JULIO RAMÓN RIBEYRO

El confesor atravesó la sala, cogió su sombrero y dijo al oído de mi madre a manera de consuelo: “Ha sido un santo, señora”. Luego se marchó. Mi madre se puso a llorar. Mis hermanos la imitaron y yo también tuve que hacerlo, porque mi padre, a pesar de sus defectos, había sido un hombre muy bueno. Mi llanto, sin embargo, fue debilitándose, y en mis ojos quedó un ardor equívoco, como el que acompaña ambiguamente a un dolor sincero o a una súbita alegría. Pronto mis lágrimas cesaron y mi espíritu quedó habitado por un gran asombro. De puntillas, inadvertidamente, me acerqué al dormitorio. Allí, sobre el lecho, estaba él, rígido, con los brazos cruzados sobre el pecho y su rostro barbudo elevado al cielo. Lo observé un rato y mi pecho se estremeció; pero sentí que a mis labios asomaba una sonrisa sinuosa, elástica, como conmovido por un recuerdo agradable.

[…]

Mi madre me reunió con mis hermanos y nos introdujo en el dormitorio del difunto. “Vamos a rezar un rosario”, dijo con voz temblorosa. Cerraron la puerta. Escuchábase venir de afuera el rumor de los asistentes, y alguna cabeza pasaba a veces por la ventana, para echar una mirada curiosa.

Observé nuevamente a mi padre. Le habían puesto su traje azul, su hermoso vestido con el que acostumbraba ir a los cocteles. Tenía incluso chaleco, corbata, gemelos. “Parece que va a ir a una fiesta”, pensé. Pronto mi madre empezó con los misterios (eran los dolorosos) y mis hermanas respondían a coro. Yo también contestaba, pero maquinalmente, porque me había detenido a examinar los pies de mi padre que estaban descalzos, solo cubiertos por unas medias de seda. Estaban inmóviles, ligeramente separados de las puntas, y al observarlos sentí por primera vez miedo de la muerte. Pronto comencé a temblar; las palabras se me trabaron en la garganta y sin darle ninguna explicación a mi madre, que me miró afligida, abandoné el dormitorio.

[…]

Gran parte de la mañana estuve dando vueltas impaciente por mi dormitorio. Pensaba si mi vida a partir de aquel momento cambiaría. “Faltará un poco de dinero –pensé–; tal vez tengamos que vender el auto”. Pero, aparte de ello, no creía notar otro cambio notable en mi destino. Sin embargo, el recuerdo que desde la noche anterior me había perturbado arribó a mi conciencia. Evoqué el escritorio enorme, inaccesible, mientras mi padre viviera, y procurando evitar la vigilancia de las personas mayores, me aproximé a él, trasponiendo el umbral de la habitación. Los oblicuos rayos del sol, hirviendo en la penumbra, revestían la estantería y la alfombra de cierta religiosidad conmovedora. Incluso mi olfato creyó ser herido por suavísimas emanaciones de incienso. Con una emoción incontenible, me senté frente al escritorio; removí los libros, abrí los cajones, hasta que encontré la pluma fuente, con su tapa dorada aquella pluma fuente que durante tantos años admirara en el chaleco de mi padre, como un símbolo de autoridad y de trabajo. Ahora sería mía. Podría llevarla a la escuela, enseñarla a mis amigos, hacerla relucir también sobre mi traje negro.

¡Hasta tenía grabadas mis iniciales! Busqué un papel y tracé mi nombre, que era también el nombre de mi padre. Entonces comprendí por primera vez que mi padre no había muerto, que era inútil convencerme de lo contrario, que algo suyo quedaba vivo en aquella habitación impregnando los papeles, los libros, las cortinas, y que yo mismo estaba como poseído de su espíritu, transformado ya en una persona grande. “Pero si soy mi padre” –pensé. Y tuve la sensación de que habían transcurrido muchos años.

FIN

Convocatoria: El Dominical, en su afán de promover la creación literaria, publicará cada domingo, a partir del próximo 14 de abril, un cuento corto de autoría de nuestros lectores aficionados o dedicados a la escritura. Los cuentos deberán ser enviados a nuestra redacción (Jr. Miró Quesada 300, Lima 1 o al correo electrónico: mmeier@comercio.com.pe), adjuntando nombre y número de DNI del autor. En caso de menores de edad ha de incluirse el nombre y documentos de los padres o tutores. Se seleccionará hasta dos relatos por semana que serán publicados en el suplemento. La narración deberá tener 600 palabras (número exacto). El tema es libre. Los cuentos publicados a los largo del año serán editados en un volumen y los que no sean seleccionados serán publicados en nuestro portal elcomercio.pe.