Películas sobre brujas no faltan en el imaginario cinéfilo de los géneros fantástico y de horror. Desde las que no llegan a aparecer en el fondo del bosque de Maryland, como en el falso documental “La bruja de Blair” (1999), hasta las que pasean sus figuras en versiones modernas de la mitología, como en la extraña humorada de Nicholas Roeg titulada en español “La maldición de las brujas” (1990). Aunque, personalmente, me quedo con dos títulos de los setenta: “La estación de la bruja” (1972), de George Romero, y “Suspiria” (1977), quizá lo más memorable que alguna vez filmó el polémico y excesivo Darío Argento.
“La bruja”, del debutante Robert Eggers, no está muy lejos en cuanto a rigor y originalidad. Aunque sus pautas son otras, a mitad de camino del realismo de Romero y la fantasía psicodélica-operática de Argento. Eggers prefiere levantar vuelo desde un realismo de amarillos prístinos y de leves claroscuros que recuerdan a Rembrandt y a cierto gótico americano anclado en las comunidades amish. Por otro lado, se nota también que es un realizador que huye del efectismo grueso y busca seducir al espectador con una mezcla de amor y temor a la oscuridad –sobre todo, a la oscuridad de la mente–.
“La bruja” empieza como una película de días soleados y de cotidianidades aparentemente felices en el campo de Nueva Inglaterra, a inicios del siglo XVII. Es notoria esa calidad europea de unos pioneros emigrados del viejo continente, y que anclan en nuevas tierras que esconden un espíritu salvaje. En ese sentido, se comprende el planteamiento de Eggers al dividir el espacio en dos: el afuera, constituido por el tupido bosque lleno de fuerzas ocultas que los atormentarán; y el adentro, hecho de una familia nuclear en la que los hijos son prisioneros del puritanismo cristiano de los padres.
Eggers parece querer confrontar al espectador en torno a esas dos caras del mal: la que viene del cosmos o de la tierra, y la que viene de la familia. El estudio psicológico es especialmente penetrante en ese sentido, sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de una familia expulsada de la comunidad a la que pertenece por motivos que nunca se hacen explícitos, lo que acentúa el misterio que rodea cada vez más a los personajes. Librados a su suerte, el aislamiento se hace cada vez más cruel. Porque más allá de la naturaleza agreste, estos padres y sus hijos son presos de unas relaciones de poder retorcidas, atravesadas por hipocresías, secretos y ambiguos tramados que no excluyen el componente sexual.
Estrenada en el Festival de Sundance el año pasado, no llama la atención que esta producción independiente no cuente con alguna superestrella y que su elenco esté formado por actores salidos por lo general de la televisión. Del conjunto, quisiera mencionar especialmente a dos personajes femeninos muy logrados: la bella hija Thomasin (Anya Taylor-Joy) que, poco a poco, se convierte en la antiheroína, y la adusta madre interpretada por Kate Dickie. Lejos de un registro expresionista o teatral –muy válido para concepciones operáticas del horror como las de Coppola en “Drácula”, por ejemplo–, aquí prevalece un tono más interior, hecho de silencios y miradas sesgadas; tono que se romperá hacia el final, cuando una confrontación general preludie una especie de liberación de rasgos más satánicos que cristianos.
Por último, quiero subrayar la personal sofisticación del filme. Eggers logra conservar cierto registro realista e íntimo que juega con una dimensión fantástica que se desliza provocativamente desde planos de sutil erotismo, a veces desde cuadros vivos con referencias no tan veladas a los monstruos de Goya, o con oscuridades profundas y sangrientas de carnales sutilezas que hubieran agradado a Caravaggio. Todo para mostrar sin complacencias los perversos resortes que anidan en una familia obsesionada con la pureza. Brillante.
MÁS INFORMACIÓN
“La bruja”
Director: Robert Eggers
Género: drama y horror
País y año: EE.UU., 2015
Actores: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie.