Cuántos cómics fueron arrojados por nuestras madres a la basura temiendo malas influencias. Cuántos requisados por nuestros profesores como testimonio de inconducta. Sin embargo, el tiempo pasa y la historieta es considerada hoy una herramienta de aprendizaje, un imán para atraer a los jóvenes a la lectura. Igualmente, el tiempo ha pasado también para Juan Sasturain, uno de los más importantes escritores argentinos, fundamental editor de cómics, responsable por décadas de la icónica “Fierro” (versión porteña de las revistas “Metal Hurlant” francesa o la “Heavy Metal” estadounidense) y en estos últimos años Director de la Biblioteca Nacional en su país, nada menos. Se trata del más importante invitado del Festival de la Historieta que, hasta el 30 de mayo, se realiza en el Parque Central de Miraflores.
¿Hablar de cómic hoy es un asunto más serio y académico? ¿Del grito underground, la fantasía oscura, la ciencia ficción y el desenfadado erotismo hemos pasado a una tranquila institucionalidad? “Por años, el cómic estaba siempre en los bordes. Pertenecía a las literaturas marginales”, reconoce Sasturain, con algo de nostalgia.
Para el honenajeado del festival miraflorino, ese el destino habitual de los fenómenos culturales. “Las instituciones culturales son lentas en reconocer los fenómenos producidos en los alrededores del ámbito de la Academia. Demoran mucho en entrar a su radar clasificatorio. Como el concepto mismo de cultura se va modificando, también cambia la amplitud de los contenidos”, afirma el escritor.
¿Los cambios son buenos, malos, o simplemente son así?
Es así. Todos somos hijos de nuestra época. Como diría James Barrie, el genial autor de Peter Pan, todo lo importante ocurre antes de cumplir los 12 años. Esos primeros accesos a la cultura en nuestra infancia y primera juventud, es determinante. Generacionalmente, los que éramos niños en los años 50 nos acercamos a la cultura no a partir de los libros; estaban las revistas en los quioscos, en la pantalla del cine, en la radio. A diferencia de nuestros mayores, los medios masivos de comunicación eran el objeto privilegiado a través del cual nos formábamos o deformábamos. Luego uno pasa a otra etapa, sigues leyendo y ves qué haces con eso, lo incorporas a tu acervo y forma parte de tu identidad. Y a algunos nos pasó eso con las historietas.
Hablando de las generaciones anteriores... ¿Crees que los nuevos historietistas argentinos han tomado la posta dejada por maestros ausentes como Quino, Caloi o Fontanarrosa?
Sí, la hay. Una revista como “Fierro” tuvo 2 etapas. Del 84 al 91, los primeros 100 números, y la segunda, a partir del 2006. Y en esa segunda etapa ya se veía una renovación plena. De allí salieron grandes dibujantes y narradores. Pienso en Diego Agrimbau, por ejemplo, o Pablo de Santis. Hay muchos y muy buenos. Hoy es más fácil publicar. Entre los editores, los autores y los lectores, han crecido especialmente los autores. Lo que se ha enrarecido es la figura del lector. Lo que se necesitaría, supongo, es un crecimiento de la cantidad y la calidad de los lectores. Hay cada vez más estímulos y cada vez menos lectores. Por otro lado, está la la facilidad de hacer tus mensajes accesibles al otro. Antes, la posibilidad de acceder a la publicación de una obra literaria era muchísimo más compleja, y la oferta era mucho menor. Hoy, de todo hay mucho. Y, por lo tanto, la rotación de la atención es mucho más rápida. Antes, la obra de los autores duraba más tiempo en la mesa de novedades. Hoy se les substituye con mucha mayor rapidez. Y está la historia, que lo decanta todo: ¿De todo el movimiento underground, con qué nos quedamos? A un autor como Robert Crumb lo vemos todo el tiempo, pero otros han desaparecido. En nuestro medio, un cómic argentino como “El Eternauta” ha perdurado muchísimo, tienes rasgos particulares que lo han convertido en un clásico. ¿Pero cuantos otras obras de calidad han desaparecido?
¿Por qué los autores de historieta argentinos han perdido la difusión que tenían los creadores mayores?
De los fenómenos editoriales no puedo hablar. Pero lo que sí podría decirte es que está mucho más dispersa la producción. Ten en cuenta que han desaparecido los kioscos en la Argentina. Es muy lamentable.
Hablemos de “El Eternauta”, un comic fundamental de la ciencia ficción argentina. Ya antes de la pandemia se anunciaba que Netflix iba a sacar una miniserie...
