Fue la semana que Sarah Zapata consiguió volver a Estados Unidos, embarcándose en un vuelo humanitario gestionado por la embajada del país norteamericano. “Fue una locura. Tuve que ir a un hotel, luego nos trasladaron a la base aérea, y había tanta gente que no se respetaba el distanciamiento social”, cuenta la artista desde su vivienda en Brooklyn, Nueva York, la ciudad más golpeada por el coronavirus en el mundo.
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Antes de su retorno a casa, Zapata quedó atrapada en la cuarentena limeña durante casi un mes. Ella había llegado al Perú el 27 de febrero y alistaba la que sería su exposición en el MATE, “The taxing of a fruitful procession”, prevista para inaugurarse el 19 de marzo. Para entonces ya estaba decretado el aislamiento, por lo que sus planes fueron totalmente cancelados. Desde el alojamiento que le cedió el museo en Barranco, Zapata pasaba sus días escuchando la música de Cocteau Twins y leyendo sobre la poeta peruana Magda Portal.
Nacida en Texas en 1988, Zapata es hija de madre estadounidense y padre peruano. “Mi papá nació y creció en Piura. Yo viajo al Perú casi todos los años y trato de visitar a mi familia piurana cada vez que estoy allá”, cuenta la artista, cuya doble procedencia ha influido directamente en su trabajo con textiles, en los cuales resaltan el colorido y las texturas, utilizando procesos a mano, costuras, cuerdas enrolladas, enganche de pestillos y diversas técnicas para, a la par, reflexionar sobre teorías de género, identidad sexual y etnias.
“Este trabajo con los textiles me ha ayudado a entender mejor mi relación con el Perú, desde mi condición de ciudadana estadounidense –explica–. Y al mismo tiempo acercarme a las complejidades de las tradiciones heredadas y a comprender mis propios privilegios”.
Zapata ha expuesto recintos neoyorquinos como el New Museum, El Museo del Barrio, el Museum of Arts and Design y el Leslie-Lohman Museum of Gay and Lesbian Art; la muestra programada por el MATE, sin embargo, era especial porque se trataba de la primera que realizaría en el Perú. “Estaba muy emocionada de poner exhibir mi trabajo allá. Realmente sigue siendo uno de mis sueños”, confiesa.
ENTRE DOS CULTURAS
En “The taxing of a fruitful procession”, la propuesta de Zapata reunía dos imaginarios distantes, pero con puntos en común: la imponencia de la fortaleza del Sacsahuayman, por un lado, y el relato bíblico de la batalla de Jericó, por el otro. “Son dos narrativas muy diferentes, pero que tienen en común la idea de construcción sobre roca, como testamento del paso del tiempo”, señala. Una instalación inmersiva, en la que los textiles representan las grandes piezas rocosas y dirigen a los espectadores por un recorrido que también incluye pinturas en el suelo y las paredes.
Alimentada por las culturas peruana y estadounidense, Zapata afirma que el arte de los textiles le atrae en la forma en que pueden vincularse con la religión y la espiritualidad. Pero además, como una práctica que en todo el mundo está asociada a la feminidad. “A menudo se ha pensado a la actividad textil como una muy básica, hecha por mujeres, y que no puede ser poderosa ni política”, afirma.
Sin embargo, la artista resalta, por ejemplo, a las arpilleras del Perú y de Chile como una narrativa potente que permite la expresión de sus mujeres. “Si en algo puedo diferenciar a la práctica textil tradicional del Perú y de Estados Unidos es que allá no encuentro el mismo orgullo por la producción que sí percibo aquí –comenta–. Y lo digo sin pretender romantizar sus prácticas, porque entiendo que es un proceso mucho más complejo”.
Ahora, desde la cuarentena neoyorquina, espera que la exposición pueda reprogramarse una vez que la situación mundial se normalice. “Lo que es muy triste es que no sé si podré estar presenta para verla”, refiere. Sin embargo, cuenta también que comenzó a escribir su experiencia para amainar la frustración de estos tiempos ingratos. “La escritura me ha dado la posibilidad de controlar lo que no podía controlar materialmente”, finaliza.
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