El 14 de setiembre del año 2000 fue jueves, día de estrenos. Y en el Perú esa fecha ha quedado marcada por la aparición de una grabación que supera, por su impacto, a cualquier otra producción audiovisual realizada en el país. El primer vladivideo tuvo su función de presentación en una sala del hotel Bolívar, pasadas las 6 de la tarde –horario vermut–, y con buena afluencia de público: decenas de personas –y millones más por televisión– que presenciarían cómo el exasesor presidencial Vladimiro Montesinos sobornaba con US$15.000 al congresista Alberto Kouri, para convertirlo en apacible tránsfuga.
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Era el cambio de siglo, una época en la que el formato VHS estaba en el umbral de la caducidad. Blockbuster aún operaba, los USB recién aparecían, y a You Tube le faltaban todavía unos cuantos años para consolidarse como videoteca universal. Entonces era ese casete de VHS el único soporte posible para poner en jaque al gobierno de Alberto Fujimori, que empezaba su tercer mandato con graves acusaciones de corrupción y un malestar social insostenible.
La imagen grabada en cinta magnética no tenía muy buena calidad, aunque era fácil reconocer a Montesinos y a Kouri en plena transacción. El audio era malo, pero el video había sido subtitulado. El encuadre, un poco ladeado, era el típico de una cámara escondida. La sala tenía tres sillones dispuestos de tal forma que ninguno de sus protagonistas diera la espalda al espectador: parecía el estudio decorado para una ‘sitcom’, con su mesa de centro, un par de cuadros, una lámpara encendida. “Acá hay 10 –decía Montesinos en referencia a su primera oferta de US$10.000–. Usted dígame”. Kouri pediría un poco más: “Hablemos de quince, veinte”. A lo que Montesinos aceptaría sin dudar. “Bueno, diez más cinco: quince”, concluía, poniéndole los fajos de billete en un sobre manila.
Fue el primero de centenares de videos que saldrían a la luz. Todos habían sido grabados por Montesinos en la sede del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), en Chorrillos. Como director de cámaras tenía al coronel Roberto Huamán Azcurra; como guardiana de su archivo, a Matilde Pinchi Pinchi, quien eventualmente sería la que filtrara el primero de los casetes. El siniestro plan del voyeurista asesor era que las grabaciones le sirvieran, en un futuro, para chantajear a cuanto político, empresario o celebridad hubiera sucumbido a su ofrecimiento de dinero y favores. Un ejercicio oculto que significó su propia destrucción.
CASI UN SUBGÉNERO
Los vladivideos parecen también un híbrido de géneros: en esencia son películas caseras, pero tienen algo de cine de gánsteres, de documental político, de “found footage” y hasta de “snuff film”. La onda expansiva que generó su revelación también fue bastante cinematográfica, llena de símbolos: desde Alberto Fujimori trepado en las rejas de Palacio de Gobierno y mostrando las manos sucias, hasta la fuga de Montesinos en avioneta y velero, y un operativo policial coreografiado para supuestamente buscarlo. Todo coronado con una renuncia presidencial que llegó, como el más amargo de los finales, vía fax.
Vale la pena, además, analizar al vladivideo dentro de su contexto, pues la cámara oculta no era propiedad exclusiva de los agentes del SIN. Para el crítico y docente Christian Wiener, la década de los 90 “fue la de los ampay y la legitimación de las grabaciones y chuponeos como instrumento mediático, con impacto farandulero o político, y visos de escándalo para la prensa chicha. Los vladivideos fueron el epítome de esta práctica, donde el gran titiritero del poder, cual Mephisto o Mabuse, grababa a todos los que se acercaban a sus dominios para extorsionarlos”.
Ciertamente, el régimen fujimontesinista fue el que mejor utilizó las herramientas de la pantalla para su propio beneficio. El rango era amplio e incluyó reportajes psicosociales sobre vírgenes que lloran, ‘talk shows’ que fabricaban escándalos a expensas de la necesidad de la gente, y programas cómicos de cuestionable calidad. Que la década culminara con la aparición de un video oculto y el posterior descalabro del gobierno solo funcionaba como el lógico cierre de un círculo por demás perverso. Sin embargo, no fue un final definitivo.
