¿El Perú algún día estará preparado para César Moro? Sobre él actualmente se escribe muy poco, igual que cuando estaba vivo. Nació en Lima, un 19 de agosto de 1903, como Alfredo Quíspez Asín Mas, y murió en la misma ciudad el 10 de enero de 1956 como César Moro, un artista incomprendido que siempre buscaba la libertad, pero que – irónicamente- pasó sus últimos días internado en un hospital.
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Cuando Alfredo tenía 20 años estaba decidido a cambiarse de nombre y así lo hizo en el Registro Civil de Lima. “Una vez le escribió una carta a su hermano Carlos: ‘La cuestión del nombre ha sido siempre para mí una tortura y naturalmente he tratado de sacudírmela […] Cuando me escribas pondrás en el sobre: Don César Moro’. El nombre era el de un personaje de una novela de Ramón Gómez de la Serna”, escribe el periodista Marco Avilés en un perfil que hizo sobre el poeta para la revista Gatopardo en febrero de 2012.
El sobrino de Moro, José Quíspez Asín dijo al periodista que al poeta siempre le había molestado su nombre verdadero. “Sus amigos le decían Quispecito, Quispicanchis, y eso ha debido joderlo mucho al hombre. Ya sabe cómo era la gente en Lima”.
Vida de poeta
En 1925, con 22 años, Moro viajó a París y probó distintas disciplinas artísticas como el ballet clásico, la pintura y, por supuesto, la poesía. Los nueve años que vivió en la capital francesa marcaron su vida, ahí, por ejemplo, conoció a André Breton, fundador del surrealismo, y participó de las reuniones de este movimiento cultural.
“París era la capital del mundo para los poetas, y varios países de Latinoamérica tuvieron al menos un poeta exiliado allí. El chileno Vicente Huidobro. El ecuatoriano Alfredo Gangotena. César Moro, el primer poeta latinoamericano que formó parte del grupo surrealista, vivió ocho años en Francia, y cuando regresó al Perú, en 1933, llevó consigo la ola de esa revolución. Luego, en 1938, se mudó a México y ayudó a sembrar el surrealismo en ese país”, menciona Avilés en su reportaje.
Moro adoptó el francés como su lengua. Mientras vivió en la ciudad europea escribió “Renommée de l’amour” para la revista Le Surréalisme au service de la Révolution. Además, participó en el libro Violette Nozières, en 1933, poco antes de regresar al Perú. En esta obra, en la que se homenajeaba a una adolescente acusada de parricidio, también participaron poetas como André Breton, René Char, Paul Éluard y Benjamin Péret. Además, contenía ilustraciones de Salvador Dalí, Yves Tanguy, Alberto Giacometti y René Magritte.
“A su regreso a Lima, Moro continuó ligado emocionalmente al grupo. En 1935 expuso algunos dibujos y collages y en 1938 creó junto con Emilio A. Westphalen la revista El uso de la palabra de la cual sólo apareció el primer número. Ese mismo año el artista peruano se exilió por motivos políticos en México donde vivió hasta fines de la década de los 40. Lo que hace de Moro un caso especial en la literatura latinoamericana de su generación es que aún en su regreso a Perú y en su exilio en México siguió escribiendo en francés. Esta condición de doble exilio: el geográfico y el lingüístico hacen de él un poeta de las orillas, del destierro”, escribió en un ensayo la investigadora mexicana Mónica Quijano, doctora en Letras Francesas por la Universidad París.
“Moro publicaba poemas y artículos en Francia, Perú, México. Traducía al español los textos de sus colegas franceses e ingleses. Era el gran agitador surrealista. Pero él, que había logrado un enorme prestigio en México, volvió al Perú un día de 1948 como quien busca un último refugio, llevando consigo una maleta, un perro y una rara enfermedad. Pesaba menos de cincuenta kilos. No tenía dinero y debió sobrevivir como profesor de escuela. Algunos alumnos se burlaban de él porque era delicado y homosexual. Le decían maricón. Le escupían en la espalda. Murió en un hospital público en 1956, cuando tenía cincuenta y tres años. Al velorio asistieron su madre, algunos sobrinos y pocos amigos. Había publicado tres libros. Todos escritos en francés”, dice el reportaje del periodista Avilés.
