No hay peruano que no conozca al Gran Almirante del Perú Don Miguel Grau Seminario. Todos sabemos de su trayectoria, de su dignísimo paso por el Congreso, de sus victorias en la guerra, de su nobleza ante el enemigo derrotado y de su inmolación a bordo del “Huáscar”. Sin embargo, hoy “Día del Padre” bien vale la pena echar una mirada sobre el abnegado papá que fue para sus hijos. Para ello veamos la carta que el 8 de mayo de 1879 le dedicó a su esposa cuando le tocó salir a enfrentar al enemigo. Dejemos que sea su puño y su letra el que nos revele al padre ejemplar que fue.
“Como la vida es precaria en general y con mayor razón desde que va uno a exponerla a cada rato en aras de la patria en una guerra justa, pero que será sangrienta y prolongada, no quiero salir a campaña sin antes hacerte por medio de esta carta varios encargos: principiando por el primero, que consiste en suplicarte me otorgues tu perdón por si creyeras que yo te hubiera ofendido intencionalmente.”
En el inicio de su carta se nos pone en evidencia es el sentir de un hombre que empieza a expresar sus últimas voluntades y que no quiere dejar duda alguna sobre el amor que le profesa a su esposa.. Faltan solo 5 meses para que entregue su vida en defensa de la Patria.
Así es la carta que Miguel Grau seminario envió a su esposa.
“El segundo se contrae a pedirte atiendas, con sumo esmero y tenaz vigilancia, a la educación de nuestros hijos idolatrados. Para lograr este esencial encargo debo avisarte, o mejor dicho recomendarte, que todo lo poco que dejo de fortuna se emplee en darles toda la instrucción que sea posible; única herencia que siempre he deseado dejarles. Esta es, pues, mi única y última voluntad, que te ruego encarecidamente observes con religiosidad, si es que la súplica de un muerto puede merecer algún respeto”.
Con estas palabras, un padre de 45 años que enfrentaba la fatalidad se preocupaba por asegurar lo que consideraba era lo más importante para el futuro de sus hijos: su educación. Este era el más importante de los encargos que le hacía a su esposa Dolores Cabero, once años menor que él. En la carta, la voluntad de Miguel Grau Seminario está puesta en asegurar que todos sus bienes (no cuantiosos por cierto) se dediquen a su educación, Esa era la herencia que quería dejarle a sus ocho hijos. El mayor, Enrique, tenía 11 años, el menor, Miguel, solo unos meses de nacido. Entre ellos estaban Oscar, Ricardo, María Luisa, Carlos, Rafael y Victoria. Fueron 10 los hijos del matrimonio Grau-Cabero, dos habían fallecido prematuramente.
En esa carta, el padre de familia hace luego escrupulosamente las cuentas de sus posesiones y puntualiza deudas pendientes de cancelar: “Todo lo que poseo de fortuna, adquirida hon-ra-da-men-te, está reducido a lo siguiente: veinte y cinco y pico mil soles en Cédulas del banco Hipotecario, treinta y un mil trescientos soles en Cédulas de la Deuda Interna, cuatro acciones de a mil soles cada una del Banco Nacional del Perú, mil soles con sus respectivos intereses en poder de la casa de Canevaro, al mismo que le soy deudor de doscientas libras esterlinas, que le pedí para Anita Quezada, cuyo documento suscrito por mí se cumple en diciembre de este año”.
El “Caballero de los Mares”, es considerado con toda justicia como el paradigma del peruano ejemplar y con toda razón consagrado como el “Peruano del Milenio”. Más brillo toma aún su figura cuando reparamos en que todo lo trascendente que hizo en su vida lo logró sin descuidar su condición de padre amoroso, responsable, preocupado por la educación de sus hijos y que con orgullo podía subrayar ante su esposa y su familia que los recursos que dejaba para que se cumpla su postrera voluntad fueron adquiridos “honradamente” . El subrayado viene directamente de la mano del “Peruano del Mileno”: es palabra de Grau.
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