“Una razón superficial”, de Sandra Nakamura, se centra nominalmente en la idea de superficie, tomando como referente la superficie del agua para situar la línea del horizonte como eje conceptual y perceptual.
"Una razón superficial" toma su nombre de una instalación en la que se ha transformado la vitrina de la galería en una enorme ‘pecera’, donde parecen flotar unos bastidores en alusión a la función del espacio como galería de arte. Una serie de dibujos y piezas escultóricas que también recurren a las nociones de superficie, agua y horizonte completan la exposición.
Nakamura, cuya trayectoria he seguido de cerca, es una de las artistas peruanas que más insistentemente ha abordado el espacio como un recurso artístico, de ahí que las consideraciones espaciales atraviesen la exhibición.
En ese sentido, si bien se apela a la noción de superficie –tan ajena a la volumetría del espacio–, el trasfondo de la muestra es el concepto de límite: frontera, división y barrera, evocando incluso la reclusión. Así, aunque "Una razón superficial" juega con la ilusión del agua mediante los cambios de color del ventanal, los bastidores y las paredes, esta misma ficción remarca la vitrina como espacio de encierro: el ‘agua’ es contenida tanto como contiene (a los bastidores, a los espectadores). Un entorno de inmersión dentro de un entorno de contención.
Desde esta perspectiva, los bastidores, más que hacer referencia a la pintura, recuerdan ventanas (de hecho, el Renacimiento postula el cuadro como una ventana). Pero estando suspendidas, no se comunican con espacio exterior alguno: son salidas anuladas. Esta idea se hace gráfica en “Dos puntos de vista”: unas escaleras parcialmente sumergidas –vías de escape inutilizadas– revelan el agua como un entorno de aislamiento.
El encierro subyace en las piezas “Una superficie engañosa” y “Otra superficie engañosa”, dos de los dibujos más logrados y que mejor articulan la preocupación temática y el interés simultáneo por la gráfica y por la abstracción de la artista. La red emerge como una figura de la apariencia de libertad y la realidad de un encierro discretamente implementado: una brecha perceptual tanto óptica como psicológica.
El límite en el que más insiste la artista es aquel que separa lo que se ve de lo que no se ve. Este es insinuado a través de lo cubierto, como en “Una constelación incierta”, donde las capas de papel velan la imagen, y a través de lo sumergido, como en “Un horizonte profundo I y II”, donde se remarca un área visible pero se sugiere una profundidad oculta.
La idea de encierro que conlleva la metáfora de la inmersión parece corresponder a la incertidumbre detrás de una transición: un proceso de cambio en el que el nuevo estadio aún no se vislumbra. En alguna medida, la muestra misma señala hacia un territorio distinto al que se encamina Sandra Nakamura y que comienza a configurarse en el reordenamiento que la artista está emprendiendo de las relaciones entre la lógica conceptual, el sentido narrativo y la experiencia afectiva del espacio