El ‘profe’ de Vargas Llosa
En febrero del 1958, el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, recordó con un texto a su profesor de francés César Moro, que había muerto dos años antes. “Recuerdo imprecisamente a César Moro, lo veo, entre nieblas dictando sus clases en el colegio Leoncio Prado, imperturbable ante la salvaje hostilidad de los alumnos, que desahogábamos en ese profesor frío y cortés, la amargura del internado y la humillación sistemática que nos imponían los instructores militares. Alguien había corrido el rumor de que era homosexual y poeta: eso levantó a su alrededor una curiosidad maligna y un odio agresivo que lo asediaba sin descanso desde que atravesaba la puerta del colegio. Nadie se interesaba por el curso de francés que dictaba, nadie escuchaba sus clases. Extrañamente, sin embargo, este profesor no descuidaba un instante su trabajo. Acosado por una lluvia de invectivas, carcajadas insolentes, bromas monstruosas, desarrollaba sus explicaciones y trazaba cuadros sinópticos en la pizarra, sin detenerse un momento, como si, junto al desaforado auditorio que formaban los cadetes, hubiera otro, invisible y atento”, dice el texto de la revista Literatura, N°1.
“Jamás adulaba a sus alumnos. Nunca utilizaba a los temibles suboficiales para imponer la disciplina. Ni una vez pidió que cesara la campaña de provocación y escarnio desatada contra él. Su actitud nos desconcertaba, sobre todo porque parecía consciente, lúcida. En cualquier momento hubiera podido corregir de raíz ese estado de cosas que, a todas luces, lo estaba destruyendo: le bastaba servirse de uno de los innumerables recursos de coacción y terror que aplicaban, en desenfrenada competencia, sus «colegas» civiles y militares; sin embargo, no lo hizo. Aunque nada sabíamos de él, muchas veces, mis compañeros y yo, debimos preguntarnos qué hacía Moro en ese recinto húmedo e inhóspito, desempeñando un oficio oscuro y doloroso, en el que parecía absolutamente fuera de lugar”.
Además, en 2012, Vargas Llosa recordó a Moro, durante un encuentro con un grupo de estudiantes en el Gran Teatro Nacional. El Nobel indicó que los alumnos sabían de oídas que Moro era poeta y señaló que aunque los alumnos no se portaban bien, el profesor de francés soportaba “como un espartano”.
A., su loco amor
A fines de 1938, César Moro conoció en México a Antonio Acosta Martínez o A., como lo llamaba en las cartas que le escribía a su amigo Emilio Westphalen.
A. era un joven cadete que mantuvo el corazón de Moro en vilo y se convirtió en el amor de su vida. Antonio inspiró el único poemario que Moro escribió en español: La tortuga ecuestre (1939), el cual no pudo publicar por problemas económicos. La relación con el militar duró ocho años. Luego Antonio se casó y tuvo un hijo al que César Moro describía siempre con ternura.
En el gran contacto del olvido
A ciencia cierta muerto
Tratando de robarte a la realidad
Al ensordecedor rumor de lo real
Levanto una estatua de fango purísimo
De barro de mi sangre
De sombra lúcida de hambre intacto
De jadear interminable
(Fragmento del poema “La leve pisada del demonio nocturno” - La tortuga ecuestre)
Diez años más tarde, Moro conoció a André Coyné en los ambientes de la Alianza Francesa. Coyné acababa de llegar de Francia para estudiar a César Vallejo, que no era precisamente santo de la devoción del surrealista. El escritor Marco Avilés afirma que Moro, de 45 años, invitó a Coyné, de 21, a una excursión por la playa. Ahí Coyné tuvo un accidente que dio pie a un breve romance. “[…]no duró más de un año, y terminó porque el joven francés se enamoró de un pintor. Moro y Coyné dejaron de verse durante un tiempo. Después fueron amigos y confidentes”, asevera Avilés en su reportaje.
