Guillermo Lucena (Santiago Pedrero) es un músico argentino de 35 años. Sus bandas de rock nunca llegaron a consolidarse. Ha llegado al Perú para buscar a un amigo que no ve hace mucho tiempo; indaga en la casa donde supuestamente viviría quien fuera, también, su socio de aventuras musicales. Sin embargo, solo encuentra a Sofía (Paulina Bazán), una adolescente limeña con quien empieza una improbable amistad.
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Este es el punto de partida de este filme que, si bien es una producción peruana, es también el último opus dirigido por el argentino Ezequiel Acuña –que será estrenado vía streaming el 8 de octubre–, uno de los cineastas más talentosos de la “nueva ola” del cine del país gaucho que apareció a principios del milenio. Ya antes, Acuña había estrenado, en el 2014, “La vida de alguien”, que cuenta la historia de Guillermo Lucena previa a “La migración”.
Un dato a tener en cuenta es que Acuña reside hace ya más de cuatro años en Lima. De alguna manera, su personaje, el desarraigado y viajero Guille, que termina quedándose más tiempo del que preveía en Lima, es su álter ego. Para esto, hay que decir que todas las películas de Acuña tienen la textura y el tono de una confesión, de un testimonio muy personal donde caben más las preguntas que las respuestas.
Desde una mirada superficial, “La migración” podría ser un filme sentimental. Pero solo lo es en un sentido filosófico, y no en uno efectista o melodramático. Acuña supera todos los clichés que amenazan con estropear un cine de sentimientos. Acá se trata de los afectos de Guille, y su amistad, al borde de lo imposible, que tiene con Sofía. Es una amistad real, es cierto, pero también es un romance soñado, vivido como un paréntesis.
Las amistades que Acuña pone en escena juegan con su propia ambigüedad. Son vínculos inseguros, y están condenados a pasar, a deshacerse por el viaje, el azar, la misma naturaleza huidiza que marca a los seres libres. Seres libres que son, siempre, adolescentes perpetuos. En ese sentido, Guille también vive, en sus relaciones como en sus proyectos artísticos, una situación vital “suspendida” y sin tierra firme a la vista.
Por lo dicho anteriormente es que debemos convenir en que Acuña hace comedias íntimas con mucho de tragedia existencial, o dramas existenciales con mucho de un humor sutil de extraños enredos sentimentales. En ese sentido, quizá el cineasta más cercano a este universo no sea latinoamericano, sino francés. Y pienso en François Truffaut, en esa rara sabiduría que sobrevuela a unos hombres-adolescentes que se resisten a echar raíces.
Como el cineasta puro que es, Acuña es un escultor de rostros, y su cámara sabe descubrir, fascinada, la fragilidad y fuerza expresiva de sus actores. Aparte de la delicada sensibilidad de Santiago Pedrero, en “La migración” brilla el extraordinario hallazgo de Paulina Bazán, en una de las actuaciones más frescas y magnéticas del cine peruano.
La de Acuña es una cámara hechizada por la belleza de rostros aún lo suficientemente jóvenes —que no es lo mismo que tontos— como para no ser burdas máscaras de adultos ya muertos en su interior. Pero “La migración” también trata sobre la traducción. El tema que está detrás es la expresión a ser descifrada. Y eso vale también para los sentimientos que expresa la música: vemos secuencias de canciones, de conciertos, de música rock o pop alternativo, que se entrelazan con gran fluidez a las secuencias de diálogos casi secretos. Y es que la de Acuña es la antropología de un mundo futuro: él cree mejor que nadie en esos jóvenes que parecen estar donde nadie los puede ver.
LA FICHA
Título: “La migración”.
Género: Drama.
País y año: Perú, 2018.
Director: Ezequiel Acuña.
Reparto: Santiago Pedrero, Paulina Bazán, Mateo Vega.
Calificación: ★★★★