Es de noche. Dos jóvenes corren por la orilla de la playa. -¿Me dices tu nombre de nuevo? -pregunta él, persiguiéndola. -¡Chrissie! -¿Adónde vamos? - ¡A nadar! - exclama ella.
El siguiente plano nos sumerge. Vemos a la preciosa muchacha desde abajo del agua, flotando grácil, moviendo relajadamente brazos y piernas. Luego volvemos a ver su rostro sonriente, hasta que llega el primer tirón. Ella no entiende. El suyo es un gesto que mezcla sorpresa y dolor. El segundo es más fuerte. El tercer tirón la lleva hacia abajo y el agua cubre su cabeza un instante. Es entonces cuando Chrissie empieza a gritar.
Su cuerpo comienza a cruzar el agua roja en caóticos sentidos, convertida en títere y carnada.
“¡Oh, Dios!”, clama, antes de tragar agua. El resto son gritos incomprensibles que se apagan al sumergirse por última vez, mientras la luna ilumina serena la superficie del agua y la boya al fondo alerta a nadie con su inútil campana.
A Steven Spielberg (Cincinnati, 1946) le tomó tres días filmar esta breve y terrorífica escena inicial del filme que lo lanzaría a la fama: “Tiburón”. El director apenas tenía 27 años, y entonces parecía que el proyecto iba a devorarlo: el presupuesto se había duplicado, la agenda de trabajo se triplicó, los directores del estudio amenazaban a diario con despedirlo. En efecto, su naciente carrera de director parecía a punto de ser devoraba por ese enorme tiburón blanco que lo esperaba a diario.
Sin embargo, a cuarenta años de distancia y millones recaudados, resulta obvio decir que con “Tiburón” Spielberg cambió la historia del cine de Hollywood y de su comercialización. ¿Pero qué hace que el filme, a cuarenta años de su estreno, resulte hoy un clásico del cine de terror y referencia obligada para los mayores éxitos de la industria hollywoodense?
Pocos directores como Spielberg (podría mencionarse a Frank Capra o John Ford) han definido y dirigido una sección de la historia estadounidense a través de sus películas. Para el escritor argentino Rodrigo Fresán, sus filmes nos proponen una épica de lo doméstico, y, a la inversa, lo doméstico de la épica.
Así, en la historia basada en la novela de Peter Benchley, tres hombres salen a cazar a un tiburón de ocho metros y tres toneladas. La dinámica de estos tres tripulantes es perfecta y entrañable: Robert Shaw, el capitán del Orca, es el tipo duro que todo lo sabe. Richard Dreyfuss es el joven científico con delirios de héroe y Roy Scheider encarna al policía que no sabe qué está haciendo en medio del mar, pero debe cumplir con su deber.
Pero además de su acercamiento cotidiano, Spielberg supo reeditar una fórmula clásica del suspenso hitchcockiana: esconder el origen del miedo. En efecto, es historia conocida que esta decisión estilística no fue a priori. Spielberg cuenta que en el rodaje los continuos problemas con el tiburón mecánico obligaron al director a renunciar a la idea de un filme en el que el monstruo apareciera todo el tiempo. Así, decidió no mostrar el tiburón hasta el clímax de la película y, en su lugar, mostrar el agua. El miedo estaba en lo profundo. Lo que da más terror es lo que no ves.
Hoy en día, gran parte de las películas de terror intentan esconder al enemigo, como lo hiciera Spielberg hace cuatro décadas. Y es que muchas revoluciones empiezan así: por accidente.
PALABRA DE CINÉFILO
Sin embargo, pareciera que el filme de Spielberg está lejos de generar un aplauso unánime entre los cineastas locales.
“Spielberg es un cineasta que no me interesa”, responde enfático Chicho Durant. “No creo que ninguna de sus películas hayan cambiado nada ninguna narrativa... ni la del cine más chato. De ‘Tiburón’ solo puedo decir que es uno más de los filmes tremendistas de desastres naturales o de monstruos que se popularizaron por esos años”, señala el director de “Alias La Gringa”.
Por su parte, el cineasta Joel Calero confiesa que el cine hollywoodense no forma parte de sus obsesiones cinéfilas. “Debo confesar que ‘Tiburón’, y en general el cine de aventuras y suspenso me dejan indiferente”, señala. Sin embargo, el autor de “Cielo oscuro” señala que, junto a “El exorcista” y “La guerra de las galaxias”, el filme de Spielberg forma parte de esa trilogía del mal que pervirtió para siempre la industria hollywoodense porque los acostumbró a recaudaciones estratosféricas. “Con ‘Tiburón’ y esos otros dos filmes, en algún sentido, perdieron importancia las películas para que importaran los blockbusters”, lamenta.
Cambiando de gremio, pero igualmente cinéfilo, Eduardo Tokeshi recuerda bien el día de su estreno en Lima. “Fue la primera (y única) película que vi cuatro veces seguidas. Nunca antes escuché al público aplaudir cuando el villano moría”, dice. El artista plástico destaca que hay dos tiburones en la película de Spielberg: el tiburón mecánico y el tiburón musical compuesto por el maestro John Williams. “Ese último lo imagino kilométrico, artero, sigiloso y asesino. Los primeros compases y el in crescendo son lo más narrativo que escuché a mis 16 años. Al primer tiburón lo hacen explotar con un tanque de oxígeno en las mandíbulas. Al segundo no lo mata nadie...”, señala el artista.
Tráiler de "Tiburón". (Video: YouTube)