudas viñetas que Acevedo publicó en el diario “Marka”, en los años 70, representaba una escena con madre, padre e hijo recién nacido. Una natividad cristiana, pero al estilo peruano: de aspecto humilde, iluminados por apenas un foco, la mujer le dice a su esposo: “Justo nace el niño cuando estás despedido”. Un humor devastador, sobre todo porque no ha perdido vigencia.
En esa línea, Acevedo no abandona su idea de un Perú que, tantas veces, se asemeja más bien a una broma pesada. “Cantar ‘Somos libres’ ya es un chiste mientras se discrimine a alguien por ser cholo, negro, serrano, selvático, mujer, gay, pobre, etc.”, comenta. Y así hace patente que el humor también es una puerta abierta hacia la autocrítica más severa.
LA BURLA PELIGROSA
En su libro “El chongo peruano” (Mitin, 2019), el antropólogo Alexander Huerta Mercado examina las culturas de la risa en el Perú, tan diversas y a veces incomprensibles unas con otras: va de la envejecida humorada de “Trampolín a la fama” al éxito sin parangón de una película como “¡Asu Mare!”, y del peculiar estilo de “Pataclaun” a la iconoclastia de los cómicos ambulantes, incensurables exponentes de la chanza callejera.
Consultado también sobre cuán propicio es aplicar el humor en este país bicentenario, Huerta responde: “Más que reírnos del Perú, lo que haríamos es reírnos con el Perú. La risa genera un eco que a su vez genera comunidad. El problema es cuando se genera una suerte de ‘comunidad’ de burlones. Desde el patio escolar, la reunión de amigas o amigos, o el centro de trabajo y también la calle, nos hemos burlado en grupo de alguna víctima. Pero creo que estamos aprendiendo a burlarnos de nosotros mismos y eso es algo positivo”.
Sobre los riesgos de la burla como humillación, podríamos citar el incidente ocurrido hace unos días con Lilia Paredes, esposa del presidente electo Pedro Castillo, quien en una entrevista usó la palabra “festejación” y desató una serie de señalamientos y críticas por su supuesto mal castellano. No a raíz de este episodio, pero sí por coincidencia, Huerta Mercado recordaba a su profesor de Historia del Perú, José Antonio del Busto, quien reivindicaba el mestizaje como la verdadera riqueza del Perú.
“Él nos decía que el Perú es mestizo desde su nombre –cuenta Huerta–. A los españoles les dijeron que existía una región que llamaron Pirú porque estaba en la zona del río Virú, donde había oro. ‘Los españoles entendieron Perú, y así pues hasta el nombre de nuestra nación es mestizo: creado por personas que pronunciaban mal y conquistadores que entendían peor’”.
DEL “JAJAJA” AL “XD”
Como en casi todos los planos de nuestra vida –sobre todo tras la pandemia–, hoy la risa es más virtual que nunca. Los ‘stand-up comedy’, por ejemplo, se han convertido en un formato perfecto para YouTube, Netflix y otras plataformas con pantalla mediadora. Carolina Silva Santisteban es una de las comediantes peruanas más exitosas en esta modalidad. Y aunque este tipo de comedia implica otras dinámicas, y apunta a un público también diferente, ella coincide en que la naturaleza misma del humor no ha cambiado demasiado.
“En una coyuntura como la que vivimos, reírse del Perú puede ser muy sanador. Para entender lo malo que nos pasa, para sobrevivir a ello con humor, para criticar incluso sin darnos cuenta”, afirma Silva Santisteban, aunque hace una precisión sobre el límite de elegir al sujeto del cuál burlarse. “De qué o de quién te ríes también dice mucho sobre quién eres tú. Por eso la comedia sobre personas vulnerables no suele ser bien recibida: porque te estás burlando de algo o de alguien de quien la sociedad ya se ríe y se burla. Y el humor debe servir para romper el statu quo, no para perpetuarlo”.
Todo lo cual nos lleva al fenómeno último de esta genealogía de la carcajada: los memes. Elementos multimedia tan efímeros como efectistas, que han hecho del humor un proceso altamente democratizado, colectivo, anónimo y sin filtro (y en ese sentido, tan potentes como peligrosos).
“A través del humor también liberamos cosas que nos da temor afrontar. Por eso tienes esa gran fábrica de memes que es nuestro país, en donde nuestras angustias son ‘memificadas’ de forma que colectivamente podamos burlarnos de nuestros propios miedos”, opina el antropólogo Huerta Mercado.
De allí que los peruanos, a un paso de los 200 años de vida independiente, seamos capaces de divertirnos con una candidata ‘otaku’ al Congreso, con los penales fallados por Cueva, y hasta con un expresidente acumulando vacunas en su organismo como tragos frente a un bar. Retrucando a Sofocleto, y citando al célebre meme: “Imagínate vivir en Suiza y perderte esto”. Cómo no reírse en un país así.
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