Es la historia de una familia rural en Alcarràs, Cataluña, que de un momento a otro ve amenazado su sembrío de melocotones: la modernidad ha llegado a quitarles la tierra y ellos se enfrentan a la inminencia del desalojo. Con ese relato lamentablemente más común de lo que uno imaginaría, la cineasta española Carla Simón (Barcelona, 1986) ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín este año y encandiló al público del último Festival de Cine de Lima PUCP, donde fue uno de los filmes más elogiados.
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Ahora la cinta ha sido adquirida por la plataforma MUBI, que la estrenará en los próximos meses (sin fecha confirmada aún). Sobre su notable trabajo, Simón conversó con El Comercio.
—”Alcarràs” no es solo una historia de una tierra arrebatada, sino de las familias numerosas y cómo desaparecen. ¿No es una tragedia eso?
Sí, la película retrata una manera de hacer agricultura en familia, que es la manera en que se hace desde la prehistoria, digamos. Y retrata cómo es que eso se va acabando y, como consecuencia, también ese modo de vivir en familia, en una casa donde conviven varias generaciones, y donde de repente, si se rompe esa transmisión del oficio y el hacerlo juntos, pues también acaba una manera de vivir en familia. En respuesta a tu pregunta, lo que yo siento es que aún existen esas familias. En la mía, en las familias que yo veo en esta zona de España. Pero es una cosa más de los pueblos y mucho menos común en la ciudad, entonces es verdad que hay un modelo de vivir en familia que está desapareciendo.
—¿Es mucha la desconexión entre la vida rural y el “progreso” de la urbe allá en España?
Seguramente la brecha no es tan grande como en Latinoamérica, pero si es verdad que hay un desinterés o una desconexión en general desde la ciudad hacia el pueblo. La gente de la ciudad sabe poco de estas áreas rurales, y ellos se sienten muy abandonados. De hecho, yo creo que la película ha funcionado muy bien en estos pueblos porque es una de las primeras veces en que ellos se han sentido representados en la pantalla; es decir, de una manera en que ellos se sientan a gusto. Porque están muy acostumbrados a que no se les entienda, ni política ni mediáticamente, pese a que las personas que cultivan son muy importantes para la subsistencia del país y de la humanidad. Eso es algo en lo que deberíamos reparar un poco, porque merecen ser atendidos.
—También es una película sobre distancias generacionales. ¿No te parece que hoy los cambios entre una y otra generación están más acentuados que antes?
Sí, sí, de acuerdo. Entre la generación de nuestros abuelos y la nuestra hay mucha diferencia. Y es que el mundo ha cambiado y sigue cambiando tan rápido… Pero en estos pueblos aún existe ese respeto hacia los mayores, incluso un interés en querer aprender. Una gran diferencia es aquello que pasa en la película: que algo que se acordó de palabra en la época de la Guerra Civil ahora mismo esté absolutamente obsoleto. Hoy solo valen los contratos firmados, y seguramente la generación nueva no va ni siquiera a saber qué es que alguien tenga un acuerdo de palabra.
—Por momentos, en algunas escenas, la película me recordaba “El sol del membrillo” de Erice, por la luz sobre las frutas. ¿Buscaste que esa luz solar marcara la estética de la película?
Sí, esa época y esa zona donde rodamos la película es de mucho calor. Y una de nuestras opciones con la directora de fotografía era no huir de eso. Porque muchas veces intentamos filmar en momentos de luz que sean bonitos –cuando caen a la tarde, cuando está saliendo el sol–; pero nuestra idea era no ir por allí, porque la gente sigue cosechando así sea el mediodía, cuando cae ese sol horrible que a veces cuesta filmar. Entonces hubo como una conciencia de filmar en horas de sol difíciles para que eso se mostrara mejor. Básicamente para no idealizar el campo y poder mostrarlo desde como ellos lo viven. Y bueno, ahora que mencionas “El sol del membrillo”, nosotros teníamos una idea que a mí me gustaba mucho, aunque luego no tuvo sentido. Pensamos que esa higuera a la que el abuelo va a recoger los higos fuera en realidad un membrillo, un poco como homenaje a la película de Erice. Pero luego nos dimos cuenta de que los membrillos se cogen en otoño, entonces no tenía sentido. Además, esta película la iban a ver los agricultores. ¡Nos hubieran matado!
—¿Cómo se logró que estos actores y actrices no profesionales transmitieran tanta naturalidad?
Para mí la clave es que ellos se crean lo que están haciendo. Y para que se lo crean hay que crear un mundo, una serie de memorias compartidas. Ese fue el trabajo que hicimos antes de rodar, y después de un casting muy largo, en el que buscamos a gente que se pareciera mucho a los personajes escritos, que tuvieran algo de la esencia de los personajes que habíamos creado. Ese es un paso muy muy importante. Vimos como a 9.000 personas en un casting de un año, larguísimo, y cuando ya las teníamos a todas optamos por reunirlas. Entre ellos no se conocían, así que para mí era muy importante que, si iban a representar a una familia en la pantalla, sintieran que de verdad eran una familia. Entonces alquilé una casa en Lleida y allí venían todos los fines de semana, todas las tardes. No todos juntos, sino en combinaciones distintas: un día los hermanos, los padres, el abuelo y la nieta, padre e hijo, etc. Y después de cuatro meses de trabajo, ellos ya sentían que eran una familia y yo sentí que podíamos ir a rodar. Pero para mí esa parte de haber vivido cosas juntos, a través de improvisaciones, de situaciones que podrían haber pasado antes de la historia que cuenta la peli, era un poco la clave para que lleguemos al rodaje y nos creamos que eso estaba pasando de verdad.
—Tu primera película, “Verano 1993″, era de corte autobiográfico. ¿En “Alcarràs” también estás presente?
Bueno, mucho menos, pero mis tíos sí tenían melocotones en Alcarràs. Y la idea de la película surgió cuando mi tío murió y yo por primera vez pensé en qué pasaría si esos árboles, que todos dábamos por hecho que seguirían allí, algún día desaparecieran. Y me di cuenta de que en muchas familias eso estaba pasando, porque esa manera de vivir y de hacer agricultura en familia es cada vez menos sostenible. En ese sentido sí, se retrata gente que yo conozco, que estaba en mis vacaciones de verano, de navidades. También es verdad que la configuración familiar es distinta, que la historia no ocurrió, pero sí hay pinceladas de cosas que me pasaron. Por eso para mí fue muy importante documentarnos mucho para esta película, para contar bien la historia desde los personajes. Sentía mucho respeto respecto a hacer un retrato completo. Y también por eso es que coescribí el guion con Arnau Vilaró, porque él es de un pueblo muy cerca de Alcarràs, su familia es de agricultores, y nos instalamos dos veranos en la casa que tienen mis tíos en medio de sus tierras. Allí podíamos hablar con otros agricultores, y poco a poco lo que íbamos escribiendo eran las cosas que podían pasar, que habíamos visto que pasaban, o que nos habían contado.