Lo considera parte de una trilogía no planeada, junto con “El amor y otros demonios” y “Memoria de mis putas tristes”. En efecto, “En Agosto nos vemos”, la novela inconclusa de Gabriel García Marquez que ya circula en librerías locales, es un libro sobre la libertad del amor, con un encantador personaje femenino como centro de la atención: Ana Magdalena Bach. Para el cineasta Rodrigo García Barcha, hijo mayor del Nobel colombiano, se trata de un libro en el que, él fue testigo, su padre trabajó mucho antes de perder las facultades a causa del mal de Alzheimer que sufrió en sus últimos años de vida. Le escuchaba quejarse, diciendo que aquella última entrega no tenía sentido, que no funcionaba. Sin embargo, tras releerlo, él y su hermano Gonzalo pensaron, si acaso, su padre había perdido también la capacidad para juzgar su propia obra. Es otra crueldad de aquella enfermedad: no poder apreciar tus propias palabras. “El libro tiene muy buena escritura, lleva los aspectos más fuertes de la obra de Gabo: el lenguaje, el conocimiento y la simpatía por el ser humano”, afirma.
—Hay dos preguntas que, mucho antes de que el libro llegue a imprenta, te hacen y te has hecho al interior de la familia: Por qué y para qué publicar “En Agosto nos vemos”. ¿Cómo fue la decisión de compartir con los lectores un libro que tu padre no consideró publicable?
Cuando todos los documentos de trabajo de Gabo se fueron al Harry Ransom Center, en la Universidad de Texas, en Austin, el libro se secuestró. Como no se consideraba terminado, no se digitalizó para sus archivos. Siete años después se digitalizó y la comunidad académica pudo tener acceso a él. Estudiosos, candidatos a doctorados, periodistas, etcétera. Una vez que se empezó a leerse, Gonzalo y yo decidimos también releer sus versiones. Y nos pareció que estaba mucho mejor de lo que recordábamos. No entendíamos por qué Gabo decía que el libro no tenía sentido, que no funcionaba, que no se entendía. Fue entonces que se nos ocurrió que, a lo mejor, era él el que ya no lo entendía. En su enfermedad, llegó un momento en que era incapaz de leer. No reconocía a nadie. Era la propia pérdida de facultades del Alzheimer. Puesto que ya se estaba leyendo y nos gustaba, ¿Por qué no publicarlo? Pensamos que se podía hacer la mejor versión posible, y se hizo de la mano del editor Cristóbal Pera, que ya había trabajado con Gabo en las diferentes versiones del libro. Él hizo una versión que consideramos óptima, sin agregar ni cambiar una sola palabra. Incluso hemos dejado algunas pequeñas contradicciones. Es un libro no del todo pulido, no del todo terminado porque se le acabaron las facultades a Gabo, pero siempre nos pareció que valía la pena leerlo. Que juzguen los propios lectores si vale la pena o no. También nos libera el deseo de Gabo, quien dijo muy claro: “cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran”.
—Hay una anécdota de tu infancia que dice que tu padre les pedía ayuda a ti y a tu hermano para romper los folios de los manuscritos que no le servían, para que no quedara rastro de ellos más allá del original terminado. ¿Si este texto no pasó por la trituradora, es porque había una deuda pendiente?
Creo que Gabo ya no tenía conciencia como para tomar esa decisión. Él decía que había que destruir el libro, pero no lo destruía porque se le olvidaba. Estamos especulando sobre decisiones de una persona que estaba más allá de todo, incapaz de tomarlas. Es imposible.
—Hace unos días, en El Comercio sondeamos a un grupo de escritores colombianos sobre sus expectativas por este lanzamiento. Piedad Bonet nos decía que sentía curiosidad, pero también un poco de miedo. John Jairo Jinieles esperaba encontrar “ráfagas, instantes, epifanías de su maravillosa forma de ver el mundo”. ¿Cómo ves el tema de las expectativas de los lectores? ¿Sientes la responsabilidad de quien trabaja con un enorme patrimonio cultural?
Hay cierta responsabilidad, sí. Pero primero, consideramos que el libro estaba más que legible, insisto: en el balance, hay mucho más que ráfagas y momentos. Creo que hay mucha buena literatura de Gabo en el libro. Finalmente, como la decisión de publicarlo fue nuestra, siempre estaremos expuestos al juicio. Pero no nos preocupa demasiado. Si el libro fuera deficiente, no lo hubiéramos publicado.
