Lo que era una escultura monumental, que se alineaba con el horizonte frente al mar de Huanchaco, ya no está más. Desde hace unos días, “La máquina de arcilla” es solo escombros. Los siete cubos que conformaban la magnífica obra de Emilio Rodríguez Larraín (1928-2015) hoy lucen derruidos y abandonados en la arena como simple desmonte. Parecen una señal deprimente del interés nacional por su propio arte.
El fotógrafo y artista trujillano José Carlos Orrillo fue quien dio la voz de alerta hace unos días en Facebook. Es él quien gentilmente tomó las fotografías de la obra destruida que ilustran esta nota. Nadie se había percatado del hecho porque una especie de cerco aledaño tapaba la vista de la obra desde la carretera. Pero él llegó caminando por la orilla el último martes y se encontró con la desoladora escena.
Al día siguiente volvió al lugar y todo seguía igual. “No hay ni siquiera alguien a quién preguntarle qué ha pasado –afirma indignado–. Las huellas del Caterpillar sobre la arena no son tan frescas, pero tampoco tan antiguas. Puede que la destrucción haya ocurrido aproximadamente (hace) una semana”.
UN HITO EN RUINAS
“La máquina de arcilla” es la obra más ambiciosa presentada durante la tercera edición de la Bienal de Arte de Trujillo, en 1988. Fue un encuentro histórico que reunió a figuras locales y del extranjero, y permitió el retorno al Perú de artistas como Rodríguez Larraín, Jorge Piqueras y Jorge Eduardo Eielson. También llegaron a la ciudad norteña los poetas Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros, Blanca Valera y Javier Sologuren, y pusieron la cuota musical Manongo Mujica, Jean Pierre Magnet y Julio Algendones.
Por encargo de la propia bienal, Rodríguez Larraín comenzó a darle forma a “La máquina de arcilla” desde un año antes, en 1987, junto a un grupo de obreros de la zona. Su concepto era tan enigmático como audaz, pues guardaba relación con las estructuras precolombinas de la zona –se ubica cerca de Chan Chan–, así como con algunas manifestaciones arquitectónicas contemporáneas. Hay quienes la han descrito como una huaca moderna.
Se constituía por los siete cubos ya mencionados y siete muros que los acompañaban. Son los cubos los que hoy han quedado totalmente destrozados, aclara Orrillo. “Por alguna razón, quienes cometieron el atentado han dejado en pie los siete muros. Da la impresión de que alguien los alertó y se fueron de un momento a otro”, explica.
También es preciso señalar que, lamentablemente, la obra se encontraba un penoso estado de abandono: vandalizada con grafitis, usada como letrina y basural, soportando las inclemencias del clima, como dos Fenómenos del Niño. Pero seguía en pie. En el 2018 sufrió un primer atentado, cuando uno de sus cubos fue dañado cuando se realizaban los preparativos para el recibimiento al Papa Francisco allí en Huanchaco. Hubo algunos intentos para protegerla y ponerla en valor, pero no prosperaron.
DEJADEZ Y ABANDONO
Sebastián Rodríguez Larraín es hijo de Emilio y dice que se siente “como un hijo de ‘La máquina de arcilla’”. Hay una foto en la que se observa a su madre, la también artista Cynthia Capriata, embarazada y con Sebastián en su vientre, durante los trabajos de instalación de la escultura. “Mi mamá estuvo embarazada durante todo el concepto y la producción, y nosotros fuimos a la inauguración en la bienal cuando yo tenía dos semanas de nacido. Entonces sí tengo un apego muy importante hacia la obra”, le cuenta a El Comercio.
Aunque Rodríguez Larraín lamenta la destrucción de este emblema del ‘land art’ que ideó su padre, reconoce que hay una suma de responsabilidades en el abandono que había sufrido la obra en estos más de 30 años de existencia. “La dejamos caer en el olvido –afirma–. Hubo algunos esfuerzos esporádicos, como en el 2018 con una carta de Natalia Majluf, luego el proyecto de revaloración de la artista Rosa Benites Goicochea, pero siempre terminó en nada. Sí, el gobierno y las instituciones públicas son culpables, pero todos somos realmente culpables. Yo soy culpable también”.
Rodríguez Larraín hijo –quien hoy, gracias a unas becas de la Fundación Celo, trabaja en proyectos de NFT en beneficio de comunidades vulnerables en Perú– asegura que su propósito ahora es generar una verdadera conciencia sobre cómo valoramos nuestro patrimonio artístico. “Espero que suceda lo que en francés se llama ‘succès de scandale’: que este escándalo, por más trágico que sea, dirija nuestra mirada hacia nosotros mismos como nación, como ciudadanos, sobre qué posición queremos tener frente a nuestra historia”, advierte.
SIN RESPONSABLES
Sobre qué ocurrió con “La máquina de arcilla” en estos últimos días, aún no queda claro. El Comercio intentó obtener información de la Municipalidad Distrital de Huanchaco, pero hasta el cierre de esta nota no ofrecieron ninguna respuesta.
“Yo no tengo información directa, pero asumo que tiene que ver con un intento de desocupar ese espacio para desarrollar alguna actividad inmobiliaria o similar. Quizá alguna mafia o algún grupo con poder e influencia económica pueda estar detrás”, afirma Sebastián Rodríguez Larraín. Y lo mismo especula José Carlos Orrillo: “Las mayores sospechan apuntan a un intento de liberar terrenos. Esta es una zona pública, no se puede privatizar, pero aquí al lado ya hay un terreno cercado en el que parecen estar construyendo una especie de local de verano”.
Mientras tanto, sin una declaratoria de intangibilidad o una protección real como patrimonio que llegara a tiempo para resguardar su integridad, lo que queda de “La máquina de arcilla” es solo arena disuelta y algunos registros que quedaran para la posteridad. Testimonios de un tiempo de grandeza que hoy nos resignamos a dar por perdido.