“Lima, la horrible”
La firma al final de uno de los poemas de La tortuga ecuestre inspiró a Sebastián Salazar Bondy (1924 - 1965) a escribir su ensayo “Lima, la horrible”, publicado en México en el año 1964 y que se convirtió un clásico de la literatura peruana . El poema al que Salazar Bondy hace referencia es “Viaje hacia la noche”, escrito un 24 de julio o agosto de 1949 en la capital del Perú. Aunque Salazar Bondy no conoció a César Moro, guardó un profundo respeto por su arte y así lo dio a conocer en dos artículos que escribió sobre el poeta surrealista, los cuales tuvo la gentileza de enviar a El Comercio, Alejandro Susti, curador de la obra de Bondy.
El primero data del 12 de mayo de 1957 y fue publicado ocho días después en el desaparecido diario La Prensa. Desde París, Salazar Bondy escribió:
“Gracias al celo de André Coyné, un libro de poemas en francés de César Moro, acaba de aparecer en París. Personalidad de singular textura, César Moro, muerto inesperadamente en Lima el 10 de febrero de 1956, no alcanzó en el Perú, su patria, el prestigio que merecía, tal vez porque rehuyó el halago fácil, pero tal vez, también, porque entre nosotros el valor intelectual y poético no tiene todavía reservado el lugar que en toda comunidad culta se le suele acordar. Nuestra literatura, sin embargo, lo reconocerá precursor pues fue él quien introdujo en el precario mundo artístico limeño, en 1933, el fuego del surrealismo original, ese que aspiraba a hacer de la vida un poema removiendo el fondo convencional que la torna chata y rutinaria.
Amour á mort —ese es el título que encierra la obra hasta ahora inédita, en lengua francesa, de Moro— contiene poemas y prosas de admirable calidad y da testimonio de cómo el poeta, que transcurría en el silencio público, no abandonó el universo mitológico que fue siempre su lugar natural. El apasionado prólogo de Coyné —en el cual se sitúa a Moro como eje de las coordenadas de peligro y maravilla— procura una visión cercana, íntima, profunda, de la personalidad de este escritor peruano cuya obra en nuestro idioma —especialmente La tortuga ecuestre— espera la edición tantas veces prometida”.
En otra oportunidad, un 24 de junio de 1958, en el mismo diario, Salazar Bondy publicó:
“Sin duda, la vocación mágica, vale decir, iluminadora del aspecto sorprendente que hay en cada persona, cada cosa, cada hecho corriente, es el rasgo más notorio de la existencia y la creación de Moro, quien poseía en su ser, a juzgar por su obra reunida, una explosiva mezcla de ternura y ferocidad. Lo mismo escribía un libelo incendiario, pleno de diatribas escatológicas, que reclamaba piedad pública hacia los viejos árboles limeños, víctimas de la poda municipal. Odio y amor conjugados.
El volumen que comentamos une a La tortuga ecuestre (1938-39), poemas sueltos escritos entre 1927 y 1949 y poemas de juventud pertenecientes al período de 1924 a 1926. Se trata, pues, de un panorama completo del desenvolvimiento de Moro, en quien no se dieron virajes pronunciados, que más bien ahondó en sí mismo, más y más, con el objeto de expresar con mayor certeza feérica su visión del mundo”.
César Moro murió un 10 de enero de 1956, en el Instituto del Cáncer, luego de permanecer grave durante un año. Probablemente padecía de leucemia, aunque su diagnóstico era y será siempre reservado, como él.
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