Con brío characato, Edgard Guillén pasa la pandemia en su casa de Pueblo Libre. Atrás quedaron los tiempos en que su sala hacía de teatro y donde la complicidad entre el actor y su público daba un aura mística a la velada. Ahí, junto con su vieja gata Mischa, reminiscencia de un antiguo amor, pasa sus días en soledad, lo que le sirvió para terminar de escribir sus memorias de más de 60 años dedicados al teatro.
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Creador de universos imaginarios, Guillén ha elegido una portada tentativa para su libro que bien juega con su espíritu libre. Se trata de una ilustración que el artista Julio Granados diseñó para una retrospectiva en el ICPNA que conmemoraba a Guillén y sus entonces 30 años dedicado al teatro.
Este libro que celebra la libertad, nació en el encierro, en la forzada reclusión que lo dejó sin uno de sus pasatiempos favoritos: caminar.
Con el manuscrito entre sus manos, que aún no recala en alguna editorial, Guillén ojea algunas páginas y recuerda. “Yo me he enamorado furtivamente de alguien y furtivamente pasó algo, pero yo tenía anteojeras: el teatro. En España estaba el franquismo, pero había una libertad enorme de todas maneras y tenía ocasión de buscar pareja, pero yo: teatro, teatro”, dice sobre el tiempo que vivió en Europa.
Sin embargo, fue en Holanda donde conoció a quien considera la persona ideal: Mischa, una mujer algunos años mayor que él. “Yo conocí a la persona ideal en Holanda, una mujer, Mischa, que vino a verme dos veces al Perú, pero ya no la he visto más, hemos perdido el contacto. Creo que ha muerto ya, era mucho mayor que yo. Mischa me presentó al asistente de dirección del Teatro Nacional de Holanda porque ella tenía una boutique donde vendían puros adornitos. Ahí, en Amsterdam, hay costumbre que si se estrena una obra, todos van a comprar regalitos para todos y él iba mucho”.
De regreso al Perú, dejó atrás esos amores. “Qué te digo, mi vida ha sido solitaria hasta el día de hoy, mira, vivo con una gata (…) Yo siempre he sido un solitario, no he tenido tiempo para amar ni para dejarme amar”.
Y es que la pasión por su llamado artístico siempre fue más fuerte. “Yo he sido feliz en Europa, muy feliz, pero también he sido desgraciado, porque de pronto surgía aquel llamado de la naturaleza que se le dice amor y se frustraba por el teatro. No, no tengo tiempo, decía. Sí, un ratito, ahí nomás”.
Pero asegura que no se arrepiente. “Yo he amado al teatro. Es difícil creerlo. Uno ama personas, cosas tangibles, pero el teatro es un ente intangible. Prueba de ello es que a la edad que tengo debería decir: ya no quiero más. ¡Mentira! Tengo en la cabeza montones de proyectos, pero también he escrito mi libro, como despidiéndome del mundo. Cuando lo releo ahí está Edgard Guillén. Ese hombre que abrió la puerta un día con las getas japonesas sin saber qué iba a hacer y que llenó la sala, y con el alma en un hilo conversé con la gente”, rememora con aire melancólico.
A continuación, algunos extractos donde Guillén recuerda amores y desamores, y la inevitable muerte.
“Ella es Mischa, mi gata, mi compañera estos últimos años. Estoy muy cerca de cumplir 80 años y ya está bueno. Siempre quise expresarlo o decirlo a gritos por las calles, pero las buenas costumbres y la aparente cordura de los animales humanos me lo impedía. Pero hoy no hay nada ni nadie que me lo impida. Digo a gritos en medio del llanto más atroz que deploro la humanidad a la cual desdichadamente pertenezco.
Creía, hasta hace unos años, haber sido feliz. Me dediqué a lo que quise: el teatro. Viajé cuanto quise por el mundo haciendo teatro, pero hoy me doy cuenta de que jamás [lo hice] y menos hoy, cuando compruebo que los animales humanos estamos en este bello planeta por una maldita casualidad y que no hacemos otra cosa que arruinarlo.
Desde los albores de la humanidad, lo sabemos por la historia, el humano no ha hecho otra cosa más que pelear, guerrear, exterminándose los unos a los otros por sus equivocadas creencias religiosas y políticas.
(…)
Mirando los ojos de mi Mischa, mi bella gata; veo a través de ellos que tal vez en ese brillante cristalino vive aquí lo que pudo hacer de los otros seres superiores, pero no, la historia de nuestra carne nos muestra que seguimos siendo por decisión natural salvajes sin remedio.
Moriré rodeado de perros y de gatos, y de algunos humanos a quienes quiero y quise a lo largo de mi vida. Tal vez muy pronto y muy cerca de morir haga un nuevo espectáculo. Me pregunto ¿por qué? Porque es la rutina que me mantuvo vivo, que me permitió continuar alentando a este mundo, y esta mirada ya está teñida del más grande dolor, donde tal vez por momentos se exalte algunas muestras de algún fino autor; pero por encima de todo estará el horror que a través del teatro se desnuda, y la impotencia me frustra, y quisiera truncar mi dolor, y no puedo. Y sigo mirando tus ojos, queridísima Mischa”.
Desde 1995 Guillén convirtió su casa en teatro y su cuerpo en un medio. Ahí, la avenida Paso de los Andes 1147, cobraron vida obras inmortales como “Ricardo III” (en cartelera durante cuatro años), “Fausto” (con 9 años de funciones) y donde recreó obras como “Carnet de identidad” (que fue la primera obra que hizo en su casa en 1995), “Los viejos papeles a Konstantin Stanislavsky con amor”, su primer unipersonal con “Sarah Bernhardt y las memorias de mi vida”, “Domestic Shakespeare”, “Una mirada desde el jardín de los cerezos”, “Emily”, “La voz humana”, “La locura de la señora Bright”, “Buscando a Kazuo Ohno” y “La misa de Hécuba”. Con una audiencia muy íntima y un pase de sombrero al final, Guillén mantuvo vivo el teatro en la sala de su casa.
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