Betty Boop fue primero un perro. Una poodle francés, para ser más específicos. Canina antropomorfa que en vez de nariz tenía un botoncito negro de hocico y en lugar de aretes dos largas orejas. Así lucía en su nacimiento, un 9 de agosto de 1930, cuando se estrenó el cortometraje “Dizzy Dishes”, de los hermanos Fleischer. De hecho, el eterno compañero de la Boop nunca dejó de ser un perro: Bimbo fue creado como el protagonista de la serie “Talkartoons”, pero luego fue opacado por la presencia de la diva animada.
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No pasó ni un año para que el creador de Betty Boop, el productor estadounidense Max Fleischer, decidiera convertirla en mujer, hasta adquirir los rasgos que todos conocemos. “Es una chica ‘flapper’, una que no busca ser esposa ni madre abnegada –la describe la escritora y catedrática de la PUCP Carla Sagástegui–. Gracias a su ímpetu y talento se considera capaz de ser independiente como actriz o bailarina. Su imagen lo dice todo: corte de pelo masculino, falda corta y cigarrillo, labios pintados y medias color carne, hija del jazz”.
Sin embargo, la autora apunta también un detalle que no se puede ignorar: como todas las animaciones de aquella época, Betty Boop fue diseñada por hombres (Grim Natwick, Berny Wolf, Otto Feuer, Seymour Kneitel, ‘Doc’ Crandall, entre otros). Y quizá es por eso que, a diferencia de las feministas de los años 20 y de las ‘flappers’ sexualmente desafiantes, “Boop era tan solo una adolescente de 16 años, una niña ingenua, a la moda, seductora sin saberlo, e independiente”, agrega Sagástegui.
Esa ambigüedad de la niña-mujer siempre jugó a favor del personaje, y lo hizo de una forma inquietante. En “Minnie the Moocher” (1932), cortometraje que sirvió como acompañamiento al clásico tema del cantante Cab Calloway, se observa a Boop recibir una reprimenda de sus padres antes de que decida huir de casa junto a Bimbo; y en “Bamboo Isle”, del mismo año, se la pone a bailar con la magia del rotoscopio, y sus pechos aparecen cubiertos solo por un collar hawaiano. Casi un ‘topless’.
Mientras el otro gran personaje femenino de la animación de su época, Minnie Mouse, era solo un calco de su referente masculino (Mickey) y aprovechaba los rasgos infantiles de un roedor, Betty Boop lucía su sexualidad de forma abierta y provocadora.
ORIGEN CONTROVERTIDO
Aunque, como ya se dijo, Boop sintetiza las características principales de las ‘flapper’ del Estados Unidos previo a la Gran Depresión, existió cierto consenso en señalar a una mujer como su principal inspiración: Helena Clara Schroeder, o Helen Kane, actriz y cantante que lucía el mismo peinado ‘bob cut’, las largas pestañas enmarcando la mirada huidiza, y una cabeza que lucía proporcionalmente ajena a su cuerpo.
Una comparación que, curiosamente, a Kane no le gustó nada, al punto de entablarle un juicio a los estudios Fleischer en 1932, al aducir que explotaban su imagen y personalidad sin autorización. La artista argüía que Boop no solo le imitaba la actitud, sino la voz aniñada al momento de cantar; pero la justicia consideró que el reclamo no tenía sustento pues dicho estilo lo usaban muchas artistas. Y en ese punto fue clave que la productora utilizara un as bajo la manga de nombre Baby Esther.
Según el manager Lou Bolton, quien sirvió como testigo en el litigio entre los Fleischer y Helen Kane, esta última había tomado su técnica de canto de la afroamericana Esther Lee Jones, o Baby Esther, a quien había visto actuando en un club de Manhattan. Es decir, la de Betty Boop sería la historia de una apropiación de otra apropiación, teniendo a una mujer negra como su génesis, la auténtica creadora del famoso “boop-boop-a-doop” agudamente entonado por la pequeña bailarina.
“Me parece que sería lindo retomar hoy al personaje y que se pareciera más a Baby Esther, una mujer afroamericana, independiente, capaz de crear un personaje encantador y risueño”, opina la artista plástica e ilustradora Sheila Alvarado sobre ese proceso de invisibilización de los orígenes afro de Betty Boop. No es un mecanismo nuevo: se le denomina ‘whitewashing’ y consiste en el “blanqueamiento” de las representaciones de muchas figuras históricas. ¿Un ejemplo? Quizá el de Jesús de Nazaret sea el más conocido: un natural de Medio Oriente –región de gente de piel oscura– que suele ser ilustrado con cabellos casi rubios y ojos azules.
CONDENA Y SEXISMO
Como si sus borradas raíces afroamericanas o la metamorfosis de can a mujer no fueran condimento suficiente para la historia de Betty Boop, tal vez el aspecto más polémico de sus 90 años de leyenda sea la temprana censura que sufrió. Porque si los años 20 y su liberalismo la alumbraron, en la década siguiente irrumpiría, como feroz retroceso, una oleada conservadora en todo Estados Unidos.
“Betty Boop fue sin duda alguna la precursora de las ‘pin-up’ norteamericanas, una insinuante mujer fatal que se atrevió a mostrar la pierna debajo de una minifalda. Pero todo acabó con la censura que permitió el Código Hays y la perturbadora inocencia de la Boop pasó a la historia. Quizá por eso ha quedado como un símbolo de la liberación femenina en una sociedad machista y castrante”, afirma el caricaturista Omar Zevallos.
Carla Sagástegui coincide en que es necesario analizar la figura de Betty Boop dentro del contexto en que fue creada: el de una generación de mujeres sufragistas y emancipadas que, después de la crisis de 1929, tuvo que padecer efectos colaterales como la censura cinematográfica y la fobia a la sexualidad. “A Betty le alargaron la falda en 1934 y la ciñeron a ser ama de casa”, sostiene la autora.
Sheila Alvarado es incluso más crítica con la forma en que se fue diseñando al personaje, a partir de la visión masculina de sus creadores. “Creo que lo más resaltante es que a través de ella podemos ver cómo siempre se ha minimizado a las mujeres liberales y sexualmente activas. Siempre se están burlando de ella –dice la ilustradora–. Cuando yo era chica la veía y me gustaba la música y la ingenuidad del personaje; pero cuando la vi hace unos años, ya con otra mirada, me di cuenta de que es muy bonita, pero no sabe hacer las cosas bien o sola”.
¿Puede ser entendida, entonces, como una influencia? Alvarado afirma que la imagen de Betty Boop la motivó, más bien, a tomar el camino contrario para su trabajo. “Yo busco que la dimensión sexual no sea casual ni deba avergonzarte. Mi personaje siempre te mira o desafía, es una mujer muy consciente de su sexualidad y de su inteligencia emocional, y no necesita a nadie al lado para seguir o conseguir algo”, afirma.
Los tiempos van cambiando y es nuestra mirada la que evoluciona. La Betty Boop de sensualidad ingenua puede que no tenga la misma razón de ser que hace 90 años. Pero vista en su condición histórica, puede enorgullecerse de haber sobrevivido casi un siglo sin perder su aura de leyenda.
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