“La política peruana parece haber incorporado como motor de la historia el registro y el chantaje de lo indecoroso o lo ambiguo, cuando no lo explícitamente delictivo, como los fajos de dólares con que Montesinos compraba conciencias. Los políticos peruanos se empecinan en reeditar sin fin el mito del eterno retorno de lo atroz, lo vomitivo, lo siniestro y lo infecto”, señala el cineasta Joel Calero.
PRECURSOR DE LO VIRAL
Según versión de Vladimiro Montesinos, él y su equipo llegaron a grabar unos 30.000 de los llamados vladivideos, muchos de los cuales no han podido conocerse hasta la actualidad. En el 2016, alrededor de 150 de estos registros fueron entregados al Centro de Documentación e Investigación del Lugar de la Memoria e Inclusión Social (LUM), y desde entonces están alojados en su cuenta de You Tube, de forma pública y gratuita.
Curiosamente, el cine no se ha ocupado demasiado de los ellos, a pesar de ser un insumo de enorme potencial. “Ojos que no ven”, película del 2003 dirigida por Francisco Lombardi, toma el vladivideo Kouri-Montesinos como punto de partida para contar una serie de historias de irregular factura. Y en el 2018, el director Eduardo Guillot estrenó “Caiga quien caiga”, un opaco retrato de Vladimiro Montesinos en los meses posteriores a que se revelara la susodicha grabación.
Leny Fernández, crítica de cine, opina que los vladivideos también pueden ser objeto de lectura más allá de la corrupción. “Esa mezcla de soberbia y vanidad, de colocarse como protagonista de las imágenes, se convertirían en el signo de estos tiempos –afirma ella–. Ahora nos grabamos todo el tiempo, y hay quienes incluso lo hacen para protagonizar momentos despreciables. Hay un endiosamiento del ‘yo’, que en el caso del Perú, ha resultado quizás más perjudicial que en otros fueros. Y en un país tan fragmentado como el nuestro, levantar la bandera del individualismo o del éxito alcanzado a través de virales, aunque sean infames, no nos ha ayudado para nada”.
Bajo esa mirada, el vladivideo también se emparenta a cierto egocentrismo de las imágenes, a la desmesurada e impúdica exposición que reina hoy en la tiranía de las redes sociales y el conteo de “vistas”. Vladimiro Montesinos como prototipo y precursor maligno de algunos ‘youtubers’ al margen de la moralidad.
USOS Y COSTUMBRES
Para la antropóloga y catedrática de la PUCP María Eugenia Ulfe, a partir de los vladivideos el documento audiovisual se constituyó en sí mismo en fuente de verosimilitud, proveyendo de sentido de verdad a una serie de actos de corrupción. Significó una espectacular puesta en escena del corrupto gobierno de Alberto Fujimori y, de alguna manera, significó también una forma cínica de hacer política, que marcaría otros casos que veríamos años después", afirma Ulfe, en referencia a los recordados ‘petroaudios’, los videos del congresista Moisés Mamani o, más recientemente, los audios que involucran al presidente Martín Vizcarra, con el agravante de que, detrás de la supuesta filtración, parece existir un complot golpista. En suma, episodios que parecen un ‘déjà vu’ en torno a la escucha y el fisgoneo.
“Esta práctica se ha convertido en el género más frecuentado y retorcido de nuestra historia audiovisual y política, no hay ficción que pueda superarla –agrega Christian Wiener sobre este afán vigilante y delator–. Lo más triste de todo es que lo único que la mayoría aprendió de la experiencia de los vladivideos fue a tratar de grabar mejor, valiéndose de las nuevas tecnologías. En lo demás, todo sigue igual, o peor”.
Luis Jochamowitz, periodista y autor del libro “Vladimiro”, coincide en afirmar que este uso de audios y videos ha trastornado los usos políticos. “El paso de la palabra escrita al audiovisual como documento político, es otro de esos saltos al vacío de nuestro tiempo –sostiene–. Tenemos el instrumento, pero no sabemos cómo usarlo. De ese modo, el antiguo debate de razones y explicaciones, se desliza hacia el espectáculo, la puesta en escena, el sobreentendido. Montesinos sigue vigente”.
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