—Quien lea el libro se encontrará con esos personajes de García Márquez cuyos nombres son tan anacrónicos y tan deliciosos de escuchar, algunos recogidos por tu padre de las lápidas del cementerio de Cartagena. Sin embargo, la protagonista Ana Magdalena Bach, lleva el nombre de la esposa de Johann Sebastian Bach, una soprano alemana muy conocida en su época. Es muy interesante que el protagonista tenga este vínculo con un personaje histórico.
Pues sí. Yo creo que le gustó el nombre. Es curioso, porque es un vínculo con una persona conocida de otro siglo y a la vez se trata de su novela más contemporánea. No se dice la década, pero hay mucho uso de teléfonos y llaves digitales del hotel. Gabo no tiene libros con situaciones tan contemporáneas.
—El nombre del personaje me entusiasma: A Ana Magdalena Bach su esposo le dedica dos manuscritos, llamados “el pequeño libro” que forman parte de la historia de la música. Sé que a tu padre le gustaba mucho Bach. ¿Quizás mi lectura sea caprichosa, pero no será “En agosto nos vemos” un libro de homenaje a su esposa Mercedes, tu madre?
Puede ser. No me parece descabellado. También pudo haberlo hecho de forma inconsciente. Ya sabes que los escritores no saben muchas veces de dónde vienen sus ideas. Es posible que haya escogido el nombre de una esposa en una pareja famosa como los Bach. Él siempre dijo que Mercedes permeaba todos sus libros. Por otro lado, el libro nos pareció muy feminista. Nos parece muy valioso para este momento.
—Parte de la contemporaneidad del libro, es su forma de abordar la libertad sexual de una mujer madura. No es un tema muy transitado por tu padre.
En novelas con muchos personajes como “Cien Años de soledad” hay hombres y mujeres con todo tipo de actitudes hacia el sexo y el amor. Pero en este libro el sexo es una expresión muy poderosa de que se quiere y no se quiere, cómo se define uno a sí mismo. Que Ana Magdalena Bach decida darse esto a sí misma es, definitivamente, un gesto de individualismo. Y en su caso, de feminismo.
—La crítica feminista no leyó bien “Memorias de mis putas tristes”, un libro injustamente criticado. Pero creo que “En agosto nos vemos”, supondrá una reconciliación de tu padre con su lado más feminista.
Espero que sí. Yo creo que es un libro feminista. Y bueno, cada loco con su tema.
—Y los hombres quedamos muy mal parados. Incapaz de pensar en una mujer libre que no sea prostituta.
El marido es un personaje más sofisticado, definitivamente. Pero es verdad: en la novela, muchos hombres no entienden a la otra persona.
—Uno de los mayores placeres que da la lectura de “En Agosto nos vemos” es volver a ese mundo fuera del tiempo, estando hoy sometidos a tantos estímulos tecnológicos resulta una especie de oasis. ¿Podrías precisar los referentes geográficos y temporales que en la novela se revelan tan sutiles e indeterminados?
Partimos de que, a menos que se especifique otra cosa, toda novela de Gabo ocurre en una versión del Caribe colombiano. En cuanto al tiempo, ciertos detalles nos hablan de que hablamos de una realidad hace veinte años, cuando él empezó a escribir este libro. Todavía no hay celulares y eso permite un manejo del tiempo y el espacio particular, que la gente pueda tomarse unos días con tranquilidad, no estar permanentemente conectados. No sé cómo hubiera tratado Gabo el mundo en el que vivimos, con el acceso a todo de forma inmediata. A él le funcionaba más que sus libros estén en esta especie de burbujas, libres de tiempo.
—¿La isla a la que llega cada año Ana Magdalena Bach para visitar la tumba de su madre, tiene algún referente concreto? ¿Hay en el imaginario de tu padre una isla a la que siempre volver?
No lo recuerdo. Traté de pensar si sería alguna isla cerca de la costa de Cartagena, pero no hay lugares así, con Ferris y ciudades con cementerios. Es un espacio imaginario, aunque supongo que, como todo escritor, tiene alguna referencia real, a lo mejor fuera de Colombia.
—El tema de los cementerios para tu padre fue referente muy importante, son escenarios muy presentes en toda su obra literaria. ¿Qué sientes al ver que en su novela de despedida, el cementerio sea un lugar privilegiado?
Los escritores siempre están obsesionados con la muerte. Esa cosa incontrolable e inevitable. Se podría decir que la novela es un esfuerzo por controlar un universo, por decidir el destino y las elecciones de las personas. No me extraña por eso que el cementerio tenga una fuerza tan cautivadora. Es cierto que en sus libros siempre hay cementerios, algunos se los lleva el río. Es el museo de las vidas vividas, la bodega de los muertos.