Ya se está filmando. Ricardo Darín va a hacer de Juan Salvo, el protagonista.
Eres el autor del prólogo de sus últimas ediciones. ¿Cómo se explica la aparición de “El Eternauta” en la Argentina? ¿Que paranoia nacional generó la historia de una invasión extraterreste en Buenos Aires?
Es una historia muy interesante. El período de apogeo de la literatura popular de quioscos en Argentina fue descomunal desde comienzos de los años cuarenta hasta fines de los sesenta. Tiene que ver con la política y con la posguerra. Como siempre, cuando hay una industria cultural poderosa, hay trabajo, hay medios y hay lectores. Se produjo ese círculo virtuoso. En el caso puntual de las historietas fue más acentuado aún. Irrumpieron muchos creadores exiliados de Europa durante la Segunda Guerra Mundial, huyendo del fascismo. Eso produjo una simbiosis muy poderosa. Hubo muchas revistas dedicadas a la aventura de género, según el modelo de Hollywood: el western, la ciencia ficción y el policial. Los autores argentinos retomaron esos modelos y los trabajaron. Pero Héctor Oesterheld hizo la diferencia. Era un hombre letrado para su época. escribía cuentos infantiles y divulgación científica. Empezó a escribir guiones a los treinta años, y sumó a sus saberes el imaginario del cine. Entonces se vivía el apogeo del western dirigido por John Ford, con sus grandes horizontes. Ahora bien, dentro del contexto de una ciencia ficción paranoica, lugar común del cine que podía extrapolarse a la situación política de la Guerra Fría, la bomba y el llamado “peligro soviético”, Oesterheld hizo su propia versión. Trasladó la invasión. Hasta entonces, el género de aventuras necesitaba del exotismo para ser verosímil. Su auténtica revolución formal fue que la aventura sucediera allí donde vos la leías: un Buenos Aires de 1957, en el que las noticias hablaban siempre de platos voladores. Los grandes clásicos de nuestra literatura siempre han surgido de los bordes, han sido relatos originales e inclasificables.
La gran genialidad de Oesterheld es que los ovnis, por fin, ya no aterricen en Washington sino en Buenos Aires...
Oesterheld profundizó el sentido del concepto de aventura. Habitualmente, la aventura se asociaba a lo inusual, lo exótico. Pero Oesterheld transformó ese concepto. Para él, nadie nacía héroe, eran las circunstancias las que lo crean. Cuando alguien asume una situación límite, se convierte en héroe. Y eso es una aventura. El Héroe es el producto del cruce entre el hombre común y una circunstancia límite. Eso está en Héctor y es la base de todo. Por eso en su trabajo no hablamos de “imaginar” sino de “aventurar”.
¿Cuál es la diferencia?
Aventurar es imaginar pero poniendo el cuerpo, es “aventurarse”, llegar hasta las últimas consecuencias del desafío individual. Ese es el tipo de aventura nueva que surgió con Oesterheld, y eso es lo que hace que “El Eternauta” sea un texto clásico. Es el mejor relato que se produjo en la Argentina en toda la segunda mitad del siglo XX. ¡Y era un relato marginal para lectores no calificados! Lo leíamos jóvenes de doce a veintipico años. Era una revista barata, de quiosco, que no salía en las secciones culturales de los diarios.
¿Sientes entusiasmo por la inminente versión de Netflix?
Expectativa, más que entusiasmo.
¿Cómo ves esta inundación de películas de superhéroes en las últimas décadas?
Es el resultado de las posibilidades técnicas. Piensa que, durante décadas, la historieta podía dibujar lo que el cine no podía filmar. A partir de un filme como “Allien”, se pudo ver en pantalla lo que sólo se veía en el papel. Todo el universo creativo de la ciencia ficción que vivía en las revistas se pudo trasladar a la pantalla. ¡Se pudo hacer volar a Christopher Reeve como Superman! Y luego ni hablar de la digitalización. Hollywood encontró un reservorio infinito de aventuras en las historietas. Y “El Eternauta” es un ejemplo. Imagínate si se hubiera llevado al cine en la época en que se dibujó. Hubiera salido algo como lo imaginaba Solano López, su dibujante: la estética del cine B de invasiones, algo típico de su época.
¿Por qué, conociendo el ego del porteño, no hay superhéroes argentinos?
(Ríe) No lo sé. Pero hemos tratado de hacerlos. ¡El Eternauta es nuestro superhéroe!
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