Todd Haynes es nada menos que el responsable de “Carol” (2015), una de las mejores películas de la década que se va. Se trataba de un melodrama esencial, y este hijo no reconocido de Douglas Sirk y Edward Hopper podía ingresar al tortuoso espectro emocional de su heroína, una bella joven que se ve atrapada por el amor de una mujer más experimentada, pero que se esconde tras un matrimonio convencional.
Pues bien, “El precio de la verdad” cambia la pasión amorosa de ficción, por la biografía histórica de denuncia social. Y es interesante que la contrastemos no solo con melodramas modernos como “Carol”; sino también con otros filmes de denuncia basados en hechos reales, y que se proponen como señalamientos directos de las prácticas criminales de las corporaciones, como “El infiltrado” (1999) o “Erin Brockovich” (2000).
Tanto en “Carol” como en la anterior “Lejos del cielo”, los triunfos de Haynes recaían en los mismos valores que hicieron tan grande a su maestro Douglas Sirk: la delicada y punzante incisión de la cámara no solo en los afectos de sus protagonistas, sino también en el tramado de relaciones entre ellos; se trataba de atestiguar una serie de pasiones que envolvían y ligaban a los protagonistas en un destino agónico.
Se podría decir que, en “El precio de la verdad”, Haynes tiene que hacer un esfuerzo por transmitir, a la cruzada de Rob Bilott (Mark Ruffalo), la intensidad que sí pudo conferir a las historias de amor prohibido de impronta sirkeana. Rob trabaja, en un inicio, para un bufete de abogados que defiende a corporaciones químicas, como la invencible Dupont. Luego, ante el pedido de ayuda de un granjero de Virginia, debe poner su moral a prueba.
Lo mejor del filme está en su primera parte, con el descubrimiento anonadado de Bilott, empezando los años noventa, de las condiciones de vida de los animales, y humanos, que viven en la mencionada granja. Esta se ha convertido en un páramo venenoso y marchito por la contaminación de residuos tóxicos que llenan los ríos colindantes. Sin embargo, pese al costo de su propia salud, nadie más parece querer alzar la voz.
La fotografía de Edward Lachman abandona la gama cálida que pretendía emular el colorismo sumamente estilizado de Douglas Sirk. Ahora ensaya, de acuerdo con el tema ominoso –una industria que es capaz de realizar experimentaciones atroces con la vida de sus trabajadores–, un tenebrismo de claroscuros muy contrastados, y virajes a amarillos y verdes nocturnos, toda una poética de sombras luctuosas que se ciernen sobre Bilott.
Y, en efecto, Bilott es retratado como un héroe atribulado que sacrifica su propia conveniencia y reta, casi como un gesto irracional, a una corporación que tiene las de ganar. El granjero enfermo, interpretado por Bill Camp, era fundamental para dar la contraparte dramática de Bilott, y también en tanto es él quién prueba su moral y sus agallas. Los problemas empiezan cuando el héroe debe enfrentarse solo ante el enemigo.
Si “El precio de la verdad” no se sostiene bien en lo que sigue, se debe a que Ruffalo deja de tener un acompañamiento convincente en su sufrimiento. El pueblo se vuelve un listado de rostros anónimos, y la esposa de Bilott (Anne Hathaway) posee un registro sobreactuado y postizo, además de no tener química con Ruffalo. Es en esos puntos que un drama similar de denuncia que vimos hace poco, como “Buscando justicia”, tiene éxito. “El precio de la verdad”, en cambio, muestra, no tanto la falta de compromiso con sus ideales, pero sí la subestimación del director para con el espectador. Esperemos que, con su próxima película, Haynes vuelva al nivel al que nos tiene acostumbrados.
LA FICHA
Título original: “Dark Waters”.
Género: drama, biografía.
País y año: EE.UU., 2019.
Director: Todd Haynes.
Actores: Mark Ruffalo, Anne Hathaway, Tim Robbins, Bill Pullman, Victor Garber.
Calificación: ★★.